Tengo que reconocer que hoy por primera vez, con la noticia en todos los medios, le presté atención a la letra de Brown Sugar de los Rolling Stones. Claro que puedo tararear su melodía completa, y si me dan una guitarra, puede que no necesite más que unos segundos para encontrarle la tonalidad y los acordes. No porque sea un gran músico, sino porque los éxitos del grupo son sencillos y el tema lo tengo más escuchado que al himno nacional. La cuestión es que al ser uno de los clásicos que conozco desde chico (antes de aprender algo de inglés), la canción en mi cabeza es una cuestión fonética formada de palabras en su mayoría inexistentes. Me pasa hasta con los temas de Queen. Hay un antes y un después de leer y hablar el inglés. Las canciones que llegaron en el final de mi adolescencia y en mi adultez fueron comprendidas en su totalidad a la perfección, pero las que conocí en mi temprana niñez, en mi cabeza suenan como los temas del personaje de Peter Capusotto “Roberto Quenedi”, que canta “canciones en un inglés de mierda”.
“Gold Coast slave ship bound for cotton fields
Sold in the market down in New Orleans
Skydog slaver knows he’s doin’ all right
Hear him whip the women just around midnightBrown Sugar, how come you taste so good
Brown Sugar, just like a young girl should”
Ok. Fuerte. Y la verdad que nunca me di cuenta de nada. Ni desde que escuchaba los Stones en mi walkman a finales de los ochenta, ni cuando me compré el discman en los noventa, mucho menos cuando la canté en un recital de ellos en Hyde Park en Londres hace unos años. Aunque en ese viaje ya me manejaba casi a la perfección con el idioma en Inglaterra, como dije, la canción se grabó en la más temprana edad de otra manera, por lo que mi cabeza solamente reconocía correctamente las palabras “New Orleans”, “just around midnight”, “Brown Sugar”, y “taste so good”. Lo otro era Roberto Quenedi a pleno.
Sin embargo, más allá de la sorpresa, lo cierto es que no me pareció —como muchos medios señalaron— una canción necesariamente racista, pedófila y esclavista (en las últimas horas hasta leí en portales “serios” que el tema supuestamente “festeja” estas cuestiones). No podemos dejar de lado que los Stones no se caracterizan por letras profundas y simbólicas como para andar analizando al detalle. No está mal, nunca quisieron ser Luis Alberto Spinetta y su magia pasa por otro lado. Mi siempre mencionada debilidad, Queen, y los Beatles (que con los Rolling son la trilogía más trascendente de las bandas de rock) tampoco hicieron grandes aportes desde las letras como los trovadores Bob Dylan o Silvio Rodríguez, que no me generan más que bostezos. Es más, Mick Jagger reconoció que para cuando compusieron el Sugar, estaban todo el día drogados y teniendo sexo.
Sin embargo, más allá de lo poco útil de analizar cada palabra de la canción como las Santas Escrituras, creo que es justo separar a los Stones de cualquier idea vinculada al racismo. ¿Hace falta recordar que los espacios que dejaron Watts y Wyman fueron llenados con músicos negros? Algún mal intencionado sin mucha idea, que hasta puede desconocer que sus coros en vivo también son de cantantes de raza negra, podría llegar a sugerir que en su momento la banda podría haber tenido un costado racista (leí cosas más absurdas hoy alrededor de toda esta locura). Ahora, si vamos a la clásica grabación para la BBC de Brown Sugar en 1971, vemos que hasta el saxofonista es negro.
Aunque Jagger y Richards hayan vivido el descontrol a pleno, que yo sepa nunca se les achacó ningún escándalo vinculado al abuso de menores, del que el progresismo ahora dice que la canción hace apología. Lo curioso es que ese mismo espacio “progresista” que cuestiona y denuncia y pide “cancelaciones” mira para otro lado cuando los abusos son reales y los realizan sus referentes, como Diego Armando Maradona.
La hipocresía y el doble discurso son totales.
Nada dijo la progresía argentina cuando hace un par de años, la pareja de la dirigente kirchnerista Victoria Donda escribió sobre su hija de nueve años: “Noche de verano, hace calor, mucho calor. Lina duerme tirada boca abajo en su cama. Tiene puesto un shorcito del pijama, rosa y con agujeritos, y una musculosa blanca con un estampado de flores. Su cuerpecito, tan frágil como fibroso, se retuerce con una sensualidad y una inocencia tan delicadamente brutales que me dan ganas de acariciarla y besarla por todos lados”.
No era una canción, era lo que Pablo Marchetti escribía mientras miraba a su pequeña dormir.
Pero lo triste del escándalo Brown Sugar es que los Rolling Stones dejarán de tocar la canción en vivo, no por convicción propia, replanteo personal o madurez, sino por autocensura. Nada de todo esto tiene absolutamente algo que ver con cualquier tipo de evolución. Es todo lo contrario.
Jagger, casi dando lástima, dijo que tocaron la canción “todas y cada una de las noches de conciertos desde 1970”. Richards, más honesto y descarnado, reconoció que el tema se cortó del set list, porque no quieren “líos con esa mierda”.
Cuesta creer que algo de todo esto sea positivo.
Hace varios años que el ambiente del rock debate sobre si llegará el día que los veteranos británicos pasen vergüenza arriba del escenario. Muchos temían un eventual desenlace como el de Chuck Berry, que pasó sus últimos años dando pena, sin poder tocar un solo riff decentemente. Pero no. Jagger llegó a los 78 años óptimo. Sin embargo, lo que enerva la sangre de los verdaderos fanáticos que serán quienes pagarán las consecuencias de esta controversia provocada por la narrativa proggresista, es que el vocalista terminó con Richards dando lástima igual: amputando su set list, solamente por el ”qué dirán” en el mundo progre políticamente correcto. Para eso se quedaban en la casa con la dignidad y la fortuna que les dio una carrera gloriosa, que lamentablemente termina con una mancha de cobardía.