Sí, ya sé. La serie se estrenó a finales de enero y estamos a mediados de abril. Llega tarde la crítica y no es noticia. Sin embargo, a mi favor puedo argumentar que recorrer los trece episodios de Estamos muertos —que cuenta con entregas que llegan a los 72 minutos— es un verdadero suplicio. Para el capítulo ocho o nueve, el único incentivo que tenía era el de llegar al final para escribir estas líneas, a modo de un mínimo de retorno de inversión. Como cuando se liquida una mercadería más barata que al costo, solamente como para recuperar y justificar algo del tiempo perdido.
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El padre del género zombie, George Romero, se debe estar revolcando en la tumba, deseoso de morder a los realizadores de la producción surcoreana, que hicieron una exitosa, pero irrespetuosa mini (no tan mini) serie. Es que este gran cineasta siempre dijo que los zombies eran una excusa para hacer una crítica social. Aquí no hay nada más que gritos, corridas, sangre y repetición. Buenos efectos, buen maquillaje y bien producida, pero a la hora de encontrar una historia, se halla poco y nada.
El clímax de una serie —a diferencia del sexual que ocurre en el final— se da, normalmente, en el proceso intermedio y es lo que en cierto modo esperaba con esta producción. Iniciar ese momento en el que uno no puede dejar de ver los episodios y mira uno más y otro más y uno más, aunque se hagan las cinco de la mañana. Sin embargo, en Estamos Muertos ocurre solo entre el capítulo tres y el seis o el siete. La realidad es que la serie tarda en empezar… y luego aburre. Este producto de Netflix no puede alcanzar ni por asomo el interés que generó y sigue generando The walking dead, que tuvo años a millones de espectadores pendientes.
A diferencia de otras producciones de muertos vivos, la serie coreana se anima a innovar con características propias: los zombies caen si se les da en el cuello (además de la cabeza), la trama explica al detalle como comenzó la epidemia y hasta se anima a presentar infectados híbridos. Es decir, humanos mordidos que logran mantener algo de humanidad como para evitar comerse a sus compañeros del elenco. Aunque los puristas pueden poner el grito en el cielo por estas cuestiones, lo cierto es que nada de dichas adiciones hace mala la historia. La trama es mala sin ayuda de estas innovaciones y licencias en un género bastante cerrado y ortodoxo.
Sin embargo, los números hablan y mal no le fue. En su semana de estreno tuvo más vistas que El juego del calamar, que ya había batido récords en su lanzamiento. Es por esto que están evaluando una continuidad, lo que, artísticamente, sería innecesario. Lo mismo que los seis o siete capítulos que le sobran a una serie que mata…de aburrimiento.