Vivir en el exterior y enviar dinero a familiares que se quedaron en el país de origen se volvió común entre migrantes de muchas nacionalidades dispersos por todo el mundo. Con esos ingresos, logran que en sus hogares adquieran alimentos o medicinas en medio de economías en crisis. Sin embargo, detrás de intenciones inicialmente nobles, está la sostenibilidad que le están dando a regímenes totalitarios.
No es casualidad que el dictador venezolano Nicolás Maduro haya intentando en varias oportunidades controlar el ingreso de las remesas, que en 2019 casi superan el monto de las exportaciones no petroleras, calculadas en unos 3000 millones de dólares, según economistas. En ese momento, el régimen quiso implementar un sistema cambiario que supuestamente flexibilizaba el acceso a divisas.
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Situación similar ocurre con Nicaragua. La dictadura sandinista sabe que en las remesas hay una fuente importante de ingresos. Estados Unidos entra en esta situación, ya que es el país con mayor recepción de migrantes de todo el mundo (casi 51 millones, indica Statista). Y en este sentido, la crisis migratoria que detonó durante el gobierno de Joe Biden estaría alimentando esta situación. Tanto así que cifras oficiales indican que del total de remesas que recibieron ciudadanos nicaragüenses entre enero y marzo de 2023, 81,2 % llegaron de EE. UU. Esto equivale a tres de cada cuatro dólares.
Daniel Ortega depende de la migración
“Si no hubiera remesas, la economía nacional colapsaría”, declaró Enrique Sáenz, economista nicaragüense exiliado al Wall Street Journal. Sin ese factor económico, el dictador Daniel Ortega “estaría en serios problemas”.
Como resultado, se origina una especie de “desafío” para quienes buscan ejercer presión económica sobre estos regímenes. “Pero limitar las remesas perjudicaría a las familias vulnerables de los migrantes que permanecen en sus hogares y dependen de las transferencias de dinero”, apunta el texto. Este año, se espera que las remesas representen alrededor de 33 % del PIB de Nicaragua, una de las tasas más altas de América Latina.
Es una cuestión de doble moral porque tal como mencionó recientemente el economista nicaragüense y opositor exiliado, Enrique Sáenz, a El País, “mientras el tirano se llena la boca hablando en contra del imperialismo, los nicaragüenses hacia donde se dirigen es hacia el imperio y es desde el imperio desde donde envían estos dólares”.
De 2020 a 2021 los nicaragüenses representaron la nacionalidad con mayor incremento de cruces irregulares hacia EE. UU. tras aumentar 1503 %, de acuerdo con cifras de la Patrulla Fronteriza. Ese pico coincidió con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca. Mientras era candidato, el demócrata defendió una política de puertas abiertas que tuvo consecuencias en corto plazo. Los migrantes asumieron que con el cambio de Administración habría una flexibilización en materia migratoria y comenzaron desbordar la frontera.
Oxígeno para Maduro y Díaz-Canel
En Venezuela y Cuba la historia se repite. El país bajo la dictadura chavista se convirtió en 2020 en la segunda nación con el mayor éxodo en todo el mundo después de Siria, apuntó ACNUR. Eso se convierte en millones de dólares que ingresan por remesas. Ese es el alivio económico para muchas familias. Después de todo, el salario mínimo de 130 bolívares solo equivale a 4 dólares, según la tasa actual del Banco Central de Venezuela (BCV). Mientras tanto, la canasta básica cuesta 523 dólares.
Respecto a la isla caribeña, “un cubano en Miami o Madrid podría valer más para el gobierno cubano solo en términos de PIB”, estima Ted Henken, profesor del Baruch College de Nueva York. Aunque la Administración Biden impuso algunas normas para intentar controlar una crisis que se le salió de las manos, ciudadanos de estos países siguen intentando cruzar, esperanzados en promesas que el mandatario hizo cuando asumió el poder. Es decir, si no ha sido suficiente con la flexibilización de sanciones a estas dictaduras por parte del gobierno demócrata, las remesas que envían cubanos, venezolanos y nicaragüenses a sus familiares en sus respectivos países aportan una dosis adicional de oxígeno a las dictaduras para ayudar a mantenerlas en el poder.