
El disparador fue la pandemia del coronavirus. Para Cristina Fernández de Kirchner, la última experiencia traumática que vivió el planeta hubiera sido mucho peor sin el rol activo de los Estados. “Construyendo hospitales, negociando con el mercado las vacunas”, en la cabeza de la vicepresidente, la acción de la política, prácticamente salvó al mundo de una segura extinción. Semejante vivencia, en su opinión merece repensar todo el constitucionalismo. Impunemente, frente a la Asamblea Parlamentaria Euro-Latinoamericana, CFK se mostró en favor de abolir la República y la división de poderes.
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Su tesis autoritaria, que no escondió en lo más mínimo al sugerir “repensar la ingeniería institucional” es que la división entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial quedó caduca ante los desafíos de la modernidad. Su argumento central fue que, al momento de la Revolución Francesa, no existía la luz eléctrica. Para ella, la modernidad trajo un nuevo poder (el económico), que merece una legislación especial más allá del cumplimiento de los contratos. Kirchner considera que “los mercados” son una especie de poder fáctico, que requiere nuevas constituciones, que le den al poder político herramientas para dirigir el rumbo de la economía. Hasta mencionó el caso de China como un ejemplo del “capitalismo” con el que ella se siente cómoda.
“Cuando asumís te ponen una banda, te dan el bastón…y un poquito es, lo digo por experiencia”, comentó con relación al poder real que tienen los presidentes en las democracias modernas. Sin embargo, advirtió que, si el mandatario “no hace lo que tiene que hacer”, esos poderes económicos limitan el accionar del Poder Ejecutivo. Cabe recordar que, en su presidencia, Cristina Kirchner quiso implementar una ley de medios que quedó frenada en la Justicia. También se animó a soñar con una reforma constitucional, que la gente desechó con una marcha multitudinaria en todo el país. Sin vueltas, y, como le gusta decir a ella, “sinceramente”, CFK reconoció hoy que sueña con un poder sin límite alguno.
Si algo hizo que exista para estos momentos la electricidad (y todo el desarrollo que conocemos), fue justamente el liberalismo político que limitó el poder. El mundo tuvo milenios con monarcas absolutistas, cuyo correlato en lo económico, tecnológico y cultural fue el estancamiento absoluto. Cuando el poder político se limitó, florecieron en un siglo todos los adelantos que, para Kirchner, son indicadores de que es momento de resetear absolutamente todo.
Aunque se le achaca desde muchos espacios opositores que Kirchner sueña con el Moscú de 1917, su anhelo es diferente. No es el comunismo puro y duro, porque sabe muy bien que sus inútiles colaboradores no pueden encender una máquina para producir absolutamente nada. Su modelo es el de capitalismo de Estado y del fascismo en su máxima expresión. Una democracia al estilo chavista, pero con una clase empresaria nacional que le responda. Una división de poderes formal y un presidencialismo absolutista.
Aunque todo parece indicar que políticamente está acabada, el no kirchnerismo debería que tener muy en cuenta la gravedad y la peligrosidad del modelo que pide abiertamente ante las cámaras. No hay que leer demasiado entre líneas. Lamentablemente, la dirigencia opositora, en su mayoría, no está en condiciones de hacerlo porque son tan incultos como quienes la aplauden.