
Los estómagos crujen en Cuba todos los días. Niños, embarazadas y ancianos conocen ese indeseable movimiento intestinal donde se conjuga el hambre y la impotencia porque en sus mesas no hay comida. Faltan el arroz y las proteínas. Los dulces no existen, el yogurt es un lujo y cuando la dictadura los abastece solo reciben medio pollo, picadillo y perro. Tampoco saben lo que es el queso y para servir el plato completo, pagan los alimentos con sobreprecios.
Es una lucha a muerte por la supervivencia, dramática y casi apocalíptica como la producción de Gary Ross porque “hoy en Cuba la comida es un trofeo que hay que ganar en la batalla de las colas”, asegura Cubanet.
Los tres bocados son un privilegio solo para quienes tienes acceso a dólares y pueden comprar alimentos en las tiendas en moneda libremente convertible, mejor conocidas por sus siglas MLC.
En estos comercios en divisas extranjeras los cubanos pueden usar las remesas que les envían desde el exterior sus familiares o amigos, para adquirir productos sin restricciones en cuanto a cantidad. Los pagos se realizan exclusivamente mediante tarjetas de débito o crédito, sean nacionales (emitidas por Fincimex o por los bancos Metropolitano, de Crédito y Comercio o Popular de Ahorro) o internacionales no emitidas en bancos estadounidenses.
Desde el momento de su apertura en agosto del año pasado comenzó otro calvario: en todos hay colas y la mayoría de los establecimientos no anuncia en la web los productos que tienen en venta.
Los clientes pernoctan en las afueras a la espera de un turno que es entregado con varios días de antelación, además de enfrentar el acaparamiento de lo poco que surten en estos establecimientos.
Nunca tan peor
En La Habana no hay quien viva del salario porque “quien espere vivir de lo que te dan en la bodega, se muere de hambre” señala el medio cubano independiente.
El hambre ha crecido en niveles exponenciales. Hasta las viandas han desaparecido, situación que no se registraba en la Isla ni en la época del llamado “periodo especial” en los años 90 del pasado siglo.
La lista de productos escasos es extensa. El boniato (batata) desapareció y la malanga (ocumo) también. El puré de tomate, los frijoles, las pastas y el queso el régimen castrista ya no lo vende en pesos cubanos. Los testimonios abundan.
Para el Directorio Cubano “las prioridades de las familias cubanas se han centrado en la supervivencia, entiéndase conseguir alimentos, aseo, medicamentos y bienes de primera necesidad pero las tiendas dedicadas a la venta de electrodomésticos, muebles, ferretería tampoco están abastecidas como inicialmente se previó”.
Realidad con complejidades
Lo descrito es la otra crisis en Cuba medio de la pandemia que ya reporta 90000 contagios, 480 muertes y tiende a notificar en promedio 900 casos por día que implican un 30 % más que marzo.
A esas cifras pertenecen los 25000 ingresados, entre enfermos y pacientes sospechosos o en vigilancia por coronavirus. Ya en la capital, la tasa de incidencia en los últimos 15 días es de 343 casos por cada 100.000 habitantes, más del triple que en el resto de la isla.
Buscar alimentos en esas condiciones es aún más riesgoso y el hambre se acrecienta. El gobernador de La Habana, Reinaldo García Zapata, lo acepta. La mayor transmisión son “los hogares con aislamiento domiciliario y los centros de trabajo” porque en las instituciones laborales “la indisciplina e incumplimiento de los protocolos sanitarios, el exceso de trabajadores y la información no oportuna de casos positivos han creado una situación compleja”.
Es verdad. No lo pueden ocultar. Cuba atraviesa una de las peores crisis económicas de su historia, con una caída acumulada del 11 % del PIB el año pasado y “el problema de las colas es imposible de resolver en estos momentos porque el Estado no puede garantizar el suministro estable de mercancías y la gente tiene que salir a la calle a diario para garantizarse la subsistencia. Para más problemas, esto ocurre justo cuando el país ha iniciado una compleja y traumática reforma monetaria que ha hecho que se dispare la inflación y que los cubanos pierdan buena parte de su poder adquisitivo” analiza El País.
Una historia similar
En Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro tiene al país en una catástrofe alimentaria similar. Uno de cada tres venezolanos tiene dificultades para llevar comida a la mesa y consumir los mínimos nutricionales necesarios, según las Naciones Unidas. A diario el menú son cereales, raíces o tubérculos como consecuencia de la hiperinflación que ahoga los salarios.
La instancia internacional revela que 74 % de las familias adoptan “estrategias de sobrevivencia” para tener comida. Un 60 % disminuye sus porciones, un 33 % ha aceptado trabajar a cambio de alimentos y un 20 % ha tenido que vender bienes para alimentarse.
Todas las medidas son poco. El consumo de carne, pescado, huevo, vegetales y frutas está por debajo de los tres días a la semana y “el problema no es tanto la disponibilidad de alimentos, sino la dificultad de obtenerlos”.
La prueba es que siete de cada diez personas dijeron que siempre hay comida disponible, pero que es difícil comprarla debido al alto precio comparado con sus ingresos.
Maduro, al igual que los Castro, ha permitido la proliferación de los comercios que venden productos importados exentos de aranceles que evidencia la liberación del chavismo de los tabú sobre el dólar para inundar el mercado de productos importados que solo muy pocos pueden pagar. ¿Coincidencia?