Uno de los tantos hechos que comprueban que Adolfo Hitler y su partido Nacional Socialista Obrero Alemán, desde siempre, ha sido un movimiento político de extrema izquierda, es el manejo dado por el régimen nazi a la cultura. Políticas públicas que siguen siendo replicadas por los actuales gobiernos de extrema izquierda (nacionales y municipales), herederos de la ideología nazi.
El cultivo del arte nazi se extendió a todas las manifestaciones de la cultura alemana de la primera mitad del siglo XX. La industria cinematográfica alemana, por ejemplo, recibió grandes subsidios del Estado y fue financiada para usarla como una herramienta para difundir la propaganda comunista nazi.
Películas como Der Hitlerjunge Quex (1933) y Triumph des Willens (1935), de marcada narrativa comunista nazi, fueron financiadas, en su totalidad, por el erario público alemán. Algo imposible, si la orientación de Hitler hubiese sido de extrema derecha, como algunos ignorantes y majaderos se empeñan en repetir, porque uno de los pilares de la extrema derecha es la democracia, por ende, la libertad de expresión y la no intervención del Estado en la cultura y demás actividades de la sociedad.
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Pedro Almodóvar, director de cine español, defiende la política cultural del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), hermano mayor del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NAZI), que consiste en financiar, a fondo perdido, con dineros de los contribuyentes españoles, costosos rodajes de películas mediocres que nunca las ven los españoles por su baja calidad cinematográfica, pésima actuación y pobre producción, que no guarda relación alguna con el alto presupuesto que le entrega el Estado español a Almodóvar y a los otros directores de cine que se copiaron del modelo de negocio de Almodóvar.
Almodóvar y su hermano Agustín encontraron en la Ley Miró la forma para salir de pobres, desde 1985, apropiándose de los dineros de millones de españoles que le entregan a su empresa, El Deseo, gracias a una ley introducida por el Ministerio de Cultura español en 1983 (altar supremo a la intervención del Estado en la cultura), durante uno de los gobiernos de extrema izquierda del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
Los hermanos Almodóvar y los artistas que los acompañan en sus proyectos no tienen ningún incentivo para realizar un trabajo de calidad, no les importa ser monotemáticos, ni les importa insistir en proponer una estética decadente, ni les interesa ser eficientes en el uso de los recursos públicos que les entregan porque, simplemente, no tienen la obligación de devolverlos.
Tampoco les importa ser usados como agentes de propaganda del régimen de extrema izquierda que les entrega los recursos, aunque eso signifique limitar su libertad de expresión, castrar su creatividad y perder el valor de su trabajo artístico, que es visto como una obra sin ninguna intención cultural, diferente a exaltar la narrativa política de la extrema izquierda que los financia.
El papel de la cultura para comunistas como Benito Mussolini, Antonio Gramsci y Adolfo Hitler es la difusión de la cosmovisión de la extrema izquierda globalista. El manejo y el uso de la cultura como una forma de dominación social, casualmente, fue uno de los puntos de convergencia total entre Mussolini y Gramsci, que compartieron páginas en el diario comunista Avanti.
El método violento para imponer al comunismo en la sociedad, creado por el ultra marxista Georges Sorel, de la “Acción Directa”, adoptado por Mussolini, generó fisuras con Gramsci que significó la ruptura definitiva entre los dos, en el año de 1921, que llevó a Mussolini a crear el Partido Fascista Italiano y a Gramsci a crear el Partido Comunista Italiano. Sin embargo, la cultura es la piedra angular de los dos movimientos de extrema izquierda.
Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda e Información Nazi, replicó las ideas de Gramsci y alineó, de su lado, a la comunidad artística y cultural alemana. El gobierno nazi excluyó, eso si, a las organizaciones culturales de los judíos y de otros grupos que tuvieron dignidad y no se doblegaron ante la financiación estatal nazi.
Segregación, discriminación y exclusión en nombre de la cultura, máxime cuando se utiliza recursos públicos que, supuestamente, son de todos, entonces, según la narrativa comunista, todos deberían tener acceso a esos recursos, no solo los artistas, bajo la teoría de la equidad, la inclusión y la justicia social que tanto cacarea la extrema izquierda global.
El rapero comunista transimperialista panprogresista castrista chavista madurista peronista, René Pérez Joglar, alias Residente, desde su mansión de 7.842 pies cuadrados, que le costó seis millones de dólares (USD$6.000.000,oo) en Encino, California, Estados Unidos, repite la perorata de la extrema izquierda sobre la equidad en la distribución de la riqueza.
Residente, recibe millonarios contratos que dejan sin comer a miles de niños, en una abierta contradicción entre su vida llena de excesos y lujos, y su prédica sobre la justicia social y la opresión imperialista de los pueblos latinoamericanos, cometiendo una gran injusticia social al apropiarse de los recursos públicos de países muy pobres, destinados a la educación, a la salud y a combatir el hambre y la pobreza.
Residente es contratado por los regímenes de extrema izquierda del continente americano para que, desde el escenario, diga que el dictador de turno es bueno y necesario, amenace de muerte a algún opositor, diga que odia a Donald Trump, a Nayib Bukele y, ahora, a Javier Milei, y que se rasgue las vestiduras diciendo que él se merece todo porque hay que promover, proteger y defender a la cultura.
Pedro Almodóvar en la entrega de los premios Goya afirmó, sin sonrojarse, que el Estado debía financiar a la cultura y que él le devolvía esos recursos al Estado pagando impuestos, aunque pertenece a una minoría que tiene exenciones tributarias, precisamente, porque a la cultura no se le toca.
No pagar impuestos, en nombre de la cultura, es un privilegio adicional que tiene la minoría supremacista de los artistas, de la que se aprovechan los empresarios avívatos del show business para que ellos, tampoco, tengan que hacerlo.
El resto de la sociedad sí lo debe de hacer, cumplidamente, para que el Estado le pueda pagar el concierto, la escultura, el mural, la película o el libro, a ese grupo social privilegiado, a cambio de promover su narrativa comunista.
Un síntoma de la decadencia y mediocridad de un artista es que sea jurado de un reality o que participe en conciertos pagados por el Estado. Si revisan en la historia, los grandes artistas, de verdad, se presentan de manera gratuita cuando se trata de presentaciones organizadas por algún ente estatal pero, jamás hacen que todos los ciudadanos le paguen sus honorarios por participar en un evento masivo.
Lo más patético de este asunto es que estos mercaderes de los subsidios, de las subvenciones, de las exenciones tributarias, se venden como necesarios para la sociedad. Saltimbanquis que tuvieron que dedicarse a decir que son víctimas por ser artistas porque su capacidad intelectual y su mediocridad no les dejó una opción diferente a vivir del papá Estado. El que no llora, no mama, dicen.
El post adolescente, Matías Recalt, por ejemplo, en el acto de entrega del Premio Goya a mejor actor revelación, expresó estar preocupado por la situación de su país porque nació en medio de la hegemonía kirchnerista. Él solo entiende la cultura como un ejercicio de propaganda a favor del ultraperonismo.
Recalt, aunque es beneficiario de las utilidades de una película comercial privada, por culpa del adoctrinamiento Kirchnerista que recibió desde su infancia, no entiende que sus ingresos millonarios son gracias al valor que asigna el consumidor en el libre mercado de la industria del entretenimiento.
Otro caso de ignorancia es el de la cantante de música pop, Lali Espósito, que inició su carrera artística, justo, cuando la ultra peronista familia Kirchner llegó al poder. Siente que, con la partida del ultraperonismo, su carrera artística va a colapsar. Esa fue la virtud perversa de la extrema izquierda argentina, hacerle creer a todos que sin Perón y sin los Kirchner, no existe una vida digna después de ellos.
Matías y Lali nunca han podido saber, entender o vivir el concepto de la libre competencia y de la libertad de expresión plena. No pueden entender, entonces, que la producción artística se enaltece, crece y se promueve en épocas de libertad económica. Por eso no quieren que la libertad avance.