La nueva “guerra fría” difiere de la anterior en que vemos empresas privadas trasnacionales en ambos bandos. No obstante, nuevamente enfrenta una democracia republicana a un autoritarismo marxista, pero el enorme comercio internacional de y entre las economías de las potencias enfrentadas es la nueva clave.
La próxima reunión directa entre los gobiernos de Estados Unidos y China –salvo sorpresas– será en la cumbre del G20 en Osaka –28 y 29 de junio– con mínimo para “desescalar” la guerra comercial. Entender las estrategias de Beijing y Washington exige recordar que:
- Xi Jimping cumple 66 años ésta semana, el 15 de junio. Para un partido comunista en el poder es un líder joven. China todavía es una dictadura totalitaria, ahora sostenida por una economía neomercantilista de apertura limitada al mercado. Pero Xi no es el dictador. La dictadura que gobierna China es del partido. La que rige al partido del Politburó. Por ahora, Xi pudiera perder un la presidencia o mantenerla de por vida y eventualmente consolidar una dictadura personal. Pero el hecho es que con su limitada y condicionada apertura de mercado –y astuto abuso de excepciones concedidas en reglas del comercio internacional a economías subdesarrolladas– China ya es la segunda economía del planeta. Y una potencia militar de proyección global ascendente.
- Trump encabeza una democracia republicana en una economía de libre mercado. Los Estados Unidos todavía son la mayor economía y la primera potencia militar del planeta. La administración Trump se opone radicalmente al consenso –cada vez más izquierdista– que imperó en la cultura, medios y política de Estados Unidos en la últimas décadas. Adelanta reformas fiscales y regulatorias profundamente liberales, usando y abusando de una retórica proteccionista. Y tras eso –y sus contradicciones– vemos la reevaluación planetaria de los intereses de Estados Unidos en una globalización secuestrada por agentes del consenso socialista transnacional cada día menos moderado. Y más antiestadounidense. Atacar ferozmente tal consenso –y a su abanderados en la política estadounidense– elevó a Trump a la Casa Blanca.
La vacilante estrategia del dragón rojo
Cuando la administración Trump exigió a China –segunda economía del planeta y potencia industrializada con tecnología de punta– someterse a las mismas reglas financieras y comerciales que el resto las grandes economías, reconoció que la competencia por la hegemonía global ya es entre Estados Unidos y China. Washington admitía que China como potencia ascendente, y no el poder declinante de Rusia –sobredimensionada como superpotencia nuclear con una economía menor a la italiana y la India– será el mayor desafío. Y por ahora, es la única economía, aparte de Estados Unidos, capaz de sostener una superpotencia global.
Inicialmente, el régimen chino parecía ceder para acercar su economía a reglas aceptadas internacionalmente. Pero a principios de mayo endurecieron su posición. Alto gobierno y grandes empresarios privados chinos (miembros del partido y próximos a sus dirigentes más relevantes) entienden que manipulaciones cambiarias (proteccionismo extremo en su propio mercado y expolio descarado de tecnologías foráneas) no serían toleradas fácilmente a una economía de su tamaño actual. El precio del éxito chino en una apertura limitada al mercado manteniendo el autoritarismo político, eventualmente sería adaptarse a normas de las grandes economías.
Aunque este conflicto comercial con Estados Unidos pudo dar a partidarios de más apertura de mercado –como el viceprimer ministro Liu He– espacio para nuevas reformas, aunque imitadas y circunscritas a lo estrictamente económico. Y paralelamente reforzar la línea de Xi en cuanto a que no habrá más apertura política hacia el oeste. El problema es que a diferencia de Deng Xiaoping, el Presidente Xi no disfruta todavía de total autoridad en el partido. Y no puede ignorar presiones de rivales y opositores en el Politburó.
Los conservadores defienden su propia estrategia –orientada a los mismos fines de conquista de mercados e influencia global creciente– pero sin nuevas concesiones en la esfera económica. Por su relativa debilidad en la cúpula Xi debió recortar el borrador del acuerdo presentado por Estados Unidos de 150 a 105 páginas. Y convocar apresuradamente al Politburó el 15 de mayo para obtener de sus 24 miembros apoyo unánime al nuevo borrador. También fue notable que al intensificarse las tensiones comerciales retomase la retórica maoísta. Lucha de clases y línea de masas resuenan nuevamente en el discurso del presidente chino.
Cálculos al viejo estilo
La orientación táctica del ala conservadora del liderazgo chino desearía apostar al que una guerra comercial alargada por China pondría a la mayoría de votantes estadounidenses contra Trump, cuando aspire a la reelección en 2020. Como dictadura autoritaria China puede ser indiferente a efectos negativas sobre su propia población. Y soportar políticamente una escalada en la guerra comercial mucho más tiempo que un gobierno de Estados Unidos aunque los efectos en China sean peores que en Estados Unidos.
A corto plazo la posición estadounidense luce más fuerte. Calculando costes de la disputa comercial, se concluiría que China cedería, mucho y rápidamente. Pero eso dejaría de lado que con un régimen totalitario –que cede únicamente lo indispensable a la realidad económica– y vastos recursos internos a su disposición, la cúpula de Beijing resistiría las adversidades de una guerra comercial más tiempo que la administración Trump.
Que Trump desearía un acuerdo con Beijing antes de iniciar su campaña de reelección es obvio. Que Xi teme ser acusado de traicionar intereses fundamentales del régimen si acepta un acuerdo razonable a corto plazo también. Así, el acuerdo de corto plazo, aunque no imposible, es lo menos probable. Si Beijing juega a dar largas Washington tendrá que incrementar la presión, y apostar al que el efecto sobre los electores estadounidenses no sea tan decisivo como apostarían –por ahora– los chinos.
Pero esta guerra comercial es una batalla del enfrentamiento más amplio entre el águila y el dragón por el control del mercado de las nuevas tecnologías que definirán el futuro inmediato. Y de eso trataremos en la próxima entrega.