EnglishLa semana pasada, el Departamento de Comercio de Estados Unidos finalmente cedió a la presión para permitir exportaciones limitadas de crudo… o algo por el estilo. En realidad lo que hizo el Departamento fue redefinir algunas variedades ultra ligeras de petróleo conocidas como condensados, los cuales han sido parcialmente procesados como “productos refinados”, en lugar de tratarse de “petróleo crudo”.
La medida no fue particularmente sorprendente, ya que los condensados se venden con una prima en Europa y la capacidad de refinación de condensados en Texas, cerca de los campos, es limitada. Los productores han estado presionando durante meses para relajar la prohibición de las exportaciones de crudo que data de la era de los 70, y de esta manera darle salida al exceso de condensado en Texas. La medida tiene sentido, e incluso la junta editorial del Washington Post la ha respaldado.
Independientemente del cambio, el hecho de que el Departamento de Comercio tuvo que ajustar las definiciones en vez de que el Congreso legalizara las exportaciones de crudo directamente, pone en evidencia los problemas de un sistema sumamente disfuncional. La política energética de Estados Unidos nació de la crisis del petróleo de los años 70. Como la mayoría de las políticas que se implementan en época de crisis, está llena de metas equivocadas. De hecho, desde hace más de 40 años, los Estados Unidos han basado gran parte de su política en evidentes malentendidos sobre cómo funcionan los mercados de energía y cómo reaccionan a los cambios en las políticas.
M.A. Adelman, profesor del MIT y uno de los mayores expertos en política energética del siglo 20, expuso muchos de estos malentendidos en su libro El Genio fuera de la botella, escrito en 1996. El libro hace un recuento de más de 20 años de convulsiones en el mercado de la energía y las políticas resultantes, y saca una serie de conclusiones que siguen siendo relevantes hoy en día.
La más importante de estas conclusiones es el concepto de la escasez de energía. La comprensión del hombre de a pie de los recursos naturales se puede resumir como una de tantas variaciones del siguiente enunciado: “Nos estamos quedando sin el recurso X, por lo que tenemos un número Y de años de abastecimiento a las tasas de uso actuales”. Adelman deja claro que este punto de vista no tiene sentido. Las leyes de la oferta y la demanda se aplican al petróleo al igual que a cualquier otro producto. A medida que se agoten las fuentes de crudo barato y de fácil acceso, los precios subirán, proporcionando un mayor incentivo para la búsqueda de nuevos campos o haciendo rentables campos previamente marginales.
Además, a medida que suben los precios, hay un incentivo aun mayor para innovar y encontrar nuevas maneras de utilizar menos petróleo, encontrar sustitutos del petróleo, o encontrar nuevas maneras de sacar más provecho de los campos conocidos. Una vez se entiende esto, no resulta sorprendente que la producción de Estados Unidos se haya incrementado después de años de precios altos.
Otro punto importante del análisis de Adelman es que la necesidad “tener acceso al petróleo” es un objetivo de política exterior totalmente equivocado e incentiva una enorme cantidad de malas políticas. Esta forma de proteccionismo petrolero es lo que llevó a la prohibición de la exportación de curo e impregna la lógica de gran parte de la política exterior de Estados Unidos en regiones como el Medio Oriente. El hecho es que en la era que comenzó en los años 70, ha habido un mercado de crudo mundial unificado.
Tener “acceso al petróleo” no significa que la nación tenga que gozar de “independencia energética”, como muchos conservadores sueñan, o que que tengamos que complacer a los monarcas de los estados petroleros. Incluso cuando Estados Unidos sufría un embargo en 1973, los países no sujetos a embargo simplemente siguieron revendiéndole petróleo a Estados Unidos que habían comprado previamente a la OPEP. La amenaza de que alguien podría cortar la oferta de petróleo a Estados Unidos es un mito desmentido por 40 años de historia.
Estos dos factores, combinados con la natural aversión del pueblo estadounidense a los altos precios de la gasolina, forman un cóctel peligroso para la política pública. Los recuerdos de las filas para cargar gasolina durante la crisis del petróleo de la década de los 70 todavía permanecen en la conciencia pública, y el temor de que nos estamos “quedando sin petróleo” persiste. El deseo de proteccionismo energético es muy común, como se ha visto con el lento desarrollo de la apertura de las exportaciones de petróleo crudo, y la oposición paralela a las exportaciones de gas natural.
El Wall Street Journal señala que los opositores a las exportaciones citan los aumentos de los precios internos de la energía como la principal justificación para continuar con la prohibición. Las nuevas medidas para abrir los mercados del petróleo son positivas, pero falta mucho por hacer para lograr una política energética sólida en los Estados Unidos. Hemos vivido 40 años bajo un régimen de regulación de la energía que tenía como objetivo detener una amenaza inexistente. Es hora de reformar y abrir del todo el mercado de la energía en Estados Unidos.