Cuando un documental histórico quiere dejar bien o mal parado a algún personaje, lo más usual es exacerbar sus virtudes o defectos. Y disimular la otra cara de la moneda, claro. Con Bilardo, el doctor del fútbol, los realizadores lograron algo interesante: pusieron arriba de la mesa los costados más cuestionables del “narigón” de forma explícita, pero el público no puede evitar encariñarse aún más con el extécnico campeón del mundo de la selección. Al menos los argentinos. claro. Habría que preguntarle a alguien de otro país cuál es su conclusión, ya que la serie de HBO no se guardó absolutamente nada.
Todos los misterios (ya bastante develados) durante los últimos años son abordados sin tapujos: los alfileres y los pinchazos, el “bidón de Branco” y hasta la obsesión enfermiza de un técnico, que les recomendaba las posiciones sexuales adecuadas a las mujeres de sus futbolistas. Pero mientras todas esas anécdotas son abordadas, en las voces de los mismos protagonistas, paralelamente la serie expone a un Bilardo absolutamente comprometido con su trabajo, que no dormía de noche si discutía con Diego Maradona.
Sin embargo, más allá de las historias concretas, lo que la serie Bilardo, el doctor del fútbol pudo transmitir es que la filosofía “bilardista” de ganar a cualquier precio no estaba del todo comprendida para el público en general. Las trampas conocidas (porque no se pueden llamar de otra manera) que sus mismos jugadores reconocieron, y que seguramente el público extranjero no considere meras “picardías”, no eran más que una herramienta más en un menú mucho más amplio. La filosofía “bilardista” no era ganar a cualquier precio y listo, a festejar.
Ganar, había que ganar. Claro. ¿A cualquier precio? Sí. Pero no todo terminaba allí. Luego del triunfo en la final de México 1986 contra Alemania, a Bilardo se lo veía casi devastado. Cuando le preguntaron el motivo de su tristeza, en medio del festejo del campeonato mundial, el DT respondió que no podía festejar si le habían hecho dos goles de cabeza. Que su equipo haya hecho un gol más y haya ganado 3 a 2, no le quitaba ni la vergüenza ni la indignación.
Puede que para comprenderlo al narigón haya que ser argentino. Es que en él y en su legado está todo lo que hace de la Argentina algo tan especial como cuestionable… y a veces inaceptable. Pero al fin de cuentas es una cuestión de identidad. No se explica. Probablemente por eso su proceso en la selección, que terminó luego del subcampeonato de Italia 1990, fue el último que generó tanta identificación en el público. Va a ser difícil conseguir lo mismo. Los que recordamos esos días (y se nos eriza la piel con “Un’estate italiana”) pensamos que nada nunca será igual, ni siquiera con una nueva copa mundial en casa.