Tras las primeros siete meses de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, México está entrando en una fase económica crítica: proximidad de una recesión, posibilidad de perder el grado de inversión, caída vertiginosa en la creación de empleos y en la actividad económica, parálisis prolongada de las inversiones, crecientes dificultades presupuestales, posibilidad de que Estados Unidos aplique aranceles a todas nuestras exportaciones. Se acercan tiempos difíciles; de vacas flacas, como decían los abuelos.
Ante tal cuadro, pesimista por necesidad, ¿es razonable una política como la recientemente implementada por el gobierno López Obrador, de regalar dinero a los gobiernos centroamericanos para, supuestamente, crear empleos y combatir la inmigración, sin ningún tipo de condicionamiento ni supervisión?
En total, el gobierno mexicano anunció un programa para repartir un total de 100 millones de dólares entre los gobiernos centroamericanos, básicamente Guatemala, Honduras y El Salvador, como política migratoria. De ellos, 30 millones de dólares acaban de ser entregados al gobierno salvadoreño en una poco afortunada visita del nuevo presidente de ese país, Nayib Bukele.
Durante ella, Bukele, con sus desmedidos elogios a López Obrador, se puso al nivel de los “intelectuales” y tuiteros mexicanos oficialistas, esos que hablan de los funcionarios mexicanos como nuevos héroes de la Patria o que le exigen a López Obrador que los use, les de órdenes y les marque agenda. Pero, bueno, 30 millones de dólares quizá justifiquen cualquier indignidad, aunque después sea acompañada de críticas a México, como hizo Bukele, o actitudes jactanciosas, presumiendo haber recibido ese dinero en apenas unos minutos de trabajo.
No deja de haber una grave inconsecuencia de fondo: mientras México pide al BID un préstamo de 20 millones de dólares para construir infraestructura migratoria, su gobierno entrega 30 millones de dólares a Bukele para crear empleos en El Salvador sembrando árboles. Ciertamente, 100 millones de dólares no es un monto descomunal, pero lo es si tienes que pedir prestado para reponerlos. Es incluso peor si dejas a niños sin tratamientos para el cáncer o la insuficiencia renal, como efectivamente sucede en los hospitales públicos mexicanos. López Obrador regala millones mientras su pueblo sufre la escasez, y sin advertir que viene lo peor.
Pero lo más grave es que a veces se nos olvida que el Estado no puede andar regalando nada. El Estado no produce nada, no crea riqueza, no es dueño ilegítimo más que de lo mal habido. En tal sentido, su dinero es el que quita por medios coactivos a los contribuyentes mexicanos, que además no le hemos autorizado a regalarlo a otros países. Esto revela uno de los más graves déficit de López Obrador: gobierna sin mecanismos de control democrático, creyendo que todo le está permitido. Y todo para colmar unas cada vez más visibles ansías de reconocimiento y veneración.
Adicionalmente, es necesario alertar sobre las casi siempre falsas expectativas de la ayuda externa. Es útil repetirlo en este caso: Toda ayuda externa sin condicionamiento ni supervisión terminará indefectiblemente en la bolsa de la corrupción. Incluso aunque no terminará allí, toda ayuda debe medirse para saber si realmente logra resultados y genera desarrollo. De lo contrario, la ayuda externa es un gran cementerio de políticas ambiciosas y fracasadas, de dinero del contribuyente tirado a la basura.
Peor aun: los problemas de los países, lejos de disminuirse con más dinero, pueden agudizarse todavía más por efecto de la corrupción y de la falta de incentivos. Son muchos los casos donde los países en lugar de mejorar, agregaron a sus problemas una desaforada corrupción y una rebatinga (política primero y después armada) por el dinero “gratis”, así como una falta de deseos de mejora de la población “beneficiada”.
No olvidemos la advertencia de Ludwig von Mises en The Plight of Underdeveloped Nations (1952): “El problema de hacer que las naciones subdesarrolladas sean más prósperas no puede resolverse con ayuda material. Es un problema espiritual e intelectual. La prosperidad no es simplemente una cuestión de inversión de capital. Es un tema ideológico”. Y lo mismo puede decirse de ayudar siempre a su población. Al final, quien dependa siempre de la caridad de otros no puede vivir con dignidad.
Los problemas de la gente no se resuelven regalándoles dinero, ni dándoselos por hacer trabajos inútiles e improductivos, como subyace en el fondo del acuerdo López Obrador-Bukele, sino con la promoción y la existencia de mercados abiertos, del libre comercio, de la protección de la propiedad, de un Poder Judicial independiente y efectivo, y de estructuras estatales que no interfieran con la iniciativa privada. Si se dan esas condiciones, las personas tendrán la oportunidad y el estímulo para producir algo y ofrecerlo en venta. Cuando esto ocurre, después de poco tiempo, apenas necesitarán de ayuda para el desarrollo, y sus “salvadores” y demagogos estarán de más.