El autoritario Luis Arce, en Bolivia; el defensor de totalitarismos en España, Juan Carlos Monedero; el dictadorzuelo de Nicaragua, Daniel Ortega y el dictador castrista, Miguel Díaz-Canel, han defendido y justificado incondicionalmente la acción totalitaria del chavismo de no dejar inscribir a la candidata de la oposición verdadera para participar en la elección presidencial venezolana este 2024. Si bien es cierto que el Consejo Nacional Electoral (CNE) dirá el resultado que el chavismo desea, ¿por qué no dejan que entonces Corina Yoris se inscriba?
Simplemente no les da la gana ¿Acaso esta no es la conducta chavista que distingue a los totalitarismos hispanoamericanos? Es el absoluto no rotundo por encima de cualquier ley o de Dios: es la total y única voluntad del dictador la que se impone ante todo y ante todos.
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El control total que tienen los regímenes de Nicaragua, Cuba y Bolivia se basa en esta actitud vulgar de país atrasado. Una política que convierte a estas naciones en colonias de potencias extranjeras ajenas a la esencia hispana que guía el conjunto de nuestra civilización. Es por ello que Venezuela, en manos del chavismo, no deja de ser un país tan atrasado, pobre y miserable como esos otros tres.
La posición asumida por Luiz Inácio Lula da Silva, Gustavo Petro y José ‘Pepe’ Mujica en Brasil, Colombia y Uruguay, respectivamente, así como la de Gabriel Boric en Chile, puede medirse por la repercusión negativa que esto pueda tener también dentro de sus propios fenómenos políticos. ¿Acaso el apoyo incondicional a Nicolás Maduro no tendría una repercusión negativa en las izquierdas que componen sus alianzas dándole relevancia a las voces que enarbolan las banderas del pensamiento crítico? ¿Estarían en la capacidad de comenzar un proceso de persecución de sus disidencias internas y arriesgarse a posibles alianzas circunstanciales que encuentren a la oposición con los factores que los llevaron al poder? Estas son preguntas que no tendrían sentido en los países secuestrados por tiranías.
Posiblemente, una izquierda moderada en Brasil desplazaría a Lula ante su edad y la precaria condición financiera de su gobierno; posiblemente en Colombia, sectores opositores, moderados y que respaldaran a Petro alguna vez, decidan restarle poder a quienes acompañan al mandatario; posiblemente en Uruguay, las fuerzas que moralmente tienen a Mujica como referente, se vieran más debilitadas ante el proceso electoral que tienen en breve; y quizás en Chile, la coalición izquierdista no soportaría otra derrota ante la oposición, que se ha venido recuperando poco a poco en el espectro político. En estos países, las democracias están amenazadas, pero los contrapesos institucionales permiten que, con mayores o menores dificultades, las oposiciones hagan política.
Es verdad, el chavismo ya no es un modelo para el pueblo venezolano y ahora no lo es para la izquierda hispanoamericana. Los regímenes totalitarios dejan de ser ideales para una izquierda que busca moderarse alejándose de estos referentes, y el chavismo, en torno a la figura de Hugo Chávez, queda cada vez más repudiada por el pueblo. Petro dijo que la magia de Chávez era la democracia, pero precisamente eso fue lo que destruyó y los pueblos no quieren que suceda en sus países. Si quieren poder, tendrán que alejarse del chavismo como referente.
Ese avergonzamiento es un fenómeno consecuencia del triunfo de la dupla popular liberal-conservadora que se abre paso con gobiernos exitosos y que enfrentan la agenda extremista identitaria promovida por agencias como la Open Society o el IREE en nuestra región. De esto hablaremos en otra ocasión.