Por Marcelo Duclos
Es usual que el chavismo sea noticia internacional por diferentes cuestiones relacionadas al colapso político económico total que sufren los venezolanos.
La violencia, la reclusión de presos políticos, la inflación más alta del mundo, la escasez de bienes de primera necesidad, las tarjetas de racionamiento y las colas interminables (que ya cuentan con varias víctimas fatales aplastadas por avalanchas) son las protagonistas de las noticias venezolanas.
El modelo político se ha vuelto indefendible, al punto que son muy pocos los que se animan a justificar las penurias responsabilizando, en sintonía con Maduro, a la guerra económica y a la lucha contra los especuladores.
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Desde la izquierda las opiniones se dividen entre los que revindican Chávez, con el argumento de que nada de esto hubiese pasado bajo su órbita y los que reconocen que todo salió mal, pero como si se tratara de un fenómeno particular relacionado con la corrupción o inoperancia del gobierno. Entre estos casos se puede destacar el del exedil catalán socialista Manel Martínez, que luego de su visita a Venezuela declaró: “Esto no es socialismo, es una vergüenza. Lo de aquí nada tiene que ver con el socialismo que me enseñaron”.
Martínez no miente, lo que se enseña en relación al pensamiento socialista en todas partes del mundo es que por medio del colectivismo y la planificación económica centralizada se llega (o llegaría) a la justa distribución de ingresos, bienes y servicios. No al hambre, la miseria y la dictadura. Lo que debemos preguntarnos es por qué luego de tantos intentos prácticos fallidos se sigue sin cuestionar la validez de la teoría.
Es común escuchar ante cada fracaso socialista en particular que en realidad no se trató de un “verdadero socialismo”, ya éste no pudo ser aplicado de la forma más pura por diversas razones. Ya sea por falencias o tibieza de la dirigencia, o por las presiones recibidas por imperialistas o capitalistas abocados a hacer fracasar un nuevo intento revolucionario.
Lo cierto es que ante cada experimento socialista, lo único que varía es el nivel de desastre obtenido. Lo cierto es que la experiencia indica que a diferencia de lo que se sugiere desde la izquierda, que estos proyectos fracasan por falta de socialismo real, lo que sucede es todo lo contrario: a mayor grado de implementación de una economía centralizada, mayor es el grado de desastre.
Si el Estado se propone intervenir algunos precios, conseguirá distorsiones. Si se dedica a suplantar el sistema de precios de mercado por resoluciones ministeriales, conseguirá desabastecimiento.
Veamos los motivos por los que los desajustes de los países soviéticos, que parecían formar parte de los libros de historia y que solo se reeditaban en la Cuba de los Castro, reencarnan idénticos en la República Bolivariana.
En la década del 20, cuando el mundo miraba con optimismo la Revolución Rusa, el economista austriaco Ludwing von Mises advertía en El cálculo económico en el sistema socialista que el intento de plasmar las propuestas marxistas fracasaría irremediablemente:
“Cuando una sociedad abandona la libertad de precios de los bienes de producción se hace imposible la producción racional. Cada paso que aleja la producción privada de los medios de producción y el uso del dinero es un paso más que nos aleja de la actividad económica racional”.
Mises pone énfasis en tres cuestiones: el sistema de precios, la propiedad privada y la moneda.
Para el economista la propiedad privada permite una correcta asignación de recursos mediante el sistema de precios. Estos funcionan como señales que permiten la utilización eficiente de los recursos limitados en el marco de una economía basada en la división del trabajo. Modificar precios por resoluciones administrativas y pulverizar la unidad monetaria mediante emisión descontrolada ha generado el mismo fracaso en todos los lugares del mundo por más de cuatro mil años.
Dando la espalda a la evidencia histórica, el gobierno venezolano pensó que podría hacer funcionar lo que no ha funcionado nunca. Pero el Estado termina con más gastos que ingresos y estos son cubiertos mediante la emisión. La inflación es inevitable y el control de cambios no hace otra cosa que disparar el valor del dólar en el mercado negro.
Los efectos en los precios, en lugar de llevar al gobierno a repensar su política monetaria, terminaron en la “Superintendencia de Precios Justos”. Como advirtió Mises hace casi un siglo, el precio de un producto en el mercado es nada más ni nada menos que una señal. Alterarla termina afectando el sistema que produce un determinado bien, que pasa a desaparecer de la disponibilidad del consumidor.
Siguiendo el manual equivocado, los trasnochados se dedicaron a expropiar las fábricas que no producían a los precios que ellos deseaban. Una vez más la historia demostró que los burócratas no pudieron ni supieron producir nada. Se liquidaron los stocks, los capitales se fueron del país y Venezuela se hundió en la más profunda miseria.
En el año 301 el edicto de Diocleciano, que intentó controlar los precios luego de las devaluaciones de la moneda romana, ya había fracasado inclusive con las amenazas de muerte del emperador a los comerciantes desobedientes. Durante la Revolución Francesa la “Ley del Máximo” no hizo otra cosa que incrementar el trabajo del verdugo de la guillotina. En la historia más reciente el nazi Herman Goering también advirtió a sus captores que si intentaban la planificación económica centralizada, fracasarían:
“Si intentan controlar precios y jornales, es decir el trabajo del pueblo, deberán controlar la vida de las personas. Y ningún país puede intentarlo a medias. Yo lo hice y fracasé”. La liberación de precios de Ludwig Erhard que sacó a Alemania del desastre absoluto de la posguerra fue llamada el “Milagro Alemán”. Si bien debe haberse denominado así por el sorprendente resultado de las medidas, lo cierto es que no ocurrió ningún milagro. Mediante la reinstauración de precios libres las personas volvieron a coordinar en el mercado y recuperaron el acceso a los bienes y servicios. Un milagro en realidad hubiese sido que las ideas socialistas, que destruyen la propiedad privada y el sistema de precios, artífices del desarrollo, puedan terminar en bienestar y no en miseria y dictadura.
Las fallas teóricas del socialismo continuarán dando el mismo resultado práctico una y otra vez en cualquier lugar del mundo sin importar el gobierno que busque implementarlas. Quedará en nosotros aprender de la historia, si deseamos seguir ignorando la teoría, no volver a fracasar con un Socialismo del Siglo XXII o XXIII. Mientras tanto la realidad seguirá recordándonos cuándo los chinos dejaron de morirse de hambre, para qué lado van las balsas, si de Cuba a Miami o al revés, cuál de las dos Coreas funciona civilizadamente y para qué lado cayó el muro de Berlín.
Marcelo Duclos nació en Buenos Aires en 1981. Músico y periodista egresado de TEA. Estudió la maestría de Ciencias Políticas y Economía en ESEADE. Columnista invitado de política y economía en Infobae. Coordinador de Comunicación de la Fundación Friedrich Naumann para la Libertad, Argentina.