Como es sabido, las palabras resultan esenciales para pensar y para transmitir pensamientos, por lo que deben ser lo más precisas posible a efectos de evitar malentendidos y confusiones de diverso calibre.
En esta línea argumental observamos cada vez con mayor preocupación lo que a esta altura nos parece un uso anticuado y algo embrollado de los términos derecha e izquierda. Lo primero siempre fue pastoso: por un lado, se identifica con el fascismo, y por otro, con el espíritu conservador en el peor sentido de la palabra, es decir, no apuntando a conservar la vida, la libertad y la propiedad, sino como anclado y encajado en el statu quo, incapaz de dejar pesadas telarañas mentales, lo cual es un atentado contra el progreso. Si fuera por estos conservadores, no hubiéramos sido capaces de zafar del garrote y la cueva, puesto que el arco y la flecha eran algo nuevo y distinto de la rutina.
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Con más énfasis, sin embargo, señalamos que hoy día esos dos lugares geográficos se han convertido en expresiones más o menos anodinas, similares a referirnos a arriba, abajo, atrás o adelante. Es mucho más claro y preciso aludir a estatismo o liberalismo; en diversos grados, claro está, pero son términos que remiten sin equívocos y vacilaciones a dos posiciones en el espectro de las ideas. Desde luego, con todo el indispensable debate, bien alejado de la peste del dogmatismo, lo cual es la antítesis del liberalismo, siempre abierto a nuevos paradigmas y a distancia sideral de la llamada ortodoxia que, como dice Karl Popper, es un campo propio de la religión.
Para complicar más las cosas, con el tiempo aparecieron la nueva izquierda, la nueva derecha y tal vez aparezca la requetederecha y la requeteizquierda, y pueden irrumpir otras sorpresas de mayor espesor, pero siempre escarbando en el mismo pozo confuso y lleno de acechanzas y epítetos cruzados que trata de calmar otra terminología geográfica, esto es el llamado “centro”, con el mismo resultado.
Como es sabido, el estatismo se traduce en que el monopolio de la fuerza se arroga facultades que van más allá de asuntos tales como la seguridad y la justicia, dos funciones fundamentalísimas que los gobiernos generalmente no cumplen y en su lugar se abocan a todo tipo de aventuras que naturalmente perjudican a todos, pero muy especialmente a los más necesitados.
Por su parte, el liberalismo es el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros. Es decir, el respeto recíproco en el contexto de entender que los derechos no se toleran, se respetan, y en esta línea argumental es medular comprender que esto en modo alguno significa compartir el proyecto de vida del vecino. La tolerancia encierra cierta connotación inquisitorial y de soberbia, puesto que equivale a un perdón a los que están equivocados, encajando la verdad en el que tolera.
El conocimiento tiene la característica de la corroboración provisoria, sujeto a refutaciones. El debate abierto es condición necesaria para el aprendizaje. Más aún, a uno puede resultarle repugnante el proyecto del vecino, pero bajo ninguna circunstancia puede recurrirse a la fuerza, a menos que se produzcan lesiones de derechos. Esto último es la única condición que da pie al uso de la fuerza, es decir, defensiva, bajo ninguna circunstancia ofensiva. Esto que parece una obviedad no lo es cuando se filtra el aparato de la fuerza en áreas que en una sociedad libre son privativas de cada uno y bajo su responsabilidad. Y ya sabemos que el liberalismo no se corta en tajos, se trata de aspectos indisolubles de moral, derecho, filosofía, economía y epistemología. Cuando los megalómanos dan rienda suelta a sus caprichos respecto de lo que debería hacer cada uno con su vida y su propiedad se incurre en una insolencia y constituye una bofetada a la inteligencia y al sentido común.
Seguramente uno de los textos más difundidos en ciencia política sea el de Norberto Bobbio titulado “Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política”. Bobbio resume la definición de izquierda en “la razón de ser de los derechos sociales […] es una razón igualitaria”. En este contexto opone la derecha a lo anterior; sin embargo, desde la perspectiva liberal no hay tal cosa como “derechos sociales”, se trata simplemente de derecho como la facultad de hacer o no hacer con lo propio, pero de ningún modo coactivamente con el fruto del trabajo ajeno. Además, la guillotina horizontal que impone el igualitarismo empobrece y denigra. También cabe destacar que la denominada derecha tiene ribetes autoritarios en el sentido de imponer la generalización de visiones que son incompatibles con la libertad en el sentido de “ausencia de coacción por parte de otros hombres”.
Antes he escrito parcialmente sobre lo que sigue, pero cabe destacar el texto de Steven Lukes que lleva un título con doble sentido: “What is Left?”, lo cual significa simultáneamente “¿Qué es la izquierda?” y “¿Qué queda [de la izquierda]?”. Este ensayo debe complementarse con el de Giancarlo Bosetti (“La crisis en el cielo y en la tierra”). En este último caso, el autor escribe: “La izquierda no es ya o, en todo caso, no puede continuar siendo cosas como estas: la planificación centralizada, la abolición de la propiedad privada, el colectivismo, la supresión de las libertades individuales, la intención de enderezar el ‘leño torcido’ kantiano, de plasmar al hombre y la sociedad de acuerdo con el proyecto elaborado por una vanguardia intelectual”. Es pertinente aclarar que la cita kantiana completa de su obra de 1784 es: “Con un leño torcido como aquel del que ha sido hecho el ser humano nada puede forjarse que sea del todo recto”, lo cual es otro modo de decir que la perfección no está al alcance de los asuntos humanos. Sobre la base de esta cita se decidió el título de una de las colecciones de Isaiah Berlin (“The Crooked Timber of Humanity”). Autores como Anthony de Jasay –tal vez el pensador liberal más sofisticado de nuestro tiempo– recuerdan que “no estamos en la búsqueda de un sistema perfecto”, ya que tamaña meta no resulta posible para los mortales. Y eso es lo contrario de lo que ocurre con todas las utopías socialistas que tantas masacres y sufrimientos han provocado con su pretensión de torcer la naturaleza del ser humano en la busca de ese engendro que sería el “hombre nuevo” que se exime de contrariedades en un mundo idílico.
Es curioso, pero hay pensadores de una gran solvencia y enjundia en diversas materias que cuando abordan el tema social-laboral se desvían por completo de sus propias premisas a favor de la libertad para internarse en un galimatías de prepotentes intromisiones estatales.
El dictum de Kant en cuanto a que “el sabio puede cambiar de opinión, el necio nunca” puede revertirse si este abandona su postura y presta atención a los argumentos. En resumen, recurrir a liberal o estatista simplifica en grado sumo el terreno de la ciencia política y permite ubicar posiciones.