Mudarse de la intersección que está entre Once y Barrio Norte para volver al barrio de Villa Crespo fue toda una experiencia. Uno pasa de un mundo del anonimato diario a frecuentar comercios donde la gente que allí trabaja lo conoce por su nombre. Aunque hay solamente cuatro estaciones de subte en el medio, el ambiente que se respira es muy distinto. Se puede salir y olvidarse la billetera (o andar corto de presupuesto a fin de mes), que el verdulero o el carnicero no va a dudar en fiarle uno o dos días. Otro mundo en comparación al bullicio que va creciendo, mientras uno se acerca al centro.
Durante los primeros meses, en el proceso del reconocimiento de zona de un lugar nuevo, percibí que la Carnicería Felipe (Corrientes y Lavalleja) contaba con una clientela más nutrida que sus inmediatos competidores. Al igual que en los restaurantes, esto suele ser un buen síntoma a la hora de tomar una decisión. Sin embargo, más allá de las cuestiones que tienen que ver con la calidad, este local tenía sus estrategias a la hora de imponerse en uno de los pocos mercados verdaderamente competitivos que tiene el país.
En una de mis compras casi diarias, al momento de cobrarme me dieron un papel: “Tomá un número, para el sorteo” (con la tonada paraguaya de todos los que trabajan en el establecimiento). “¿Qué sorteo?”, pregunto. “El domingo, sorteamos un costillar y varios cortes”. Tomé el papel y me fui a mi casa. La cuestión tenía su encanto, ya que las tradicionales rifas (sorteos) en Argentina suelen ser con el número de la Quiniela, una lotería diaria que sortea a la tarde y a la noche. Esto tenía un condimento más de cercanía: los números van a una caja y se sortea ahí en la puerta del local. Si el premiado no está presente, luego de dos anuncios, como aquí se dice, “alpiste, perdiste”.
Debo reconocer que la chance de acceder al costillar se me metió como un virus, que entra al cuerpo sin pedir permiso. También es cierto que algo de expectativas tenía. ¿Cuánta gente iba a ir un domingo al mediodía al sorteo de un pedazo de carne? Creí que los clientes guardarían el número y que, al menos en su mayoría, se olvidarían del acontecimiento del que yo sería parte. Me equivoqué. El tumulto se veía ya desde que doblé en Velasco y Lavalleja. Corrientes, a la altura del 4800 parecía la entrada a un recital. Pero no era el Movistar Arena, ubicado a unas cuadras y no estaba Luis Miguel con el micrófono. Estaba Felipe Pérez sosteniendo una caja de vinos de cartón con los números adentro, mientras que uno de sus lugartenientes sostenía el costillar, que se lo terminó llevando una humilde jubilada, que seguramente celebró con su familia el acontecimiento.
El sorteo, que no fue el primero ni será el último, fue muy pintoresco. Los niños sacando los números y los padres mirando sus papeles, esperando que se “cante” el suyo. Es que, más allá del costillar, había varias chances de llevarse algo. Un matambrito, un trozo de lechón, un pollo, un pedazo de vacío, eran algunos de los premios consuelo nada despreciables. Más allá del costo de la mercadería entregada, lo cierto es que la estrategia no solamente contribuyó con la fidelidad del cliente, sino que muchos de los presentes aprovecharon para hacer una comprita, mientras se preparaba el operativo que tenía pendiente al barrio.
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“Llegué de Caaguazú en 2008”, cuenta el propietario que bautizó con su nombre al local de carne furor de Villa Crespo. “Trabajé en albañilería y luego como empleado en una carnicería donde aprendí lo que sé del rubro. Afortunadamente, tuve un patrón muy generoso que me dio el respaldo para independizarme y tener mi propio emprendimiento. Él me enseñó que hay que dar para recibir y eso es lo que pretendemos hacer con los sorteos que hacemos en el negocio”, comenta el carnicero paraguayo que suele tener siempre gente en su local, mientras que en la carnicería de enfrente –que no regala nada-, casi nunca hay nadie.
¿Vas a viajar a Buenos Aires? ¡Animate a cocinar tu propia carne!
El turismo gastronómico (con el sector cárnico a la cabeza) que recibe Buenos Aires, con visitantes de todo el mundo, es importante. Muchos turistas optan por la salida fácil de parar en un hotel y hacer el circuito de las grandes parrillas como Don Julio, La Brigada o El Ferroviario, pero los amantes de la carne tienen una cita obligada en estos sitios.
Sin embargo, siempre es buena idea escoger un apartamento con cocina, en lugar de un hotel. Esto brinda a los visitantes la oportunidad de hacer las compras en las carnicerías de barrio y asarlas a su gusto (y punto) en la comodidad del hogar, aunque sea transitorio. Lo mismo con los vinos, ya que por costos de supermercado pueden probar varias etiquetas a valores mucho menores que las cartas de los restaurantes.
Muchas de las carnicerías de barrio cuentan con productos de buena calidad, que nada tienen que envidiarles a las grandes parrillas, que cuestan su dinero. Así que, a animarse, que seguramente encontrarán en los carniceros buenos asesores que los ayudarán para comprar lo que están buscando.