El 10 de diciembre comienza un período histórico en Argentina. El próximo presidente llega, a diferencia de la gran mayoría de los jefes de Estado de la democracia, con un mandato claro, de corrección de todas las problemáticas económicas que aquejan al país. Lamentablemente, hubo que tocar fondo para que la mayoría de los ciudadanos decidiera rechazar abiertamente la propuesta populista de felicidad para todos, que no es otra cosa que la garantía de la profundización de la miseria y el fracaso.
Para su asunción, Javier Milei le pidió a sus partidarios que se hagan presentes en el Congreso con los colores de la bandera argentina. Si fuese un país medianamente normal, el público sería simplemente decorativo y el éxito o el fracaso del gobierno dependería de sus representantes y del programa. Aquí la cosa es distinta. El diagnóstico y la hoja de ruta es la acertada. Si se puede poner en marcha el plan, el único resultado posible es el retorno a la Argentina potencia. Sin embargo, los que decidirán todo son los argentinos de a pie.
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Para que el plan de reformas necesario llegue a buen puerto, en beneficio de los argentinos de bien, la “corporación” deberá perder sus privilegios. Hablamos de esa casta transversal que corta a toda la sociedad, que va desde los políticos populistas, que se perpetúan en el poder, pasando por los industriales que no quieren competir en el mundo global y terminando con los que están cómodos viviendo sin trabajar a expensas de los contribuyentes con los planes sociales. También están los sindicalistas, que no luchan por el beneficio de los trabajadores, y los periodistas que están más comprometidos con los que le pagan la pauta oficial que con el público. La tarea de desarticular este engranaje no la puede hacer una persona. Ni aunque fuera el presidente de la Nación.
VIVA LA LIBERTAD CARAJO pic.twitter.com/IMKaqf3bz2
— Javier Milei (@JMilei) December 5, 2023
¿Por qué es fundamental el apoyo de la ciudadanía en este proyecto? Porque la corporación prebendaria no podrá ir por el gobierno si Milei cuenta con un abrumador respaldo en la opinión pública. En los primeros días luego de la elección, ya vimos algunas actitudes que muestran que los principales modelos del antiguo régimen sienten que deben estar a la defensiva, pues aunque en el fondo quieren que nada cambie no lo pueden manifestar. Algunos ejemplos de esto lo dieron Facundo Moyano, que decidió cuestionar abiertamente a la izquierda kirchnerista o el gobernador de Tucumán, que ahora habla de responsabilidad fiscal, como si hubiera sido poseído por el espíritu de Juan Bautista Alberdi. Estas actitudes, que dejarán al presidente electo comenzar su gestión con relativa tranquilidad, se explican con una sola cosa: hoy por hoy, Milei cuenta con el respaldo de la mayoría de los argentinos. Si así no fuera, en lugar de mostrar estas posturas, estarían llamando a las calles y pidiendo sangre.
En este período de dos años, que culmina con la elección de medio término (donde el oficialismo deberá presentar una coalición competitiva que gane cómodamente), Argentina se juega todo. Si el respaldo va cediendo ante la impaciencia -en el marco de una complicada situación económica- y vuelven a aparecer los encantadores de serpientes, la batalla está perdida. En cambio, si la sociedad comprende que el inevitable proceso de sinceramiento no es culpa de la actual gestión, sino el reordenamiento necesario de una herencia complicada, puede que tengamos una oportunidad. Si el equipo de Milei consigue el respaldo en las urnas en 2025, el éxito es ineludible.
El diagnóstico correcto está. El programa adecuado, también. Que se pueda poner en práctica, puede que dependa más de nosotros que del mismo Javier Milei. ¿Qué vamos a hacer?