Asombra y confunde a muchos que los índices de precios con que el común de economistas “miden” la inflación tengan poca o ninguna relación con su percepción de inflación en lo que compran y venden regularmente.
No se equivocan. Inflación e índices de precios tienen cierta relación. Pero los índices de precios no miden el complejo fenómeno de la inflación monetaria y su impacto en la estructura del capital.
Como el precio de todos los bienes se expresa en dinero, el precio de dinero únicamente se expresaría en bienes. De ahí se pasa fácilmente al que un índice de precios sería técnicamente equivalente al “precio” del dinero.
Lo que no es cierto. Que la tasa de interés no sea realmente “el precio del dinero” acaso del capital en el tiempo. Y que un precio del dinero no sería expresable en dinero. Ya que las tasas de cambio de una a otra divisa –e incluso de nuevos sustitutos de divisas– no son sino tasas de equivalencia de poder de compra. Que un “precio” del dinero se expresaría en bienes no significa que lo podamos expresar realmente en una cesta o promedio de bienes.
De una parte porque sería una “relación de intercambio” directa. No un precio monetario que emerge del mercado con dinero. Sin dinero no hay precios propiamente dichos. Y no hay “dinero del dinero” en que expresar su precio. Pero también porque las escalas de valores subjetivas de las personas no son estables. Explica el economista Murray Rothbard:
“Supongamos, por ejemplo, que la oferta de dinero aumenta un 20 por ciento. El resultado no será (…) un simple aumento general del 20 por ciento en todos los precios. Imaginemos (…) el Arcángel Gabriel (…) incrementa el saldo de caja de todo el mundo precisamente en un 20 por ciento. (…) no todos los precios aumentarán simplemente un 20 por ciento, porque cada individuo tiene (…) un ordenamiento ordinal diferente de (…) las utilidades marginales relativas de los dólares y de todos los otros bienes de su escala de valores. A medida que aumenta el stock de dólares de cada persona, sus adquisiciones de bienes y servicios variarán de acuerdo con la nueva posición que éstos ocupan en su escala de valores respecto de los dólares (…) variará (…) la composición de la gama de bienes y servicios que constituyen el poder adquisitivo del dólar”.
En una economía monetaria el dinero es el único bien que se encuentra en estado de trueque con los demás bienes y servicios. Y el poder de compra –concepto que identificaríamos como “precio” del dinero– no equivale técnicamente al nivel de precios representable en un índice.
Pero que no podamos medir así algo no significa que no exista. El poder de compra del dinero existe. No como el “precio” del dinero en el tiempo. Menos como el precio monetario de cualquier bien o servicio diferente del dinero mismo. Recordando como problema que el valor marginal del dinero se derivase de su utilidad como medio de intercambio.
Y que aquélla a su vez se derivase de su poder de compra. Resuelto por el teorema regresivo de Mises en su Teoría del Dinero y el Crédito de 1912. Citaré nuevamente a Rothbard. En este caso explicando la teoría marginal aplicada al dinero por Mises:
“Las utilidades relativas de las unidades monetarias comparadas con otros bienes determinan la demanda de saldos de caja de cada persona, es decir, qué porción de su ingreso o su riqueza conservará como saldo de caja, comparado con la cantidad que habrá de gastar. Aplicando al dinero la ley de la utilidad marginal (ordinal) decreciente, y teniendo en cuenta que su “uso” ha de reservarse para su futuro intercambio, Mises llegó implícitamente a una curva de demanda descendente para el dinero en relación con el poder adquisitivo de la unidad monetaria (…) terminó de redondear el análisis señalando que la oferta total de dinero en cualquier momento dado no es ni más ni menos que la suma de los saldos de caja individuales existentes en ese preciso momento. En ninguna sociedad existe dinero que no tenga dueño: el dinero pertenece siempre a alguien y, por tanto, siempre forma parte del saldo de caja de algún individuo”.
Y no negaré que de cierta interpretación de ese mismo texto de Mises pudiera concluirse que el precio del dinero se pudiera determinar por el cruce de dos curvas. Pero me temo que determinar y expresar no son lo mismo. En este contexto determinar es medir e incluso predecir mientras que expresar es simplemente describir.
Una cosa es decir que todo incremento del circulante –sea por emisión primaria o crédito ampliado– ocasionará inflación. A menos que correspondiera al incremento paralelo equivalente de productividad. Que la inflación es resultado de la política monetaria financiando déficit fiscales.
Que significa trasferir poder de compra de los sectores productivos a improductivos, especialmente a políticos y burócratas. Y llega al paroxismo en hiperinflación que únicamente podrá detenerse reconstruyendo drásticamente al dinero.
Y otra pretender que el índice de precios mida realmente las complejas distorsiones que en estructura del capital, incentivos de inversión, consumo y trabajo; introduce la inflación. La buena teoría económica es clave de todo. La mala sirve de apoyo teórico a malas políticas.
Deberíamos comprender –y no comprendemos completamente, aunque estemos más cerca con la mejor teoría del ciclo y las mejor teoría del capital , que con la macroeconomía post-keynesiana– todas y cada una de las causas económicas subyacentes –con sus interrelaciones– del alza de la tasa natural de interés que presiona al de la tasa de mercado –o de una tasa interferida– en los ciclos económicos inducidos por el exceso de circulante mediante la expansión del crédito.
Sabemos lo suficiente para entender que no hacer. Es precisamente lo que siempre quieren hacer los políticos con el gasto público y la banca central.