Las cartas están echadas. Las encuestas muestran un empate técnico entre el candidato de la libertad, el presidente Jair Bolsonaro, y el candidato del crimen organizado transnacional, Luiz Inácio Lula da Silva. Y ante esta situación, la campaña del izquierdista ha mostrado un rostro más radical que ha sido criticado incluso por escritores en el Wall Street Journal, preocupados por la fuerte onda de censura promovida por el Supremo Tribunal Federal (STF) y el Tribunal Superior Electoral (TSE), específicamente de parte del magistrado Alexandre de Moraes, muy cercano a la campana del expresidiario.
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Grandes periodistas y comentaristas han sido alejados de los más famosos programas de opinión hasta después de las elecciones, como por ejemplo Augusto Nunez, Ana Paula Henkel y Guilherme Fiuza, en el reconocido medio de comunicación Jovem Pan. Según la medida totalitaria de Moraes, está prohibido hablar mal de Lula, una cuestión que tiene un parecido muy grande con la radio y la televisión venezolana, en la que por ley está prohibido decir “Chávez dictador”, “Chávez ladrón”, hablar de la resistencia o en general de la dictadura del chavismo. Esta medida, ya normalizada en Venezuela, ha causado mucha conmoción en un Brasil acostumbrado a la libertad de expresión promovida y defendida por el presidente Jair Bolsonaro.
La censura ha aumentado el rechazo de Lula y, por su parte, Bolsonaro, quien ha criticado estas medidas que afectan a su campaña, ha aumentado poco a poco su simpatía entre los electores, algo que se nota acompañado de una estrategia en la que su esposa, Michell Bolsonaro, junto a la senadora electa, Damares Alves, han asumido un rol protagónico en la campana junto al Padre Kelmon en los últimos mítines electorales. Asimismo, el presidente Bolsonaro ha realizado un video pidiendo perdón a todos aquellos electores que se han sentido ofendidos por su discurso político, lo cual ha proyectado una humildad que parece ser correspondida progresivamente en el crecimiento sostenido que muestran los más recientes estudios de opinión.
En los últimos días la campaña electoral de Bolsonaro ha realizado una denuncia gruesa contra el TSE, en la que con un reporte de más de cinco mil páginas de pruebas documentadas se demuestra que este ente, que se supone debe gozar de la imparcialidad de un árbitro, ha perjudicado la campaña del presidente en ejercicio al sacarlo del tiempo radial reglamentario, específicamente en la zona del nordeste del país, donde Lula sacó más votos. Este escándalo hizo que se descubriera que el organigrama de la institución está constituido por apoyadores de Lula y gente, coincidente y casualmente, cercana al entorno del condenado por corrupción y lavado de dinero.
La respuesta del TSE fue despedir a los “responsables”, en primer lugar, confirmando que sí hubo una irregularidad, pero luego el mismo Alexandre de Moraes desestimó la denuncia acusando a la campaña del presidente Bolsonaro de perjudicar la imagen del sistema electoral, por lo que ordenó que los denunciantes sean investigados.
Esto generó la reacción de Bolsonaro, llamando a Palacio al Alto Mando Militar en altas horas de la noche, lo cual resultó en reforzar la idea de que actuarán en el marco de la Constitución y las leyes si fuera necesario.
A pocas horas de las elecciones, el país se encuentra realmente polarizado. El bolsonarismo realiza un esfuerzo en buscar los votos que faltan para ganar en el nordeste del país y en esto se apoyan de muchos venezolanos que, a pesar de no contar con el derecho al voto, han asumido un papel destacado en la campaña al contar las historias del comunismo y sus consecuencias en Venezuela. Esto es así ya que en Roraima la realidad de los venezolanos fue vital para que el presidente ganase con casi 70 % de los votos válidos. La campaña de Bolsonaro ha dedicado espacio a los venezolanos, mostrando una participación de esta comunidad que se ha integrado muy bien con los brasileños en términos culturales.
¿Quién ganará la elección? ¿Quien cuente los votos o quien tenga más votos? ¿Quien defienda sus votos con el pueblo o quienes se roben la elección? Todo depende de si ambas campañas aceptan los resultados, como lo hicieron en la primera vuelta: si esto es así, las voces que asoman un posible fraude electoral van a quedar aisladas y consumidas por el peso político de los candidatos. Ambos se enfrentan a la abstención de 40 millones de personas, lo que apenas representa 20 % del electorado nacional. Esto quiere decir que todo voto cuenta. Quiere decir que la diferencia está cerrada, y que cada hora que se consume puede alterar el rumbo de la elección y con ello, el rumbo de la región hacia el comunismo o la libertad.