Las buenas historias, además del guion, tienen personajes nutridos que le dan forma, sumado a un comienzo interesante y un final a la altura de las circunstancias. La trama y el recorrido tienen que mantener la atención, generar expectativas y entretener, pero es importante aclarar también que esto no puede ser lo único destacado de una producción, algo que hoy por hoy la serie 1899, de Netflix, pareció haber pasado por alto.
Poner todo en lo que va ocurriendo, con protagonistas que poco tienen que ver con las circunstancias y con un final que podría haber sido cualquier otro parece dejar en evidencia, en esta serie, una cuestión no menor: la idea de mostrar sucesos inexplicables durante ocho capítulos, para mantener al público enganchado, pero luego poner una resolución que no resuelve. Paradójicamente, como el símbolo de la producción es un triángulo, 1899 termina siendo uno invertido. Pusieron el carro delante del caballo, solamente para venderlo.
La serie europea es otro de los tantos “hijos bobos” de Lost y mucho menos vistosa que la antecesora de sus realizadores, Dark. Incluso es la exacerbación de lo más flojo de aquel suceso de J. J. Abrams de 2004: las cosas raras que ocurren sin explicación lógica, pero que se van mezclando con una historia atrapante y personajes bien escritos, que cumplen roles concretos en la historia. Si para muchos Lost dejó sin explicar una cantidad cosiderable de interrogantes y tuvo un final poco acorde al desarrollo, 1899 supera los mismos vicios. Los misterios se tornan un recurso del que se hace abuso y el final parece tan desconectado de la historia como poco atractivo.
¿Con que se encontrará el espectador que decida ignorar esta advertencia para perder ocho horas de su vida? Con lo que ya se sabe de la serie: un cuento con actores de diferentes países de Europa que hablan en sus lenguas maternas y los sucesos misteriosos que surgen en un barco que va rumbo a los Estados Unidos, pero que no llega. La trascendencia artística de este recurso, que para sus productores fue digno de mención y realización, es tan irrelevante para la historia como la vida de los personajes y el desenlace. Lo único que se destaca de 1899 es la inversión de los factores en todo momento, que sí altera el producto: un diseño de pizarrón, hecho de atrás para adelante, pensando en todo momento en los condimentos más que en el plato final. Claro que esta fórmula puede llegar a dar un resultado satisfactorio. Este no es el caso.
Si algo puede y debe dejar la última gran producción de Netflix es una lección aprendida. La conciencia que el recurso de la serie de sucesos misteriosos no se sustentará en sí misma, sin una historia fuerte, personajes que le den vida y, sobre todo, un final que deje la sensación de que el tiempo dispensado fue una inversión. Todo lo contrario de 1899.
¿Habrá segunda temporada? Es posible. Claro que, de haberla, segurán tratando de vestir a un Frankestein absolutamente improvisado. Es tan baja la vara del lugar que termina la primera que hasta lo más probable es que la mejoren. Para los que pasamos por estos primeros ocho capítulos, la eventual continuación será similar a quedarse o irse del casino, luego de perder las primeras fichas. La eterna duda existencial de seguir apostando para recuperar o abandonar por miedo a que la pérdida sea todavía mayor.