Oscuros intereses privados amenazan a la libertad de expresión y a los derechos humanos. Las Big Tech –las compañías de redes sociales en especial- han mostrado su rostro más retrógrado, convirtiéndose en una policía global digital, que pone por delante sus reglamentos internos a las Constituciones nacionales.
No vamos a defender en ningún momento la toma a la fuerza del Capitolio, que arrojó varios muertos, ni los exabruptos políticos del presidente de los Estados Unidos. Pero la actuación de las empresas de la social media ha ido ya demasiado lejos.
Ya tenían toda la información sensible y confidencial de sus usuarios, y pueden manipularlos comercial, política y electoralmente, al saber lo que uno piensa, come, su estado financiero, su salud, su residencia, su número celular, su ubicación, sus gustos, sus conversaciones. Todo.
Psicopoder que impone al Socialismo Cool
Pero en una cúspide del psicopoder que ni siquiera imaginó el filósofo Byung Chul-Han, hoy las redes se arrogan el derecho de cancelar socialmente, de excluir, expulsar y discriminar, a quien no piense como ellos, y se acople a sus intereses económicos. Porque no tienen otros.
Ya nadie puede tocar ni con el pétalo de una crítica su pensamiento monolítico progresista, su “Socialismo Cool”, porque entonces es acusado de promover el odio, y castigado, siendo expulsado del universo digital que han creado y en el cual operan como dioses. No hay un Estado-Nación que los detenga.
La libertad de expresión es un derecho humano innato, un derecho de primera generación, fundamental y basado en el iusnaturalismo.
Es decir, no lo tenemos porque las leyes nos lo concedan, como lo plantearía el positivismo, sino que lo poseemos por el hecho de ser seres humanos, por naturaleza: para los que somos creyentes, por ser hijos de Dios.
Ronald Dworkin explicaba que el Derecho está estrechamente ligado a la moral, a los principios.
La libertad de expresión es un derecho del que gozamos con independencia de si hay leyes que lo reconozcan o no.
Aun cuando las Constituciones de nuestras naciones, en Estados Unidos o en América Latina, no contuvieran leyes que la garanticen, todo ser humano es libre de expresar lo que quiera.
Según un esquema clásico, la libertad de expresión solo tiene por límite el no llamar a la violencia, por ejemplo, el no causar daño de forma deliberada contra la integridad de alguien más.
Pero, la verdad, Trump nunca llamó a la violencia a nadie en su discurso del 6 de enero. Sí fue un evento con aires de inconformidad, pero hasta ahí. Y estar inconforme no es un delito.
En la mayor parte del siglo XX, acentuadamente, la libertad de expresión tenía sus niveles, ya que solo existían medios tradicionales. Es decir, por ejemplo, diarios grandes, en los que no cualquier ciudadano podía escribir, sino solo los especialistas en algún tema… o los amigos de los dueños.
La libertad de expresión como derecho no dejaba de existir, pero si no encontrabas un medio dónde publicar, tus ideas no tendrían difusión. Es como tener el “derecho humano a una buena nutrición”, pero sin tiendas de comida abiertas.
Todos somos autores
Con el surgimiento de las redes sociales, en cambio, todo ciudadano se convierte automáticamente en autor. Puede publicar lo que sea porque además es su propio editor. La esencia misma de las redes sociales es que convierte a todos en editores y autores.
Por tanto, que las redes sociales bloqueen las cuentas de Trump o de quien sea argumentando que infringieron sus políticas empresariales, es absurdo.
Es como cuando en un restaurante o en una discoteca vemos un letrero que dice: “En este establecimiento no discriminamos a nadie por su orientación sexual, política, religiosa, ni por su raza, color, condición económica, ni por ninguna otra razón”.
Los restaurantes o discotecas son empresas privadas, pero si no permitieran entrar a alguien, argumentando reglas internas, estarían violando las leyes, la Constitución, los derechos humanos. Son lugares privados, pero se rigen con leyes públicas, y ningún reglamento interno está por encima de éstas.
Don’t tread on me
Ahora bien, si alguien contradice la “verdad oficial”, alegando que hubo un fraude, cuando la autoridad electoral dice que no lo hubo, no por ello se le debe vetar su derecho a la libertad de expresión y cancelarle la cuenta en sus redes sociales.
¿Por qué deberíamos creer siempre en las versiones oficiales? Todo latinoamericano sabe muy bien que no siempre las autoridades son confiables. Y si me apuran, sabemos bien que casi nunca son confiables.
Desconfiar de versiones oficiales también encuentra historia en la profundidad de la cultura norteamericana: Don’t tread on me.
¿Las autoridades de Estados Unidos siempre dicen la verdad o nunca se equivocan? ¿Nunca actúan con criterios políticos o partidistas aún por encima de la neutralidad que deberían mantener?
Es un despropósito censurar al que disiente de las versiones oficiales, como también lo es acusarlo de difundir mentiras.
Bajo este estúpido argumento, el Big Brother digital es el único poseedor de la verdad y nadie puede dudar de él. Eso representa el fin de la pluralidad de pensamiento, del diálogo y del debate público.
Twitter hubiera censurado a Sócrates en su tiempo, y hasta le daría a beber cicuta.
La libertad de expresión no puede ser privatizada. Y lo digo en el mal sentido del término. Es un derecho humano y un bien público, no algo que deban administrar las empresas privadas y sus legítimos u oscuros intereses económicos o políticos.
Las Big Tech necesitan a Biden para abrir mercado en China
La verdadera razón de la adversidad de las Big Tech contra Trump es, por supuesto, estructural y económica. Las Big Tech son expansivas y globalistas; Trump protege la economía nacional.
Esta animadversión se da en el contexto de que el mandatario de Estados Unidos, en defensa de intereses patrióticos, entró en una tensión comercial con China.
Impuso restricciones a empresa chinas en Estados Unidos, pero China siempre ha acotado a las empresas americanas en su territorio, lo que perjudica a las Big Tech.
El gobierno de Biden en cambio, tiene un perfil globalista y levantaría las restricciones a los chinos. Saldrán ganando los gigantes de las Big Tech, pero se perderán empleos entre los trabajadores estadounidenses.
En China Twitter está prohibido. Gmail de Google, está restringido. Google no arroja resultados. Youtube no funciona. Facebook quedó prohibido desde 2009. Snapchat tampoco se puede usar. Pinterest y Whatsapp tampoco. Instagram, bloqueado. TikTok, bloqueado. Tinder, bloqueado. Netflix, inaccesible.
Los tiranos de las Big Tech también se incomodaron con la política de la administración de Trump de prohibir la entrada de inmigrantes de siete países mayoritariamente musulmanes.
130 compañías se organizaron para interponer una demanda contra ese veto, bajo el argumento de que violaba las leyes migratorias y a la propia Constitución.
Steve Jobs es descendiente de migrantes sirios. Serguéi Brin, fundador de Google, es hijo de rusos refugiados en Estados Unidos. Las Big Tech son globalistas y sus productos, hardware o software, intentan venderse en todo el mundo, al tiempo que nutren sus filas con cerebros extranjeros.
Incluso Elon Musk, quien asesoró a Trump en temas económicos, y que se mudó de California a Texas, con todo el simbolismo que esto implica, habría intentado que el mandatario cambiara su postura ante los inmigrantes. Musk es el nuevo hombre más rico del mundo, una vez que superó a Jeff Bezos de Amazon.
Entre las empresas de las Big Tech hay algunas diferencias internas. Entre Apple y Microsoft siempre ha habido rivalidad. Musk llamó a abandonar Whatsapp ante sus nuevas políticas sobre datos confidenciales, y abrazar Signal, empresa que sí garantizaría confidencialidad.
Sin embargo, el conglomerado actúa como un monopolio. Google, Apple y Amazon atacaron a Parler, la opción de Trump para usar una red social. También impusieron restricciones TikTok, Snapchat y Reddit.
Las Big Tech no tienen contrapesos. Son emporios trasnacionales, globalistas, que están por encima de leyes nacionales y no se diga locales. Y no permiten que nuevas opciones de mercado crezcan, y las aplastan de inmediato, como a Parler.
¿Qué es un pobre ciudadano ante un monstruo digital de tales proporciones? Si un presidente es demolido y cancelado, imagínense un hombre de a pie. Vaya usted y demande a Whatsapp ante la autoridad en su localidad. Pierde su tiempo.
El establishment en Estados Unidos no hace nada al respecto por ahora, porque el nuevo gobierno de Biden se ha visto beneficiado políticamente con los golpes de las Big Tech a Trump.
Pero llegará el día en que la administración de Biden entre en discordancia por alguna razón con las Big Tech, y también experimentará las consecuencias de un monopolio endiosado que nadie quiere tocar.
Y pronto habrá redes nuevas, no globalistas.