El académico argentino Alberto Benegas Lynch (h) insiste en separar la labor del intelectual de la del político. Para el referente de la Escuela Austríaca, los profesores, escritores y comunicadores tienen que ir por las metas de máxima para correr el eje del debate. En su opinión, esto es una imposibilidad absoluta para el que quiera desarrollarse en el ámbito de la política. Si un candidato ofrece una propuesta que no tiene mayores aceptaciones en la sociedad, se suicida como político, ya que el magro resultado electoral de una campaña incomprendida o rechazada lo sacará del mercado.
Ahora bien… ¿cómo sabemos qué es lo que está pasando en las cabezas de la gente en el día a día? El sistema de precios en la economía permite corregir casi instantáneamente, ya que las preferencias en el supermercado, por ejemplo, dejan en manifiesto qué desean y rechazan los consumidores cambiantes. Pero en el ámbito político una “compra” cada dos años el día de las elecciones no parece ser el catalizador más eficiente para conocer el sentir popular. Con las encuestas y los encuestadores trabajando para los políticos (que son los que les pagan el sueldo) y sus agendas viciadas de intereses, no nos queda más que el olfato para presentir las opiniones mayoritarias y minoritarias.
La cuarentena argentina por la COVID-19 y su discurso oficial tuvo un respaldo absoluto desde todos los medios de comunicación. El planteo bajado por las autoridades, y repetido como un dogma por todos los comunicadores, fue el del encierro y aislamiento total hasta que baje la curva o aparezca la vacuna. Vamos a darle la derecha a Fernández, Larreta y Kicillof, y supongamos que obraron de buena fe, ya que no son pocos los que consideran que detrás de todo esto hubo un plan de fundir al sector privado para que el Estado incremente el poder en toda la economía nacional.
Si “cerraron” el país en pos de una estrategia de salud, fracasaron rotundamente. Día a día los números ejemplares de argentina se van pareciendo cada vez más al del resto de los países y ya hay casos donde los sitios que pusieron en marcha otras estrategias parecen exhibir mejores resultados. No solo en lo económico, también en lo sanitario.
Con el hartazgo total del encierro y el colapso de una gran cantidad de comercios, comenzaron a visibilizarse algunas voces que manifestaban disidencias con el discurso oficial. De esta manera, el analista económico y exlegislador porteño Carlos Maslatón volvió a la televisión con una tesis absolutamente disruptiva: manifestó que el Gobierno constitucional de Alberto Fernández devino en dictadura, que la cuarentena ortodoxa no sirve para nada, que hay que abrir absolutamente todo y que hay que terminar con esta locura con suma urgencia. Pero el impacto de su irrupción en los medios no se limitó a lo díscolo de sus declaraciones. Maslatón, desde sus redes sociales, mostró cómo se dedicó a incumplir sistemáticamente las restricciones, yendo a comer casi todos los días a restaurantes clandestinos, donde paga «100 % barrani», es decir, “en negro”. En su opinión, cualquier acción de las autoridades en su contra es nula constitucionalmente, ya que Fernández jamás decretó el estado de sitio, por lo que todas las normativas recientes serían, como mínimo, discutibles en la justicia.
En sus primeras apariciones, los panelistas de los programas, abanderados de la tesis políticamente correcta del “quédate en casa” salieron con los botines de punta. Los voceros del progresismo no tuvieron problemas en “ponerse la gorra” y pedir que actúe un fiscal de oficio y lo metan preso. Detrás del discurso supuestamente bienintencionado se escondía otra cosa: el pánico a las palabras de un personaje excéntrico que estaba diseminando un discurso peligroso que excedía la cuestión del coronavirus: la importancia de las libertades individuales, el cuestionamiento al Estado sobrepoderoso y la voracidad fiscal absolutamente imposible de cumplir en Argentina.
Maslatón tuvo dos apariciones en el programa Intratables y las diferencias fueron notables. La semana pasada, cuando irrumpió en la gran pantalla con su tesis revolucionaria para el discurso dominante fue apedreado por los voceros del establishment oficial. Lejos de perjudicarlo, en los días siguientes la “revolución barrani” se comenzó a discutir en todo el país. Incluso aparecieron remeras y tazas con la leyenda y no fueron pocos los que mandaron a imprimir cuadros para sus domicilios con el retrato de Maslatón y su causa de la economía en negro, fuera del control gubernamental.
Todavía no tenés tu remera 100% Barrani ?
Encargá la tuya ya ! Taca Taca eh ! pic.twitter.com/TQGN2fGWwW— worker bee (@debysbi) August 27, 2020
Iba a regresar el martes, pero el caso de Fernando Astudillo, desaparecido en lo que parece haber sido un caso de abuso policial en medio de la cuarentena, cambió los planes del programa y Maslatón fue pospuesto. Aunque dice que es «nada más que un usuario de redes sociales», lo cierto es que el personaje en cuestión ya es lo que se conoce como un “influencer”. Su ausencia generó un revuelo en internet, ya que sus miles de seguidores esperaban su aparición pública. De esta manera, el más peronista de los liberales tuvo su 17 de octubre en Facebook y Twitter y la producción del programa no tuvo otra que invitarlo para al programa de ayer. Luego de la aceptación de su discurso por un número importante de personas, los panelistas progres, que son progres pero no boludos, moderaron absolutamente su hostilidad.
Con todo esto, la “ley Maslatón” nos deja una enseñanza: ojo con creerle al discurso hegemónico, que puede haber una mayoría silenciosa aguardando por un catalizador para ser expresada. Pero más allá del aporte a las ciencias sociales argentas, esta ley tiene premio para su descubridor. En las vísperas de las elecciones legislativas, su discurso disruptivo y jugado lo posicionaron en la opinión pública de una manera considerable. Nada más que por decir lo que piensa se ganó una instalación considerable en el público, que a la política tradicional le cuesta fortunas millonarias. A Maslatón le salió muy barato y fue «100 % barrani». ¿Será candidato el año que viene?