Como publicamos ayer, el presidente argentino buscó dar certidumbre en uno de los foros empresariales más importantes del país y fracasó rotundamente. En medio de la disparada del dólar, la depreciación constante del peso y las dudas sobre los depósitos bancarios de los ahorristas, Fernández dejó dos promesas concretas.
El jefe de Estado y compañero de fórmula de Cristina Kirchner aseguró que el Gobierno “no va a devaluar” y que bajo ningún punto de vista piensa confiscar los depósitos. El recuerdo de la crisis 2001-2002 todavía es muy fresco y los argentinos que perdieron su dinero en el “corralito” y el “corralón” siguen traumatizados.
Muchos analistas aseguraron que las palabras del presidente, en lugar de darle tranquilidad al mercado, hicieron todo lo contrario. Es que en la última crisis se fue en esa dirección y todo terminó muy mal. Primero, el Congreso aprobó la ley de intangibilidad de los depósitos, pero igualmente el “corralito” les quitó el efectivo a los ahorristas. Luego cayó De la Rúa y Eduardo Duhalde aseguró que “el que depositó dólares recibirá dólares”. Tampoco. Hubo pesos devaluados para todo el mundo y solamente unos pocos, mediante amparos judiciales excepcionales, consiguieron recuperar sus divisas.
En menos de 24 horas, una de las dos promesas del mandatario argentino comenzó a hacerse humo. Aunque el tipo de cambio formal (inaccesible para los argentinos de a pie) no se movió, el dólar paralelo (blue) trepó hoy a los 171 pesos. La brecha del cambio real de la calle con la mentira del Gobierno ya es de 120 %.
La devaluación del día ya es un hecho. Fernández debe aceptar que su voluntarismo es inútil o la brecha se ampliará y la actualización será todavía más traumática. Recurrir al atraso cambiario extremo no es más que otra frazada corta, como la contraproducente aplicación del cepo.
Con este contexto, y teniendo en cuenta los antecedentes, la palabra del Gobierno argentino ya tiene menos valor que el peso que emite su Banco Central. Si el presidente desea generar algo de certidumbre debe abandonar su retórica vacía y presentar un plan económico.
Si continúa la improvisación y la realidad se sigue llevando puesta en el día a las promesas oficiales el panorama seguirá siendo sombrío. El pánico y la corrida final, que huele a una anunciada hiperinflación, puede llegar en cualquier momento.