
En los barrios de Buenos Aires ha proliferado un nuevo y exitoso fenómeno: el de las cervecerías artesanales. Muchas esquinas de la ciudad son ocupadas por estos emprendimientos de moda que ya generaron algún dolor de cabeza a los vecinos y muchas ganas de regular a los legisladores porteños.
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Según el diario Clarín, que advierte sobre una supuesta peligrosidad de que este negocio no esté regulado más detalladamente en la actualidad, los diputados de la Ciudad Francisco Quintana, Daniel Del Sol, Cristina García, Mercedes De las Casas y Roberto Quattromano, todos del oficialismo, se encuentran trabajando en un proyecto de ley al respecto.
Entre las preocupaciones que motivan la búsqueda de un marco regulatorio se destaca la cantidad de jóvenes que salen de estas cervecerías a consumir en la vereda, donde también pueden fumar. Varios vecinos han presentado quejas sobre las situaciones que se producen en las inmediaciones de los locales, como los ruidos a altas horas de la noche.
Sin embargo, detrás de este fenómeno que para la burocracia, el periodismo y algunos vecinos, pide una regulación más profunda, existen ciertas distorsiones en el mercado, creadas por otras regulaciones, que explican bastante el boom detrás del éxito de las cervecerías artesanales.
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A la hora de repasar la gran cantidad de regulaciones que desembocaron en esta situación, podríamos empezar con la prohibición a los kioscos—locales tipo “drugstore” de Buenos Aires—de vender bebidas alcohólicas. Esta situación generó incluso la problemática de los borrachos centralizados por las noches en locales que “arreglaron” con los controles policiales. Es decir, mientras se le prohibió la venta a miles de comercios, algunos de ellos por medio de un soborno monopolizaron la venta en determinados barrios. Los clásicos ebrios que aparecen en horarios nocturnos, se vieron “centralizados” en estos lugares como bichitos de luz en una lámpara prendida, en medio de una madrugada de verano.
Otra resolución gubernamental a mencionar fue la persecución a los delivery de alcohol que proliferaron, una vez que comenzó a regir la prohibición de venta en los kioscos. Muchos jóvenes consumidores, que se vieron afectado por la “quasi ley seca” de Buenos Aires, respondieron a un sentido empresarial y decidieron abastecer a una demanda insatisfecha. De esta manera, en distintos rincones de la Ciudad, muchos jóvenes se asociaban para comprar refrigeradores y motocicletas y poder trabajar con la metodología del delivery por internet o Whats App. El Estado municipal decidió salir a ahogar este negocio, con una eficiencia que no se le ve, por ejemplo, a la hora de combatir el delito. La conclusión de los jóvenes que vieron fracasar su primer emprendimiento fue que en Argentina es más seguro ser empleado público.
Otras cuestiones a tener en cuenta es la limitación del horario de la venta de bebidas alcohólicas en los supermercados. Cuando los burócratas de Buenos Aires consideraron que ya no se debe vender alcohol —22 horas en la Ciudad y 21 en la Provincia— seguro que no pensaron en los resultados no deseados de la norma. Esto llegó tan al absurdo que las máquinas registradoras, pasando el horario límite, ya no marcan el producto prohibido.
Tampoco hace falta mencionar la prohibición de fumar en bares y restaurantes de Buenos Aires, normativa que viola el derecho de propiedad de los establecimientos, y se relaciona directamente con los jóvenes en la vereda de las cervecerías, fumando de a montones.
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La intención de generar regulaciones para prohibir ciertas cosas, como vemos, no sólo genera resultados no deseados, sino que a veces, no se percibe que el fenómeno a prohibir, es producto de una serie de prohibiciones o arbitrariedades previas.
En lugar de buscar una nueva regulación, que generará más resultados no deseados, hay que ir en el sentido contrario. Destrabar las resoluciones distorsivas, violatorias de la libertad individual y los derechos de propiedad, que generaron estos problemas en un primer lugar.