Aunque el resultado de las próximas elecciones argentinas sea todavía incierto, podemos ir adelanto algunos condimentos del panorama final. Es lógico que al kirchnerismo se le hará cuesta arriba por varias cuestiones: además del desgaste y la fallida gestión del desastre que terminó siendo el Frente de Todos, la postulación de Sergio Massa resultará un desafío a la hora de “venderla” al público que el cristinismo duro se inventó. Aunque el perfil del actual ministro de Economía y fundador del Frente Renovador le quede cómodo al peronismo tradicional (más cómodo incluso que el kirchnerismo), la figura de Massa no tiene demasiado que ver con los postulados de izquierda que el oficialismo pretendió encarnar ante la opinión pública.
Como bien dijo Enrique Pinti en un recordado espectáculo, el peronismo de izquierda vendría a ser una especie de “helado caliente”, es decir, algo que no existe. Pero, aunque se dedicó a gobernar como una corporación política que vela solamente por sus propios intereses, el kirchnerismo se hizo de una porción del electorado incauto que creyó el relato progresista que Cristina Fernández eligió para representar su modelo político-ideológico.
A pesar de la corrupción escandalosa y el corporativismo del peor capitalismo de amigos, la última encarnación peronista consiguió que el electorado progresista compre el discurso vacío de izquierda. De esta manera, el kirchnerismo se hizo de unos votos que pudo capitalizar todos estos años, pero que podrían encontrar otro destino en estas elecciones.
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Este espacio tendrá en las PASO la precandidatura de Juan Grabois, un candidato que le viene como anillo al dedo al progresista argentino: apellido francés e ínfulas de intelectual, que se mezclan con el perfil del piquetero que sale a tomar tierras y defender supuestas causas de los más humildes. Como si fuera poco, íntimo amigo del papa Francisco.
Grabois había declinado sus intenciones de competir cuando se presentó la postulación de Wado de Pedro, pero reculó cuando el peronismo le bajó el pulgar a la insólita fórmula que encabezaba el actual ministro del Interior. Por lo tanto, el piquetero de altos contactos en el Vaticano competirá en una primaria con Massa.
Una de las pocas certezas de este año electoral es que el ministro de Economía, con todo el aparato peronista detrás, se impondrá fácilmente al compinche de Bergoglio. Cuando solamente quede el exUcedé e íntimo amigo de Carlos Maslatón en la contienda, el kirchnerista dogmático, que creyó el relato del “helado caliente” que describió Pinti, se sentirá tan huérfano como desorientado.
Como si no fuera suficiente el perfil de Massa, tan “poco tragable” para el público progresista K, el período entre agosto y octubre será un suplicio para este electorado. Con Javier Milei y Juntos por el Cambio enfrente, lo más probable es que estemos en vísperas de la campaña más “derechizada” de los últimos años en la Argentina. Mucho más si las primarias arrojan un resultado cercano a los tres tercios.
Allí, con ese escenario, el protagonista político que aparecerá con la caña de pescar en la pecera es el Frente de Izquierda. Aunque no tienen posibilidades de soñar con las candidaturas ejecutivas, el FIT ha incrementado su caudal de votos en varias provincias, consiguiendo representación parlamentaria en el Congreso Nacional, como en el interior del país.
Aunque el votante K más progresista ve como muy “idealistas” a los políticos de la izquierda pura y dura, en el fondo comparten varias de las premisas que ellos proponen. Por todo esto, no sería para nada descabellado que el trotkismo termine llevándose de regalo el porcentual del electorado kirchnerista, que resulte desilusionado con la candidatura de Massa. Una especie de voto castigo de una parte del kirchnerismo desencantado. Lógicamente, esto no le alcanzará para llegar a la presidencia o alcanzar gobernaciones o intendencias, pero la izquierda podría estar en vísperas de una elección histórica y a punto de incrementar considerablemente su presencia en el Poder Legislativo.