Una de las características del siglo XX, sobre todo en su segunda mitad, fue la monopolización del Estado con respecto a las instituciones de bien público. En Argentina, como en otros lugares del mundo, antes de la irrupción del primer peronismo existían instituciones exitosas, que daban soluciones eficientes a muchas problemáticas sociales. Sin embargo, los tentáculos del estatismo agobiante hicieron que con el correr de las décadas lo “público” se volviera sinónimo de gubernamental. Por estos días, el lanzamiento de una escuela pública no estatal de la mano de una estrella de Hollywood, es una buena oportunidad para reflexionar sobre modelos alternativos más eficientes para personas de escasos recursos.
El actor, productor y director George Clooney acaba de crear una escuela pública de cine en Los Ángeles, que contará con salida laboral directa en el universo de Hollywood. El nombre de la institución será “Escuela de Producción de Cine y Televisión Roybal”, y dará cursos para 120 alumnos en situación de necesidad. El staff docente estará conformado por profesionales que trabajan en la industria del cine, que impartirán materias como iluminación, diseño, efectos especiales, sonido, utilería y producción.
Clooney, que reunió siete millones de dólares para el innovador emprendimiento, reconoció a la prensa que pensó que se trataría de un proceso largo y tedioso. “En cambio, nos encontramos abriendo una puerta”, aseguró en una entrevista con el New York Times. Lo que apresuró los tiempos fue la respuesta inmediata que consiguió de varios colegas como Kerry Washington, Eva Longoria, y otros.
Aunque algunas personalidades de la industria se mostraron reacias a festejar la iniciativa, la que denominaron como “de caridad” e “insuficiente” como para solucionar los problemas de fondo de una Los Ángeles golpeada por la pandemia, lo cierto es que el proyecto es más que un plan social o un vale de alimentos. Es una escuela con salida laboral, pero lo más interesante es que plantea un modelo alternativo de asistencia social.
Aunque, lógicamente, habrá que esperar para analizar el desempeño de esta escuela pública (¿o privada?), los incentivos indican que podría funcionar mejor que una escuela pública tradicional. Es que los donantes podrán seguir de cerca el desarrollo de la institución, que, de tener éxito, aportará al buen nombre, tanto de la escuela como de sus patrocinantes y su fundador.
La clásica estructura gubernamental de recaudación de impuestos (mediante una agencia que hay que pagar), el envío de fondos a un ministerio (que también cuesta dinero) y el desarrollo del proyecto en cuestión, que puede ser ejecutado por un gobierno local, es tan caro como ineficiente. Además del paseo del recurso económico por demasiadas manos, disocia por completo a los que aportan los fondos, con los que ejecutan finalmente la iniciativa. Por eso, países como Suecia, que innovaron con un amplio sistema de vouchers para utilizar en instituciones públicas y privadas, representaron una sustancial mejora al ineficiente “Estado de Bienestar” del país nórdico.