Con demasiada frecuencia, negocios sin escrúpulos se aprovechan de las leyes antimonopolio de los Estados Unidos —que se supone que sólo deben utilizarse para proteger a los consumidores contra los precios más altos y otras consecuencias del poder monopolístico— para sus propios fines. El profesor Thomas DiLorenzo explicó este problema hace más de un tercio de siglo en un artículo titulado «La retórica de las leyes antimonopolio». Escribió que «en teoría, la regulación antimonopolio promueve la competencia en el mercado, pero en realidad sus resultados son a menudo anticompetitivos. Los negocios que tienen problemas para competir la utilizan habitualmente».
Una clave para entender la diferencia entre la competencia como proceso que beneficia a los consumidores y la competencia como término equivocado para proteger a quienes son (o temen ser) superados en la competencia por el favor de los consumidores se reveló en una carta abierta sobre el proteccionismo antimonopolio durante la administración Clinton. La carta, firmada por 240 profesores de todo el país, dejaba claro que «los consumidores no pidieron estas acciones antimonopolio, sino las firmas comerciales rivales».
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Aunque han pasado más de veinte años, este problema no ha mejorado; el proteccionismo antimonopolio ha continuado hasta nuestros días. El escrutinio que la Comisión Federal de Comercio (FTC) está haciendo actualmente de la fusión entre Microsoft y el desarrollador de juegos Activision es un testimonio de esta triste realidad.
Como Joost van Dreunen, de la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York, describió la fusión, «prácticamente nadie se opone al acuerdo, excepto Sony». En otras palabras, los consumidores no están en contra de la fusión. Sin embargo, la firma más grande y dominante de la industria del videojuego quiere que se cuestione. ¿Por qué? Porque Sony vería socavada su posición dominante en las plataformas de videojuegos por las opciones mejores y más flexibles para los jugadores que posibilitaría la fusión Microsoft-Activision. Sony ni siquiera tiene que correr con los gastos de impugnar la fusión porque la FTC lo está haciendo por la compañía. Como escribió Tahmineh Dehbozorgi en National Review: «Por desgracia, en este caso, la FTC parece más interesada en defender la posición dominante de Sony en el mercado que en permitir una transacción que permitiría a Xbox competir. Los consumidores, que tendrían acceso a nuevos juegos de grandes y pequeños desarrolladores, están saliendo perjudicados en el proceso».
En otras palabras, la oposición de la FTC no aumenta ni mantiene la competencia; sólo impide que un rival de Sony (la mayor firma del sector de los videojuegos) se acerque a su escala en un sector en el que las economías de escala son significativas. Cuando un rival más grande (fusionado) sea más eficiente que cuando era más pequeño, Sony no tendrá más remedio que competir eficazmente con sus rivales más capaces. Eso aumentaría las presiones competitivas del sector y serviría mejor a los consumidores de videojuegos, no los perjudicaría. Esa es una de las muchas razones por las que un montón de organizaciones y países —incluida la Unión Europea (que no suele ser aliada de los negocios de los EEUU en el terreno antimonopolio), Japón, Brasil, Chile, Serbia y Arabia Saudí— ya han aprobado la fusión Microsoft-Activision. Estos grupos y países también reconocen ostensiblemente que el acuerdo beneficiaría a los consumidores al añadir mucho valor al servicio de suscripción Game Pass de Microsoft.
Game Pass —especialmente si incluye Call of Duty y otros juegos de Activision— puede resultar más barato y flexible para muchos consumidores, que ya no tendrían que comprar cada videojuego por separado ni adquirir varias consolas para acceder a juegos exclusivos. También permitiría a los consumidores probar juegos que no están seguros de si les van a gustar a un coste menor (como parte de un paquete) que tener que comprarlos por adelantado.
Además, la fusión propuesta crearía un nuevo competidor a gran escala en el sector de los juegos para móviles, lo que daría a Microsoft «un punto de apoyo en los juegos para móviles, donde juega la mayoría de la gente y donde la Xbox de Microsoft no tiene prácticamente presencia en la actualidad».
Mientras Sony y la FTC siguen presentando una narrativa de «el cielo se está cayendo» sobre el acuerdo Microsoft-Activision, Dehbozorgi señaló que cuando Microsoft adquirió Mojang, la compañía que desarrolló Minecraft, hace nueve años, ninguna de las preocupaciones se hizo realidad:
Desde su adquisición, Minecraft se ha convertido en uno de los videojuegos más vendidos de todos los tiempos. . . . La fusión permitió a Mojang acceder a mayores recursos y llegar a un público más amplio a través de los canales de distribución de Microsoft. En consecuencia, Minecraft pasó a estar disponible en más plataformas y se hizo posible el juego multiplataforma, rompiendo barreras y fomentando una mayor innovación en la industria. Microsoft ha seguido invirtiendo en el juego, añadiendo nuevas funciones y ampliando su alcance a nuevas plataformas.
Por desgracia, la creencia de que tras la fusión Microsoft-Activision se producirán abusos monopolísticos es más imaginativa que probada. Incluso después de la fusión, la cuota de mercado de Microsoft será demasiado baja para darle tanto poder. Sony seguirá siendo el mayor operador del mercado. Aunque la retórica antimonopolio a menudo implica que las grandes firmas abusan de los «pequeños», es difícil ver cómo los supuestos esfuerzos de Microsoft por abusar de la competencia podrían funcionar contra una firma sustancialmente mayor que ha dominado el mercado de los videojuegos durante dos décadas.
Incluso lo que Sony «vende» como la mayor amenaza competitiva de la fusión —la exclusividad de los videojuegos para el sistema de Microsoft— es difícil de tomar en serio, ya que Sony ha hecho mucho más que cualquier otro fabricante de consolas. Si sería monopolístico que Microsoft utilizara la exclusividad, ¿no es peor que Sony —que tiene una cuota de mercado mucho mayor— haya hecho exactamente eso? Como han señalado legisladores como el senador Kevin Cramer y otros, quizá Sony debería ser la compañía en el punto de mira de la FTC, no Microsoft. Microsoft incluso ha ofrecido contratos de diez años como prueba de que no incurrirá en estas prácticas similares a las de Sony.
Iain Murray, del Competitive Enterprise Institute, también ha señalado otros problemas importantes con la afirmación de que la fusión Microsoft-Activision se utilizaría para facilitar el perjuicio a los consumidores. Por ejemplo, ha recogido varios comentarios públicos sobre la fusión en el Reino Unido que merecen consideración. Entre ellos figuran los siguientes:
es poco probable que Microsoft convierta Call of Duty en exclusivo debido a su naturaleza multijugador. Hacer que Call of Duty sea exclusivo de Xbox sólo crearía un hueco en el mercado que podría ser ocupado por un juego de disparos multiplataforma rival; ….
. . la fusión empujará a Sony a innovar, por ejemplo mejorando su servicio de suscripción o creando más juegos para competir con Call of Duty;
. . la fusión es una reacción al modelo de negocio de Sony para PlayStation, que históricamente ha consistido en asegurarse contenidos exclusivos o acceso anticipado a populares franquicias de juegos multiplataforma. .
. . la fusión favorece la competencia en el segmento móvil porque creará nuevas opciones para los jugadores móviles y permitirá a Microsoft competir contra Google y Apple, que son las dos plataformas móviles dominantes.
añadió Murray:
Los juegos para móviles son un sector en expansión. Microsoft/Xbox no tiene prácticamente presencia en los juegos para móviles, mientras que tres cuartas partes de la base de usuarios de Activision, por no hablar de una parte considerable de sus ingresos, proceden de ese ámbito. Este es probablemente el motivo de la adquisición. Pasar de dos grandes compañías del sector a tres no es una amenaza para la competencia.
Como si estas preocupaciones con Sony y las reclamaciones de la FTC no fueran suficientes, Renata Geraldo ha informado de aún más problemas. Ha escrito que, aunque «a la FTC le preocupa que Microsoft planee retener los títulos de Activision, incluido Call of Duty, de Sony y otros competidores», Microsoft argumenta que «no es financieramente viable retirar Call of Duty de PlayStation». De hecho, se obtienen más beneficios atendiendo a un mercado en rápido crecimiento que intentando exprimir a sus clientes actuales. Como han argumentado los abogados de Microsoft (y Activision se ha hecho eco), «Pagar 68.700 millones de dólares por Activision no tiene sentido desde el punto de vista financiero si desaparece esa fuente de ingresos. . . Tampoco tendría sentido degradar la experiencia de juego y alienar a los millones de jugadores de Call of Duty que juegan juntos utilizando diferentes tipos de consolas». Aunque Sony rechazó la oferta de Microsoft de una garantía de diez años contra ese mismo temor (que Microsoft convirtiera Call of Duty en una exclusiva de su consola), Microsoft ya ha cerrado un acuerdo de este tipo con Nintendo.
Hay tantos agujeros en la oposición de la FTC y Sony a la fusión Microsoft-Activision que se impone una analogía con el queso suizo. De hecho, como ha resumido Nate Sherer, es más probable que los resultados se alejen 180 grados del coco imaginado: «el acuerdo bien podría ser una gran victoria tanto para los consumidores como para los jugadores, que probablemente se beneficien de un mayor acceso, una mayor selección de juegos y precios más bajos.» Así pues, deberíamos dejar que sean los jugadores quienes decidan qué firmas y combinaciones de ofertas prefieren, en lugar de los reguladores antimonopolio gubernamentales, que podrían estar llevando a cabo su «Call of Duty» para poderosos rivales corporativos amenazados por la competencia en lugar de para los consumidores que se beneficiarían de ella.
Este artículo fue publicado originalmente por el Instituto Mises.
Gary M. Galles es catedrático de Economía en la Universidad Pepperdine y profesor adjunto en el Instituto Ludwig von Mises.