Por Alejandro Sala
La política económica que el presidente electo de Argentina, Mauricio Macri, se propone llevar a cabo, no contempla un programa de reforma estructural. Los planes de Macri no tienen prevista la erradicación de la matriz estatista sobre cuyas bases la economía argentina está asentada.
Esto implica que seguirá siendo necesario mantener una enorme presión impositiva para solventar los gastos del Estado. Es concebible, sin dudas, que la gestión estatal sea más eficiente que lo que ha sido hasta ahora y que los niveles de corrupción sean más bajos. Esa ha sido, al menos, la impronta que Macri ha dado a su gestión como jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Se puede esperar que traslade su esquema al Gobierno nacional.
Es poco probable, por lo tanto, que bajo la gestión de Macri la economía argentina colapse. Macri es un hombre consciente de la imposibilidad de sostener cualquier programa económico en un contexto de desequilibrio fiscal crónico.
Los economistas que ha puesto a cargo de las diferentes áreas de Gobierno son gente idónea, dentro del paradigma estatista en el que se desenvuelven. El punto que está en discusión es, precisamente, esa estructura estatista, dirigista, intervencionista, a la cual Macri no se propone erradicar para reemplazarla por un ordenamiento liberal.
La presencia de ese estado “elefantiásico”, que había comenzado a ser reducido en los años 90 pero que recuperó y amplió su volumen durante el Gobierno kirchnerista, configura una “mochila” muy pesada para el verdadero despegue de la economía. La carga tributaria es demasiado elevada como para posibilitar la rentabilidad de muchos proyectos empresariales y, al mismo tiempo, constituye un obstáculo imposible de sortear para el desarrollo de un proceso intensivo de capitalización.
Por lo tanto, el panorama que cabe avizorar es una economía que quizá no colapse, pero que difícilmente crezca de manera sustancial. Para que las inversiones se desplieguen, la economía se desarrolle y la onda del bienestar se propague hacia todos los sectores de la sociedad, es indispensable reducir sustancialmente el Estado, reducir los impuestos, eliminar regulaciones y liberar las energías creativas de los individuos. Como no cabe esperar que Macri satisfaga esas condiciones, no se puede suponer que el proceso económico vaya a transitar por el círculo virtuoso del crecimiento y la elevación del nivel de vida.
Este cuadro, que nos hace presumir una economía no demasiado próspera, aun cuando no llegue a colapsar, tendrá, inevitablemente, consecuencias políticas. Uno de esos efectos es que una parte minoritaria pero no desdeñable de la población experimentará un sentimiento de disconformidad y considerará que la falta de resolución por parte de Macri para afrontar el problema de la desmesura del Estado, merecerá una expresión de rechazo.
Sería ilusorio esperar que una fuerza de extracción liberal pudiera disponer de un peso numérico relevante
En este contexto, la oportunidad para que una fuerza de extracción liberal, que reivindique la reducción del Estado, las privatizaciones de las empresas estatales, la disminución sustancial de las prebendas sociales y otro tipo de medidas similares, encontrará un espacio disponible que podría ser aprovechado en las elecciones legislativas de 2017.
El ciclo kirchnerista, con toda su carga de autoritarismo y arbitrariedad, impidió el desenvolvimiento de una fuerza representativa del liberalismo, que, de haber emergido, hubiera sido un blanco muy favorable para los ataques del gobierno. Ahora, al desaparecer el kirchnerismo del primer plano y quedar restablecido un orden republicano y pluralista, el debate económico, donde el liberalismo es particularmente fuerte, vuelve al primer plano. La posibilidad de que una fuerza representativa del liberalismo recupere protagonismo comienza a quedar despejada.
Pero es necesario comprender que el espacio que un partido liberal puede ocupar en el escenario político argentino es marginal. Sería ilusorio esperar que una fuerza de extracción liberal pudiera disponer de un peso numérico relevante. ¿Cuál es entonces la función que a un partido liberal le compete cumplir en la escena política?
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Esencialmente, ser una usina de ideas, de presentación de soluciones diferentes a las convencionales, de disposición a afrontar costos políticos por contrariar el pensamiento estatista predominante… La política argentina es muy pobre en términos conceptuales. Entonces, una fuerza liberal, aunque no tenga peso como para ganar las elecciones, sí puede inocular contenido en el debate y “empujar” para llevar el eje de las discusiones hacia un punto más cercano a la racionalidad.
En las circunstancias actuales, considerando el estado general del país y el “destierro” que el liberalismo viene sufriendo desde 2003, semejante aporte no sería en absoluto desdeñable.
Alejandro Sala reside en Buenos Aires, es autodidacta, y escribió el libro El Espíritu del Mercado.