El socialismo blando se filtra como humedad en la democracia mexicana. Reformista y corrupto, no revolucionario armado, va destruyendo o bien tripulando, tomando el control de las instituciones, una a una. Va diluyendo las fronteras entre un poder de la Unión y el otro, engrosando al Ejecutivo y subordinando al legislativo y al judicial.
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La agenda del progresismo, del globalismo occidental, se ha ido desahogando en México, en no poco, a través de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), cuyo ministro presidente, Arturo Zaldívar, luce más bien como todo un activista de la marea verde abortista, así como del supremacismo feminista, LGBT y transexual, y un militante y promotor de la ideología de género.
Así, le ayudó al partido de Andrés Manuel López Obrador, a Morena (y a la agenda 2030) a sentar antecedentes legales que avalan de facto el aborto en todo el país, y de la SCJN ha emanado la propuesta de que los menores de edad puedan “cambiarse” el género, sin siquiera ir acompañados de sus padres, sino con cualquier adulto, en un simple trámite de ventanilla.
Bien, pues esa misma Suprema Corte, ahora avala el carácter “constitucional” de una iniciativa de ley de la industria eléctrica propuesta por López Obrador, cuyo objetivo se resume en lograr que el Estado monopolice la generación y distribución de energía eléctrica, quedando fuera la participación extranjera, y de paso también la nacional.
Estos constructores del socialismo blando en México argumentan que la iniciativa busca facilitar el camino para la soberanía energética, que tendría que ser interpretada en no comprar nada al extranjero.
Hasta ahí, ya hay problemas, porque esto es una trampa: aún los países más desarrollados compran fuentes de energía a otros. Un caso muy sonado y actual es el de Alemania, cuya dependencia a Rusia respecto a la adquisición de gas, es todo un predicamento geopolítico para Europa.
China, Japón y Estados Unidos compran bastante fuera de sus fronteras en materia de energía, así que el modelo de López Obrador realmente no tiene sustento. Pero aún suponiendo que se intentara que México se bastara a sí mismo en energía, no habría razones para dejar fuera a los inversionistas mexicanos, como se pretende con esta ley.
De esta forma, la iniciativa se aleja del “patriotismo”, o de la búsqueda de la “soberanía energética”, para ir por la estatización de la electricidad, lo cual, dicho de manera llana, se conoce como “socialismo”. Así de simple y de duro.
Cuando decimos “socialismo blando”, el carácter de lo “blando” no está en que se apliquen medidas suaves o moderadas que afecten poco a la población, sino en que el socialismo se va instalando poco a poco, no mediante las armas, sino, en la primera ocasión, mediante las urnas.
Pero enseguida en las siguientes elecciones se van quedando en el poder valiéndose de reformas a la constitución y a las leyes electorales, tal como lo hicieron Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa, en su momento.
Hoy en México la izquierda ya cuenta con la voluntad de la SCJN. Morena, el partido fundado y liderado por López Obrador, marca la pauta a los ministros sobre cómo han de votar. Además, en el caso de la más reciente votación, a favor de la constitucionalidad de la iniciativa de ley de la industria eléctrica, los ministros recibieron un día antes, una visita del secretario de Gobernación, Adán Augusto López, otro tabasqueño de la confianza del presidente socialista.
De esta manera, lo que hoy ocurre en México, preconfigura que López Obrador, por gracia de la Suprema Corte, pueda perpetuarse en el poder luego de 2024, cuando terminaría su periodo normal de gobierno. Es el guión de los tiranos en Hispanoamérica.
Por si esto fuera poco, López Obrador ha amagado que en caso de no conseguir la aprobación de su reforma socialista este martes 12 de abril, por falta de votos legislativos, impulsaría una reforma a la ley de minería que estatizaría de facto al litio, con lo cual piensa que afecta los intereses de los mismos grupos económicos que hoy quiere perjudicar con su ley eléctrica, ahuyentado inversión extranjera, a la que considera “saqueadora” de los bienes nacionales.
Con lo del litio sigue la ruta esbozada ya por el comunista Gabriel Boric en Chile, quien desde su campaña amagó que estatizaría ese mineral ligero que hoy es operado por empresas con capital mixto, parte pública y parte privada.
Pero en Chile ya China controla la electricidad y no tardarán en entregarle también el litio, a cambio de amplios fondos, suscripción a la Nueva Ruta de la Seda y a mucha infraestructura de energía y comunicación, en la línea de Alberto Fernández.
Así, en México, López Obrador podría acabar entregando también la electricidad a China, o más probablemente el litio, a cambio de acaso mucho más de los 20 mil millones de dólares que está recibiendo Argentina al entrar en la ruta posmoderna de la seda; a cambio de los fondos que hagan flotar a la economía y del respaldo político que le permita perpetuarse en el poder.
México ha sido parte del globalismo occidental, amarrado con el Tratado de Libre Comercio que sostiene con Estados Unidos y Canadá, pero en cuanto ha empezado a afectar intereses norteamericanos y se agrave la animadversión de la administración Biden contra sus jugadas, el presidente mexicano tendrá que buscar nuevos cobijos geopolíticos.
Lo haría en la misma línea que lo han hecho sus grandes amigos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, alineados con Rusia y con China, en un nuevo club rojo hispanoamericano de eurasianistas que buscarán en algún momento salir del sistema Swift y buscar las maravillas que les ofrecerá el otro bloque, el de Eurasia, donde la economía no está dolarizada y habría grandes estímulos fiscales y económicos que hoy no encuentran.
Ya China es el principal socio comercial de varios países de Hispanoamérica y Estados Unidos busca recuperar su conexión extraviada y descuidada por décadas con países al sur de su frontera.
Hoy quiere comprarle petróleo –hasta 500 mil barriles- a la Venezuela que es cercana a Rusia, China e Irán. Veremos cómo intentaría recuperar a México, antes que este país se refugie en la sombra del Gran Dragón, bajo un nuevo orden mundial, ya que el globalismo occidental, como lo conocíamos, se extingue, como bien lo dijo Larry Fink, cabeza de BlackRock y “amigo” de López Obrador.