No hay afrenta alguna a la democracia si la gente –We the people– entra a la Casa donde trabajan sus representantes. No necesitan invitación para acceder al recinto, pero tampoco pueden recurrir a la violencia para entrar.
Y sí, irrumpieron en el Capitolio a la fuerza. Vendría entonces una mujer muerta por bala, y esto cambiaría toda la estrategia de Trump. Y tal vez, el rumbo de la historia de los Estados Unidos.
Si la mujer no iba armada y además empuñando su arma, ningún protocolo instruye que los uniformados disparen. No se sabe aún quién le disparó.
Pero vamos por partes. El discurso del presidente Donald Trump, a mediodía, en Washington D.C., ante miles de seguidores, fue una versión más caliente de lo mismo: la narrativa del fraude. Y, esta vez, con aire de último recurso. Hasta ahí todo normal.
El problema fue cuando, una hora más tarde, cerca de las 14 horas, unos cientos de seguidores rodearon el Capitolio, donde estaba el vicepresidente Mike Pence recibiendo los votos que Trump lo presionaba a rechazar.
El neoyorkino inyectaba presión. Había dicho que Pence debía hacer lo correcto, rechazar los votos. El vicepresidente alegó que la Constitución le da el poder a los estados de elegir presidente, pero no a él.
Recaía en Pence la responsabilidad de forzar cierta interpretación de las leyes para que por esa vía Trump pudiera estirar su mandato. Este recurso no acababa de dejar satisfechos ni a los republicanos, ni a los propios trumpistas.
Ahí empezaron los problemas. Como Pence no hizo lo que Trump esperaba de él, los seguidores rodearon el Capitolio e ingresaron en sus salones. Los senadores y congresistas fueron desalojados de inmediato.
No se ha sabido bien qué pasó hasta ahora, pero aparecieron videos y fotos en las redes sociales de una mujer joven herida por bala, dentro de ese recinto. Yacía en el suelo, con sangre en el cuello. Luego falleció. Una imagen devastadora para la democracia.
La democracia estaba en el suelo, sangrando. Pero no, no la hirió Trump, sino manos desconocidas, contrarias a los manifestantes.
Como sea, considero este hecho como el punto de quiebre para el movimiento de Trump. No es lo mismo luchar por las vías democráticas y pacíficas, que irrumpir a la fuerza en recintos públicos.
Sus seguidores entraron al Capitolio como pudieron. Pero no agredieron a nadie, no lastimaron a nadie y que se sepa, nunca dispararon alguna arma, si es que la portaban.
Uno que vestía ridículamente un disfraz como de Daniel Boone, con cuernos vikingos, ocupó la tribuna de la House. Se esperaba que algunos de los grupos de manifestantes pudieran asistir armados a escuchar la arenga de Trump, pero la Segunda Enmienda protege la posesión de armas en Estados Unidos. Los canales de las televisoras no registraron en momento alguno a nadie armado.
Los manifestantes que escalaron paredes y que entraron al Capitolio tampoco destrozaron nada que no fuera acaso un vidrio. No había razón para que la policía los atacara con gas lacrimógeno. Sin embargo, la violencia manchó la protesta.
Trump se vio obligado a emitir un mensaje en video pidiendo a la gente irse a sus casas, en paz. Twitter censuró la replicación de este mensaje y luego borró ese y otro tuit. Twitter ya es el nuevo Estado Policía Digital: pasó de ser paladín de la libertad de expresión, a un censor antidemocrático orwelliano. Qué pena, Jack.
Y Washington en toque de queda desde las 6:00 pm. Como resultado de las protestas, los demócratas pudieron tener pretextos suficientes para que el gran público, basado por mucho en la mainstream media que opera para Biden, olvidara revisar si hubo un fraude y pidiera ley y orden, paz y democracia.
El movimiento de Trump solo tiene por opción ahora esperar a 2024 para volver a lanzar al neoyorkino, quien tendrá que irse antes del 20 de enero de la White House.
Los radicales armados de su movimiento tendrán que calmarse y guardar sus fierros, porque nadie aprueba la violencia. Las policías también deben bajarle a su histeria.
A los de Black Lives Matter y a los de Antifa nadie los balaceó, pero a la mujer de hoy sí. Es una mártir de la democracia.
Se habla de la presencia de posibles infiltrados de esos dos grupos de pillos en los desmanes del Capitolio. Fueron los que vandalizaron decenas de ciudades en los meses previos, y aterrorizaron a la gente solo por su raza o preferencia electoral.
Son terroristas domésticos. Sin embargo, no se ha probado hasta ahora su presencia en el Capitolio.
Los recursos legales e institucionales para demostrar que hubo fraudes, que votaron los muertos, que hubo más votos que votantes, parecen ya haberse agotado.
La mujer fallecida por bala en las protestas, provocó el declive del ánimo guerrero de muchos trumpistas. Los valores de la democracia –la legalidad, la justicia, la paz, la libertad- están por encima de cualquier candidato o partido político. Y deben preservarse.
Si Trump y su gente, con todo su poder y colmillo, no pudieron probar los fraudes ante las instituciones pertinentes hasta ahora, tal vez no es que no haya habido tales fraudes, sino que esta democracia no da para más, no da más opciones.
Así que Trump podría postularse en 2024, amparado en la 22ª enmienda. Tiene más de 70 millones de votos. Ese sería su camino.