Resignación o presión. Una de esas dos opciones —quizás ambas— llevaron a Joe Biden a reconocer que la frontera sur de Estados Unidos enfrenta una avalancha migratoria que ningún discurso demócrata puede sostener, ni mucho menos disimular. Y es que cuando los hechos superan a las palabras nada se puede hacer.
Hablar de asilo y prometerlo le ha costado caro al primer mandatario estadounidense. Ya son 17000 menores de edad en centros de detención gubernamental y más de 171.000 ciudadanos centroamericanos detenidos solo en marzo. Esa es la cifra más alta registrada para un mes en los últimos 15 años.
Los números crecen. Al mismo tiempo se reducen las maniobras lingüísticas para evadirlos. Es una “crisis”. Biden lo admitió después de un juego de golf.
El efecto del deporte es indiscutible. Logró lo que centenares de periodistas hace tres semanas en la primera rueda de prensa del mandatario no obtuvieron: llamar al problema por su nombre.
Con el asunto despejado de retórica, la situación de emergencia se percibe a simple vista. Funcionarios estatales y federales —alrededor de 18 000— están movilizados en la ribera del río Bravo, la frontera natural que divide a Estados Unidos de México y que sirve de puerta de entrada a los inmigrantes.
En esa delgada línea natural e imaginaria de los 3169 kilómetros con 1123 kilómetros de muro, helicópteros sobrevuelan y la vigilancia aérea está reforzada por dirigibles no tripulados con tecnología satelital en varios puntos de cruces.
Todo porque el aumento 70 % de los ingresos en la frontera con México desde enero —mes de la posesión de Biden— son atribuibles a su arribo y la percepción que se esparció en el Triángulo del Norte de Centroamérica integrado por El Salvador, Honduras y Guatemala de un giro en las condiciones migratorias.
Argumentos vacíos
Las proyecciones apuntan a la presencia de dos millones de migrantes en la frontera sur este año. Una cantidad que supera a la población de Alaska, Vermont y Wyoming según The Daily Wire.
Así se ve el futuro a pesar de que la frontera de Estados Unidos está cerrada y los funcionarios de Biden lo vociferan por todas las vías posibles, en inglés y en español.
“Vienen porque es el momento en que pueden viajar con menor probabilidad de morir en el camino por el calor del desierto” y también por “las circunstancias en sus países”. Esas son las explicaciones de Biden.
Pero el destino es complejo. A los menores se les deja en EE. UU. y los demás devuelve o se intenta, porque recientemente México amenazó con no aceptar más devoluciones, por la masificación en la frontera. Ya eso es un grave problema para los demócratas que ahora se ven obligados a aceptar y dejar dentro de EE. UU. a familias completas.
La “crisis” traduce caos porque pese al incremento en las medidas de seguridad en la frontera, el flujo continúa porque los migrantes huyen de la violencia, la corrupción y la falta de oportunidades en sus países. A esos factores ahora se suman la desinformación, la pandemia y el cambio climático.
En el limbo político
Para Biden el impacto de la ola migratoria mueve su piso político. Su agenda de amnistía es un problema hasta para los demócratas en el Senado. Un sondeo de opinión revela que votantes en condados influyentes lo responsabilizan de la crisis fronteriza. Además, el 48 % de los votantes de los condados en Arizona, Georgia, Carolina del Norte, Nuevo Hampshire y Pensilvania dijeron que es menos probable que voten por un demócrata en el 2022 debido al aumento de inmigración ilegal.
La demora para tomar decisiones contundentes que contengan la crisis o retrasen el aumento dramático de solicitudes de refugiados deja a los migrantes en el limbo y al presidente en una encrucijada que será decisiva para la próxima contienda electoral, considerando que en 2022 serán las elecciones de medio término en el país, evento donde los republicanos aprovecharán para ganar escaños en el Legislativo, así como gobernaciones claves.
Por otra parte, Las fotografías y videos desde el interior de las instalaciones donde se mantienen a los migrantes durante la pandemia de coronavirus —divulgadas por el senador Ted Cruz— le complican a Biden su estabilidad en el poder.
Una opción sin solución
En tres meses de conflicto, Biden no ha pisado la frontera. Sus huellas no están ni en Texas ni Arizona como tampoco las de Kamala Harris, a quien le encomendó el manejo.
Desde Washington asegura que “ella está liderando el esfuerzo, porque es importante poner a alguien que, cuando hable, nadie tenga que preguntarse dónde está el presidente. Cuando ella habla, habla por mí. Ella no tiene que consultar conmigo, sabe lo que está haciendo”.
El detalle es qué y cuándo porque la patrulla fronteriza de Estados Unidos está abrumada. Las fuerzas del orden y los alcaldes locales están pidiendo ayuda. Los ciudadanos de las comunidades fronterizas están preocupados por su seguridad y las organizaciones sin fines de lucro, tensas.
Hasta ahora lo único cierto es que viajará “pronto” a México y Guatemala, aunque vaticina el fracaso al afirmar que “el problema no se resolverá de la noche a la mañana”. En campaña las cuentas eran otras.
#EFETV | Kamala Harris viajará pronto a México y Guatemala para hablar sobre migración. https://t.co/uJB3dKkNGL pic.twitter.com/YPoq17y6bV
— EFE Noticias (@EFEnoticias) April 14, 2021