Las cremas heladas que se disfrutan en casi todo el mundo tienen una historia común con otros descubrimientos que, en un principio, fueron exclusivos para los sectores más privilegiados. Luego, cuando el mercado y el proceso de innovación hacen lo suyo, el producto se mejora, se multiplica la producción y, finalmente, está al alcance de todos. La historia del helado y el capitalismo es una más que salió de los ambientes de lujo y opulencia, para llegar mejorado a las masas con el correr de los años.
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Como detalló en la publicación “Como el capitalismo llevó el helado a las masas”, Alexander Hammond, la historia del famoso postre (que en realidad ya lo comemos en cualquier momento del día) se remonta —en su primer antecedente registrado— a 1671. Se trató de un plato especial servido en un banquete de Carlos II, por el décimo aniversario de su reinado en el trono británico. Se sirvió luego de la cena acompañado por un plato de fresas blancas.
La aceptación en los círculos de la alta sociedad fue total y de a poco la aristocracia trató de contar con toda la parafernalia que requería servir un plato de helado: contar con un espacio especial para almacenar el hielo, tener acceso al agua dulce para congelarla y un grupo de sirvientes que estén pendientes de todo el proceso que requería la heladera precapitalista sin energía eléctrica.
Aunque no hay muchos registros sobre los gustos que solían preparar, sí era sabido que, mientras más extravagantes los sabores, más status de altura social significaba.
El helado llegó a las grandes masas en el Reino Unido alrededor del 1850 y fue popularizado por los inmigrantes italianos. Parece que ellos no inventaron el producto, aunque se convirtieron en los especialistas mundiales años más tarde. Pero, a pesar que la crema helada ya podía ser adquirida por cualquier británico por solamente un penique, los comienzos fueron complicados. El producto se servía en un vaso que permitía el consumo, pero que había que devolverlo luego de consumirlo. Epidemias como la tuberculosis, que hacían estragos por todos lados, encontraban en el envase de vidrio del llamado “The Penny Lick” una vía de transmisión ante las pocas posibilidades de esterilización adecuada. El “helado para todos” fue finalmente prohibido en 1898.
Pero como el capitalismo trae consigo la innovación y la corrección permanente, el producto volvió al consumo masivo y de forma segura en los Estados Unidos a principios del siglo pasado. El cono comestible apareció por entonces y llegó para quedarse. La tecnología con hidrógeno contribuyó a la mejora del proceso y para los albores del 1900, aquel producto que estaba limitado a los reyes y sus amigos, ya estaba al alcance de todos. Incluso mejorado.