
Las dos revoluciones más importantes del Mundo Occidental en cuanto a las conquistas de los derechos individuales y el establecimiento de la democracia universal se refiere, fueron la Revolución American de 1776 y la Revolución Francesa de 1789. Esta última más tumultuosa y violenta que la primera, ya que se trataba del derrocamiento del Ancien Régime, Antiguo Régimen Monárquico, desde adentro, y no de la emancipación de una colonia de ultramar.
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De la Revolución Francesa surgió no solo La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, sino también el concepto de “Izquierda”, la gauche, y “Derecha”, la droite, calificativos que se originaron en La Asamblea Nacional Francesa de 1789 como forma de señalar la ubicación de partidos y partidarios en el espectro político. Caracterización que se generalizó durante el siglo XIX a medida que la democracia fue sustituyendo a las monarquías absolutistas, tanto en Europa como en América.
Extrema izquierda, derechista, partidos de centro, partidos de centro-izquierda o de centro-derecha, son términos a los que nos hemos acostumbrado a través de más de dos siglos de evolución de la democracia representativa afianzada por el derecho al voto individual, universal y secreto; conquista progresiva en la evolución de las repúblicas democráticas. Hasta las perversiones de la democracia, como el populismo demagógico, se han etiquetado como de izquierda o de derecha, dependiendo de quien es el que lo practica.
Con la elección de Emanuel Macron como presidente de Francia el pasado 14 de mayo, y la subsiguiente elección en dos vueltas de una nueva Asamblea Nacional, en la que el recién formado partido de Macron, La République En Marche (LREM) y sus aliados tiene una mayoría absoluta de más del 60 %, la división izquierda/derecha parece haberse borrado, tal vez para siempre del mapa de la política francesa.
De escasos 39 años de edad, postulándose por primera vez para un cargo de elección popular a la cabeza de un movimiento que había fundado tan solo en agosto de 2016, el movimiento de Macrón barrió con los políticos tradicionales de izquierda y derecha. Lo hizo con un mensaje moderno e incluyente que resonó en el electorado francés, al punto de no solo darle el triunfo a él como presidente, sino también a una Asamblea con una composición revolucionaria.
Macron había insistido que en sus listas por lo menos la mitad de los aspirantes tenían que ser de género femenino, y concurrentemente que la mitad también fueran personas que nunca se hubieran postulado para cargos públicos, ¿El resultado? Un Asamblea en la que la edad promedio de sus integrantes ha bajado de 65 a 42 años de edad. Los líderes políticos del pasado ya no están, algunos ni siquiera llegaron a la segunda vuelta, y los partidos más extremistas de la extrema derecha, como el de Marine Le Pen, y de extrema izquierda, como el de Jean-Luc Mélenchon, quedaron reducidos a fracciones parlamentarias que se cuentan con los dedos de una mano.
La idea subyacente de esta revolución del centrismo es que las grandes fuerzas que están forjando el futuro como la tecnología, el ambiente, el auge de trabajadores independientes, ya no caen metódicamente en la dicotomía izquierda-derecha. Al buscar personas que piensan como él pretende realinear la política entre aquellos que están a favor de una sociedad abierta, el comercio, los mercados y Europa, y los que por otra parte abogan por el nacionalismo, proteccionismo y la política de identidad.
La primera tarea que se autoimpusieron Macron y LREM es reformar este mismo verano un decrépito y retrogrado código laboral de más de 3000 páginas que mantiene a un 25 % de los jóvenes en el desempleo y al resto en el subempleo con contratos de empleo temporal. Si logra un éxito temprano en este empeño, las posibilidades de que la nueva revolución francesa se expanda por Europa y el Mundo como en su momento lo hizo la primera, son enormes.