Los argentinos tenemos muchas características particulares. De varias cualidades, nos enorgullecemos y con respecto a los defectos, necesitamos que nos los marquen desde afuera. Sin embargo, mirando la historia política y los desastres económicos recientes, creo que ya es hora de darse cuenta que, además de todas las cosas buenas y malas ya conocidas por el mundo, es momento de reconocer que somos un país negador. A pesar de tener más de dos siglos de historia, que en muchos aspectos se repite sistemáticamente, seguimos transitando una adolescencia tardía, en la que no nos hacemos cargo de nuestros actos. Argentina hoy está a un paso del abismo y nada en el mundo parece estimularnos a tomar responsabilidades en el asunto. Luego nos preguntaremos qué salió mal, señalaremos a la clase política (la que volveremos a aceptar luego), mientras seguiremos degradando nuestro nivel de vida y resignándonos a ello.
Ayer, mientras el mercado (las preferencias e inquietudes de todas las personas combinadas) respondía a la asunción de Silvina Batakis, la nueva ministra de Economía designada por Cristina Kirchner, el conductor y productor televisivo Marcelo Tinelli escribió un tuit que, sin quererlo, representa exactamente el síndrome de negación y de nula responsabilidad por nuestros actos.
Cuando el dólar cotizaba los 280 pesos, Tinelli manifestó su preocupación por el desastre de la situación y pidió que las autoridades “hagan algo”. Claro que el empresario de la televisión no es el responsable del escenario actual ni tampoco puede tomar cartas en el asunto para, como pide, “cambiar el rumbo”. Sin embargo, podría hacer un ejercicio introspectivo y preguntarse si hizo algo (él como muchos) para llegar al punto en el se encuentra ahora el país. Es que, al igual que Tinelli, demasiados argentinos compraron los espejitos de colores del fraude del Frente de Todos, que terminará como tenía que terminar. Y eso es mucho peor de lo que estamos hoy.
Luego que la ciudadanía en su mayoría optará por creer la solución mágica de un candidato a presidente que proponía “encender la economía”, mientras levantaba una palanca en un spot televisivo, Tinelli, seguramente con buenas intenciones, decidió darle el apoyo a este proyecto político que desde sus inicios se percibía como desastroso.
Por favor cambien el rumbo. Nos vamos directo al iceberg. Cada vez peor. Dólar a 280🤦🏻 https://t.co/BUfiooCGeX
— marcelo tinelli (@cuervotinelli) July 4, 2022
Cuando Alberto y Cristina desembarcaron en el Poder Ejecutivo, Tinelli, junto a otros influyentes representantes de la sociedad argentina, se prestaron para poner la cara en un proyecto voluntarista denominado “La mesa del hambre”.
La iniciativa, fue una de las tantas donde el nuevo gobierno conseguía el aval de personas representativas, queridas y admiradas por una buena parte de la sociedad. Sin embargo, era más que obvio que, si de hambre hablamos, el Frente de Todos iba a terminar su gestión de una forma mucho peor de lo que la empezó.
Tinelli es un empresario del mundo del espectáculo, y él más que nadie debería saber que si en el país hay un buen clima para los negocios, las oportunidades de dar trabajo a los conciudadanos se multiplican. De la misma manera, tendría que tener en claro que cuando el Estado avanza sobre la iniciativa privada, más complicado es comenzar nuevos proyectos y dar empleo a los demás. Sin embargo, se prestó para avalar a una gestión que decía que iba a mejorar la situación, incrementando todo lo que nos llevó al desastre: el estatismo puro y duro.
Creer que a la Argentina le podía ir bien por este camino, es igual a pensar que un paciente con cirrosis puede sanar desayunando con whisky. Si un médico nos propone, en ese escenario clínico, incrementar el consumo de alcohol, mientras nos dice que nos curaremos solamente con guardar los corchos de vino debajo de la almohada, y ofreciéndole una plegaria nocturna al dios Baco, nos sonaría delirante. Bueno, haber pensado que este gobierno, con su diagnóstico sobre lo que pasó durante el macrismo, nos iba a llevar por una buena senda, es igual a querer apagar un incendio con gasolina.
Nuevamente, no tengo por qué dudar de las buenas intenciones del empresario televisivo y del noble trabajo de su fundación. Pero, luego de todo lo que sucedió en estos dos años y medio, en lugar de pedir a los otros que “hagan algo”, debería reflexionar sobre sus acciones. La economía no tiene soluciones mágicas ni se arregla con voluntarismo. Malas políticas generan malos resultados y buenas iniciativas, que fomenten la creación de empleo y la multiplicación de la riqueza, reducirán el hambre y la pobreza, que tanto le preocupan a Tinelli.
El tema es que, hoy, al borde del colapso, tanto el conductor de ShowMatch, como la mayoría de los argentinos siguen repitiendo el mismo error que nos llevó hasta acá. En un primer momento se avaló un proyecto que indefectiblemente terminaría como terminó, y ahora se le pide soluciones al mismo gobierno que está a punto de empeorar las cosas de manera considerable.
Si la gestión de Martín Guzmán, que se puede calificar como la intrascendencia de un moderado esquivo de las reformas necesarias, que se limitó a protegerse los cascotes de CFK, finalizó de la forma en que lo hizo ¿qué pueden esperar de Batakis? Nada que no sea algo mucho peor.
La flamante ministra considera que el proceso de mercado, única herramienta para el crecimiento, está basado en la explotación, de la misma manera que cualquier otro marxista. Encima está bajo las órdenes directas de Kirchner. No salir a enfrentar hoy este proceso incipiente es exactamente lo mismo que haber apoyado a Alberto Fernández en las elecciones y al principio de su mandato. El colapso total en manos de esta gente es inevitable. Pero los que en su momento apoyaron, hoy miran para otro lado, se quejan y piden que alguien haga algo.
Algo que podríamos hacer todos es madurar y empezar a hacernos cargo de nuestras acciones y asociarlas a sus consecuencias. Por ahora, seguimos en la irresponsabilidad adolescente, abrazados a las soluciones mágicas. Parece más fácil, pero nos llevará al desastre.