La humanidad, como suele escucharse, se ha venido conformando alrededor de los conceptos de “Estado, Gobierno y Sociedad”, para muchos una concepción imaginaria y hasta “una ficción”, cuya puesta en práctica corresponde a nosotros mismos y de conformidad con las reglas que establezcamos. Una presunta solidaridad nos conduciría al bienestar, para algunos más que otros y dado el esfuerzo que realizáramos. El resultado, ya transcurridos unas cuantas centurias, es el de “un Estado macrocefálico ineficiente y agotado, administraciones amorales y corrompidas y sociedades anarquizadas y perturbadas por una desigualdad social innegable y preocupante”, razón para preguntarse si los gobiernos, como motores del progreso humano, han fracasado, y si estarán a punto de subastarse. La explotación engañosa de las necesidades humanas, a través de ofertas utópicas en arengas de laboratorios diseñados para ilustrar al proponente, de cómo ha de expresarlas y cuales gestos asumir, se ha convertido en la modalidad para completar una especie de circulo para revivir la esperanza popular. La presunta armonía de la literatura política entre “Estado, Gobierno y Sociedad”, cada una fuente de la otra es hoy una ilusión. Es ajena a la verdadera realidad. Leemos que el prolegómeno viene desde antaño y que no han debido ser fáciles los esfuerzos por encontrar una definición idónea al Estado, debiéndose acudir, por partes de las mentes más ilustradas, a la trilogía Estado, Gobierno y Sociedad” como una entelequia, esto es, un sueño. Y que con razón hoy se les escucha a discursantes que hablan de “narrativa”, para los lingüísticos “género literario constituido por la novela corta y el cuento”.
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El mundo aterrado ante “el macrocefalismo de los gobiernos”, no deja de preocuparle el otro extremo, o sea, “la minimización”, cuya bandera es “una plena libertad individual”, como redil para que el bienestar fluya. La vieja y elogiada tesis que expusiera Friedrich Hayek en su famosa obra “Camino de Servidumbre”, en la cual denunció que “socialismo y totalitarismo son esencialmente lo mismo, dos retoños del colectivismo” y que han pretendido hacer suya en el siglo XXI candidatos a gobernar y con opciones ciertas a lograrlo. No ha de descartarse que “todo es debatible”, pero debe de admitirse y bastante que los extremos no son buenos. Y en materia de desarrollo económico con democracia es pertinente la apreciación conforme a la cual: 1. Política y desarrollo son términos estructuralmente asociados, 2. El desarrollo es un proceso ascendente del hombre a través de múltiples dimensiones, en busca de su bienestar, 2. Cuando es duradero se le denomina sustentable y para alcanzarlo se requiere disfrutar de libertad, 3. El sistema político de gobierno que ha mostrado garantizar mejor el desarrollo armónico de los pueblos es la democracia, la cual demanda hoy un nuevo modelo económico para superar el rentismo y todas sus secuelas (Arnoldo José Gabaldón, UCAB, Caracas).
Tengamos presente, en el contexto, que una de las ultimas crisis económicas generó una sabia discusión entre los destacados profesores John Maynard Keynes y Friedrich Hayek, quienes como se lee evocan polos de pensamiento opuestos sobre la formulación de políticas económicas. A menudo se presenta a Keynes como el abanderado de la vigorosa intervención gubernamental en los mercados, mientras que Hayek es considerado el campeón del capitalismo de laissez-faire. Este honorable filósofo cita como ejemplos a la Unión Soviética y a la Alemania Nazi, cuyas catástrofes anota en “El camino de servidumbre”, corolario de su enorme aporte a la humanidad. Si viviese no creemos que incluyera a los países de América Latina y similares de otros continentes en la misma travesía, pues en ellos los gobernantes que gritan a pulmón completo que sus gobiernos son socialistas, parecieran no saber que dicen. “Ignorancia total de la materia”, es más bien la máxima”. Leemos que gente seria ha dejado escrito que “en estos tiempos de confusión no se sabe lo que es derecha, ni centro, ni izquierda, en lo político y en lo social”. Y agrega “Yo estoy más a la izquierda que nadie, si por ella se entiende conseguir el bienestar para los pobres, para que todos puedan vivir con un mínimo de comodidad, a trabajar, a estar bien asistidos si se ponen enfermos, a distraerse, a tener hijos, poderlos educar y al envejecer a ser atendidos. Naturalmente, dentro de la doctrina social de la iglesia y sin compromisos con el marxismo o con el materialismo ateo. Ni con las lucha de clases, anticristiana, porque en estas cosas no podemos transigir (San José María Escrivá de Balaguer, 1941)”.
La coyuntura actual pareciera pasar, de acuerdo a lo expuesto, por el dilema entre cuál es más aconsejable, si “el gobierno mínimo o el inexistente”. El recién electo presidente de Argentina, Javier Milei, en el Foro de Davos, de la autoría del economista y empresario alemán Klaus Martín Schwab, ha pronunciado un discurso a favor de “la minimización del gobierno”, consigna con la cual obtuvo una votación determinante de sus paisanos. En la hermosa región de la Pampa, en verdad, no había ninguna tipología de gobierno. Más bien un fenómeno atípico identificado con el cliché de “peronismo” que le había hundido la jarras a la República de San Martín desde 1940 y en cual se anidaron aquellos que fueron capaces de alargar la liguita de políticas asistenciales populistas. La situación era aborrecible para que se sufragara a favor de Sergio Massa, exministro del desastroso gobierno de Alberto Fernández. Milei se ha propuesto desmontar un paquidermo y en eso anda. Dos proyectos monumentales, como se escribe: 1. Un mega decreto de necesidad y urgencia y 2. La ley (Bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos), que en criterio de la periodista Paola Oloixarac parafrasea a Juan B. Alberdi y a la Constitución de 1853: la vía liberal y cosmopolita enfrentada a la corriente colectivista y proteccionista, sustentada, entre otros, por el peronismo. El primer magistrado, no hay dudas de que lució en Davos, por el tema, la filosofía del foro y su lenguaje. El fin de su intervención fue la frase “Viva la libertad carajo”.
La democracia de los Estados Unidos, una de las más eficientes del universo, que se delineara en una Constitución aprobada de 1787, no ha escapado de la diatriba concerniente a “la minimización del gobierno y del propio Estado”, latigazos dirigidos primordialmente al Partido Demócrata y que lidera el candidato del Republicano. Los juristas estadunidenses, que lo hay y excelentes, han de estar analizando como explicar si la voluntad popular expresada electoralmente se impondrá a las prohibiciones de la Carta Magna estatuida hace 237 años. Salvo que la Corte Suprema de Justicia antes de la elecciones presidenciales emita su dictamen con relación a la legitimidad del Expresidente Donald Trump para poder ser candidato a la primera magistratura.
No se ignora que los procesos humanos son complejos y los de índole política bastante. Y que así pareciera haberlo escrito Voltaire: “La política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a hombres sin memoria”. Y que “Confucio” dejó establecida la “Escuela de Eruditos” por allá hace unos cuantos siglos, ante la necesidad de ilustrar con respecto a las virtudes individuales para sociedades y gobiernos estables. Camino para no caer en la confusión y oscuridad de las ideas o en el lenguaje, como pareciera suceder.
La Real Academia Española define a la “subasta” como: 1. Venta publica de bienes o alhajas, 2. Que se hace al mejor postor, y 3. Regularmente por: a) mandato de un juez y b) u otra autoridad”. Y como sinónimos: “Puja, licitación, concurso, almoneda, remate, encante y subastación”. Apreciación que nos induce a preguntar al lector si estará o no de acuerdo que unos cuantos de los gobiernos están en subasta y por tanto a merced del mejor postor.
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