Luego de la cuarentena más cavernaria del mundo, que dejó demasiado golpeado al sector privado, Argentina busca de a poco recuperar la poca normalidad que tenía. Sector por sector, ceñido a los protocolos correspondientes, es habilitado día a día para retomar algo parecido al trabajo usual. Incluso, ya se discute el retorno del público a las tribunas en los partidos de fútbol. Sin embargo, hay algo que no cambia desde el principio de la pandemia: la atención en los cajeros de los bancos comerciales.
Hoy, aunque una persona ya pueda ir al cine o al teatro, curiosamente en Argentina no puede ir al banco a sacar el dinero de su cuenta sueldo. Sea una entidad financiera estatal o privada, todavía hay que pedir un turno para el acceso restringido dentro de la sucursal.
Ingresar a un banco en Argentina es como un viaje en el tiempo: es ir al principio de la cuarentena. Estar solo esperando un número en una pantalla, para que lo atienda a uno la única caja disponible, por momentos parece una experiencia norcoreana.
Lo curioso, y seguramente no casual, es que no se puede retirar el sueldo en pesos argentinos de las cajas. Solamente se tienen habilitadas las extracciones por sumas altas, que exceden por demás el promedio del salario nacional. Uno de los tradicionales bancos, como el Santander, tiene un piso de 200.000 pesos (1400 dólares aprox.) para retirar en efectivo.
Para poner en perspectiva la magnitud de esta cantidad, es necesario recordar que el salario mínimo en Argentina es diez veces menos que eso. La gran mayoría de los trabajadores no cobra ni siquiera la mitad del piso que el banco pide para los retiros en cash. Al día de hoy un administrativo promedio cobra aproximadamente 50000 pesos. Es decir, que tendría que juntar cuatro salarios íntegros para retirarlos en efectivo por caja.
La única posibilidad de hacerse de billetes físicos es el cajero automático. Claro que no todos funcionan y los que sí, rara vez tienen el máximo disponible que el banco autoriza a entregar. “Importe no disponible, ingrese una suma menor”, es la leyenda que uno suele encontrar en las máquinas. Poder dar con un cajero automático que funcione y que tenga disponible el máximo habilitado es más difícil incluso que encontrar en las góndolas del supermercado los productos a “precios cuidados”.
Sin embargo, más allá de la arbitrariedad, lo preocupante fue la reacción. La oposición no tomó nota del tema y la mayor parte de los argentinos se acostumbró al uso de la tarjeta de débito sin chistar. En un país civilizado, la bancarización, las transferencias y la reducción del efectivo puede significar evolución y adelanto. En un país con una presión impositiva garrafal y una devaluación permanente esto es una especie de corral.
Hoy en día, la gran mayoría de los asalariados utiliza el débito para casi todas sus transacciones. Como ocurre siempre con las distorsiones económicas, a pesar de la retórica populista, el sector “premium” es el privilegiado en todo. Los argentinos de grandes ingresos pueden retirar el efectivo, acceder a dólares en el mercado negro (producto de los pesos que le sobran para ahorro y su disponibilidad física) y negociar “barrani” (en negro) varias de sus operaciones en moneda nacional. Al utilizar la tarjeta de débito y quedar registrada la transacción, hay que resignarse al precio de lista y su pesada carga impositiva.
Quiero creer que en algún momento esto entrará en agenda. Pero con el peronismo en el oficialismo y la lentitud opositora, puede pasar mucho tiempo. Este período de distorsión podría haber sido una oportunidad para hacer ciertas correcciones macroeconómicas. Lamentablemente, no se están haciendo. Cuando se termine por completo todo esto, y los bancos operen normalmente, se experimentará indefectiblemente un aumento en la velocidad del dinero, lo que será sinónimo de mayor inflación y devaluación. Uno de los grandes dolores de cabeza que le esperan a la Argentina en el mediano plazo.
“Porque lo que quieren en el Banco Central es que sea todo mediante transferencia”
Esta mañana, una allegada fue a hacer un retiro de 500.000 pesos, monto que estaría permitido para retirar en efectivo. Dado que en las últimas horas habíamos participado de varios debates en las redes sociales sobre si lo que ocurre hoy es o no “corralito”, o al menos, “corralito light”, decidió grabar el intercambio que tuvo lugar en una caja de un banco de primera línea. Seguramente alguna perlita se iba a poder registrar, pero el resultado fue más evidente e impune de lo que podía imaginar.
“Lo que pasa es que… para todo lo que es retiro, tenemos la obligación de pagar primero en los billetes chicos que tenemos atesorados. Porque lo que quieren en el Banco Central es que sea todo mediante transferencia, me obligan a pagar en billetes chicos”. Buscando desincentivar la extracción en cash, la cajera le decía a la clienta que, si quería su medio millón de pesos, se iba a tener que llevar con ella 5000 billetes de 100 pesos.
Ahora, la pérdida de valor de los billetes de 100 pesos era lo que faltaba para terminar de hacer este escenario aún más perverso. Si uno va a una “cueva” (ni se te ocurra llevar billetes de 50 pesos), los billetes de 100 te los toman por valores inferiores a lo que dice el papel. Es decir, ya ni siquiera 100 pesos son 100 pesos.
Creo que la arbitrariedad evidente no deja muchas dudas. Existe una clara intención por parte del Gobierno, mediante el Banco Central, de restringir el uso del efectivo por las razones antes mencionadas. Los bancos, lamentablemente, son parte cómplice y necesaria.
Por algo los liberales solemos relativizar la cuestión de la “banca privada” cuando tiene que operar bajo normativa y control del Banco Central.