Una vez más, una película argentina protagonizada por Ricardo Darín está nominada al Oscar. Lo cierto es que los realizadores del largometraje que repasa los incidentes que rodearon el juicio a la Junta Militar tiene bien ganada participación en competencia y la caminata por la alfombra roja. Argentina, 1985 logra transmitir al público las instancias de aquel histórico proceso judicial. Tanto por lo artístico de llevar a la pantalla dignamente al Buenos Aires de mitad de los ochenta, como la representación de las instancias políticas al momento del juicio.
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La temática sobre los setenta es siempre complicada. Aunque sería interesante una producción artística que represente los hechos históricos en su complejidad, para que el público saque sus propias conclusiones, esto nunca ocurre. Usualmente se transmite una visión parcializada, donde la objetividad se pierde de la mano de lo que no se muestra.
El más claro ejemplo puede ser la película La noche de los lápices donde se cuenta la represión y posterior desaparición de un grupo de estudiantes secundarios. Quien mira la película desde la desconexión con la historia, se queda con la idea que la dictadura militar secuestraba y asesinaba jóvenes que luchaban por el boleto estudiantil. Dejar de lado la participación en la agrupación guerrillera Montoneros, que había entrado en la clandestinidad en 1974 luego del enfrentamiento con Juan Domingo Perón, parece no ser un dato menor. Como resultado, el film fue criticado hasta por los algunos exguerrilleros, que aseguraron que la historia es edulcorada y no le hace justicia a la verdad histórica, ni a la memoria de sus compañeros de armas.
Desafortunadamente, por ahora no hay indicios de una producción que le muestre a una generación la verdad histórica documentada: la existencia de organizaciones armadas que buscaban la implementación de una dictadura comunista en el país y la represión ilegal de un gobierno militar que cometió todo tipo de excesos que nada tenían que ver con la lucha antisubversiva. Como bien se muestra en la película (que tomó los testimonios de la causa judicial), en los centros clandestinos de detención ocurrieron violaciones y hasta torturas que tuvieron lugar solamente por el divertimento de los perpetradores. Estas consecuencias son absolutamente inevitables cuando se delega una represión a espaldas de todo tipo de legalidad. Ni desde el Estado, ni desde la industria del entretenimiento, parece haber acuerdo en que vale la pena poner la historia como ocurrió arriba de la mesa.
Argentina 1985 ni siquiera tenía que poner énfasis en el accionar subversivo, ya que el juicio a la Junta Militar fue, justamente, el proceso contra las autoridades militares y su responsabilidad en la guerra sucia. Claro que sí había que tomar el contexto con una seriedad que, lamentablemente, no se ve en el guion. Si hubiera sido otra película deshonesta de lo intelectual y propagandística, vaya y pase. Pero el film, a grandes rasgos, no cae en esos vicios. En la representación del alegato del fiscal Strassera queda en claro que la condena que se pidió en el discurso del famoso “Nunca más”, no se desconoce, subestima o ignora el accionar guerrillero. Simplemente se señala que no es válida la herramienta utilizada por el Estado argentino para su eliminación y que los responsables políticos de los abusos deben ser penalizados.
Pero ese Strassera histórico del final de la película, bien interpretado por Darín, queda a contramano del personaje que por momentos habla como un joven kirchnerista de hoy en día. En los primeros minutos de la película se ve al fiscal junto a su mujer protestando por el discurso de un ministro de Alfonsín que, simplemente, reconoce que la represión militar surgió como respuesta a la amenaza armada comunista. La pareja, indignada frente al televisor, cuestiona que el funcionario parece “un vocero de la dictadura”. Aunque uno no estuvo en la intimidad del hogar de los Strassera, ese enojo y esas palabras son inverosímiles en aquel contexto. Lo más probable es que, a puerta cerrada, seguramente ni utilizaban el término “dictadura” para denominar al proceso militar, porque el fiscal que se tuvo que hacer cargo del juicio, con los temores y presiones que bien transmite la película, ya era funcionario judicial durante “la dictadura”. Es que, lógicamente, Argentina no nació de un repollo en 1983.
Justamente, y aunque se trató de un diálogo de ficción que no existió en la realidad (según lo aclaró recientemente el mismo Luis Moreno Ocampo), el segmento mejor logrado de la película es cuando confrontan el fiscal y su joven asistente sobre sus responsabilidades públicas y privadas entre 1976 y 1983. La escena trasmite, más allá de las circunstancias de los protagonistas, la realidad de un país, sus funcionarios y la ciudadanía en general. Aunque se pudo haber obviado, ya que atenta contra la idealización de los héroes de esta producción ciematográfica (que no son más que seres humanos con su historia, virtudes y defectos), el segmento le aporta la honestidad entre líneas al relato que se ve manchado por cuestiones innecesarias del guion.
Una de estas es la mención de los “30000 desaparecidos” por parte de uno de los jóvenes ayudantes del equipo técnico de la fiscalía. De haber habido alguna mención al número de personas desaparecidas en aquellos diálogos, la cifra tuvo que haber sido la de 8000, ya que era el número del informe de la CONADEP, que era el documento con el que trabajaron. Según reconoció el exmontonero Luis Labraña, la cifra de los 30000 fue un invento que se utilizó en Europa, esto con el objetivo de conseguir respaldo económico para difundir las violaciones de Derechos Humanos en Argentina, ya que se necesitaba propagar otro número distinto al que se manejaba para que se activen las ayudas financieras acordes a la ejecución de un supuesto “genocidio”.
Así que el número en cuestión fue para la utilización en territorio europeo durante el período militar y en Argentina tuvo un uso masivo en la política a principios de la década del noventa. Varios protagonistas de la historia real comentaron que el joven equipo de Strassera está muy bien representado y logrado en la producción, por lo que ese cliché “progre”, absolutamente innecesario, es un punto flojo de la película. Si no querían conflicto con el eventual boicot de la picadora de carne de lo políticamente correcto, que no tolera otra cifra que los “30000”, la producción (que tiene que cuidar su proyecto comercial) podía haber hecho mención a “miles de desaparecidos”, sin tener que caer en aquella falacia.
Otra cuestión absolutamente descontextualizada con el léxico de la época, y el perfil del mismo fiscal, es la palabra “facho”, que se pone demasiadas veces en los labios de un Strassera que murió antes de la realización de Argentina, 1985. PanAm Post conversó con personas que trabajaron en aquel histórico juicio, y que conocieron en la intimidad al fallecido fiscal, y lo cierto es que nadie le escuchó esa terminología al exfuncionario judicial. Cabe destacar que lo de “facho” ni siquiera era parte del vocablo general por aquellos años e incluso, quienes lo conocieron, aseguran que Strassera, aunque tenía una concepción socialdemócrata “era bastante conservador”. Seguramente, el exfiscal debió enojarse con sus colegas judiciales que se negaron a participar del proceso, pero que los haya acusado de “fachos”, como se muestra en la película, es otra cuestión. Aunque se trate de una ficción (basada en hechos reales), y haya que guionar e inventar los diálogos de los protagonistas, estas cuestiones parecen tener más que ver con la necesidad de congraciarse con ciertos espacios que con cuestiones aleatorias casuales.
Si la intención era cargar las tintas contra el bando militar, en lugar de caer en estas tonterías falaces se le hubiera dedicado algún espacio a otros abusos cometidos por personajes nefastos como Emilio Massera (que se lo muestra con un parecido sorprendente en los breves instantes en pantalla), que hasta robaron propiedades de algunos de los detenidos, haciendo firmar escrituras y traspasos de bienes a varias de las personas en cautiverio. Como dijimos, la historia es compleja y la lectura de la misma debería alejar a las personas de bien del accionar gubernamental y el terrorismo de Estado como el de las organizaciones armadas, que decían que era necesario el exterminio de un millón de argentinos para implantar su delirante programa colectivista.
Argentina, 1985 es un tímido, pero bien logrado acercamiento a un período histórico. Probablemente no sobre lo sucedido desde 1976 como podría haber sido, pero sí de lo que fue el contexto del país durante el juicio a las Juntas. Vale la pena verla.