Probablemente, el periodista Jorge Fontevecchia, del grupo Perfil, nunca haya leído a Israel Kirzner y sus textos relacionados con las características o el perfil de un empresario. No se sabe con certeza su acercamiento a este tema. Sin embargo, lo que sí logró ser público y notorio fue lo acertado de las definiciones de Javier Milei, quien hoy se ha destacado como máximo exponente vivo de la Escuela Austríaca de Economía, sobre ese tópico: el rol irremplazable del empresario que olfatea, innova, da en la tecla y puede generar un éxito disruptivo, inesperado.
El diputado liberal sabe estas cuestiones. Entiende los patrones de demanda del mercado y aprovecha cada espacio para explayarse sobre tales asuntos. Este latiguillo que lleva consigo Milei ha permitido que sucesos como un debate que, a simple vista, iba a ser un bostezo para el público en general, más allá de la popularidad del economista y su contendor, el dirigente kirchnerista Juan Grabois, haya escalado en popularidad y atrapara a la audiencia. Una sorpresa agradable para los promotores del liberalismo en Argentina que también estudian a diario qué demanda exactamente el mercado en cada momento, aunque por lo pronto, nadie tenga una completa certeza.
Es que de eso se trata, en grandes rasgos, la Escuela Austríaca: del descubrimiento, que surge de la descentralización, del orden espontáneo, de los agentes libres. Claro que esto indica por default de lo que no se trata: de la planificación centralizada. Tal como bien indica el máximo exponente de la corriente en América Latina, Alberto Benegas Lynch (h), la burocracia se equivoca y fracasa, no por malos, corruptos o incompetentes (de los que los hay muchos), sino por la imposibilidad técnica práctica de llevar los planes dirigistas a buen término.
El caso más claro es el del Banco Central: aunque la entidad logre independencia de la política, nunca podrá saber a ciencia cierta cuál es la demanda de dinero o la tasa de interés. No se trata de bondad, inteligencia o aptitud, se trata de imposibilidad científica. En el mercado, cuando los agentes juegan libres, el proceso de corrección, basado en las preferencias de los individuos, va señalando el camino.
Esto se manifiesta en los precios y en las señales que guían la producción de bienes y servicios. Cuando los gobiernos quieren fijar los precios arbitrariamente (por causa de la expansión monetaria inflacionista), los precios dejan de ser precios. El sistema de señales se rompe, se fracasa rotundamente e, insólitamente, se suele pedir un incremento en la regulación. Esto es lo que pasó con la salida de los últimos dos secretarios de Comercio de Alberto Fernández. El problema no era ellos, es el cargo.
A pesar de ser la economía una ciencia, a diferencia de campos como la medicina, que cuando un proceso fracasa se cambia, la Escuela Austríaca triunfó en el campo de la corroboración empírica, pero nunca se convirtió en una corriente mayoritaria como el keynesianismo o el marxismo. A pesar de haber refutado a ambas escuelas de pensamiento de forma contundente.
Es que la corporación política tiene sus incentivos y la aplicación del recetario austríaco (que no tiene que llegar necesariamente al anarcocapitalismo) va en contra de sus propios intereses. Mencionamos al pasar los casos de lo contraproducente de instituciones como el Banco Central o la secretaría de Comercio. Pero para que, por ejemplo, el gobierno argentino renuncie a ambos, debería dejar de utilizar la máquina de impresión de billetes para afrontar el déficit fiscal, que al fin y al cabo no es otra cosa que enfrentar el problema del alcoholismo con licor para olvidarse que uno es un borracho.
Paradójicamente, fue la política la que se convirtió en la mayor marquesina para la Escuela Austríaca, que había triunfado en lo teórico y en la academia. Fueron Ron Paul en Estados Unidos y Javier Milei en Argentina los que les dieron una visibilidad masiva a las ideas que, al fin y al cabo, como dice José Luis Espert, son las del “sentido común”. Pero parece que hay que exponer a la gente a ese sentido común como para que nuevos conceptos comiencen a considerarse.
El proceso revolucionario empezó y no hay vuelta atrás. Aunque la vieja política (que no solamente está en el oficialismo) se aferre a sus premisas, tanto ellos como sus ideas tienen fecha de vencimiento. La irrupción de la tecnología y herramientas como el blockchain, no harán más que facilitar increíblemente las cosas. El potencial es infinito y el futuro será una hermosa aventura.
Aunque todavía no se vea como algo concreto, en pocas generaciones el hambre y la pobreza como lo conocemos parecerá tan lejana y distante, como hoy vemos a los cazadores y recolectores de otros tiempos. Solamente hay que liberar el potencial de todos nosotros y sacar al Estado del medio.