La aparición de Maia con vida, sana y salva, no significó el final de la historia. La desaparición de la nena de siete años, que finalmente tuvo una especie de “final feliz”, todavía tiene muchos aspectos por revelar.
Es que el captor no era un secuestrador que entró por la fuerza a una casa o sustrajo a la menor de su escuela. Puede ser captor, pero lo cierto es que no hay ni casa ni escuela en la historia. Maia vivía, mejor dicho, sobrevivía, con su madre en una carpa, en la indigencia total y tampoco iba al colegio. Carlos Savanz, que sí estaba con la menor lejos del alcance de su madre durante tres días, fue invitado a convivir bajo la lona por la madre de Maia: una adicta a la pasta base.
Muchos testigos aseguran que la nena estaba sola mucho tiempo y transitaba, también en soledad, por las inmediaciones de lo que no se podría denominar “hogar”, ya que no era más que un colchón cubierto por una tela. Por todo esto es que nadie dijo, luego de la afortunada aparición de Maia con vida, que la nena podría “volver a su casa con su mamá”. La realidad es que no hay casa donde volver. En estos momentos, la menor está bajo custodia gubernamental y se evalúan diferentes destinos para ella.
Varios analistas se preguntaron qué hubiera pasado si la nena, en lugar de estar en Buenos Aires, hubiera vivido en una de las provincias más pobres del interior del país. La verdad es que absolutamente nada. Seguramente ocurrió algo así muchas veces en el pasado y continuará ocurriendo en el futuro.
Pero… ¿Qué podemos esperar si hace varios años que, tanto los índices oficiales como los privados, nos confirman que la mayoría de los chicos en Argentina son pobres? Absolutamente nada distinto a lo que ocurre.
Mientras el periodismo señala al Estado, por la ineficiencia absoluta del operativo policial para encontrar a la nena, que terminó con la llamada de una vecina que persiguió por sus medios al sospechoso, se espera de la política lo que no puede llegar. La inutilidad de esta burocracia, que sufre de obesidad mórbida, es la contracara de las funciones superfluas que intenta cumplir infructuosamente. El “Estado presente” que busca hacer todo, no hace absolutamente nada bien. Salvo mantener los privilegios de los que están al mando, claro.
Pero la inutilidad estatal no es el único problema. Hay un círculo vicioso que se retroalimenta con la problemática de una sociedad civil cada vez más miserable. El tamaño gigante de este Estado, que ahoga el desarrollo del sector privado con impuestos abusivos e imposibles para mantenerse, empobrece cada vez más a las personas.
La situación de la madre de Maia es la más marginal de todas. No solamente es desempleada. Ni siquiera accede a uno de los contraproducentes subsidios de la dependencia de los planes sociales. Está al margen incluso del mundo de las limosnas y las migajas gubernamentales. Estaba sola con su hija y un colchón en una carpa atada a un palo. Ahora ya no tiene ni a su hija, lo que suena razonable, mientras esté en estas circunstancias.
¿Se puede cargar las tintas contra la madre de la criatura? Claro, la responsabilidad individual también existe, más allá del contexto. ¿Se puede esperar que con este estatismo asesino como política de Estado dejen de proliferar casos como el de Maia y su madre? Claro que no, es el caldo de cultivo perfecto para que abunden circunstancias como estas.
Aunque parezca que no tiene nada que ver, hace falta pensar otra Argentina desde cero. Estas historias son el resultado del modelo político y económico actual, que la mayoría de los argentinos ratifica en cada elección.