Bueno, al menos esa es la versión con la que tratan de convencer los gobiernos de Donald Trump y de Andrés Manuel López Obrador: como buenos populistas, tratan de vender las idea de hombres iluminados y salvadores con decisiones providenciales. Pero la realidad es mucho menos heroica.
Al amenazar, hace unos días, con la imposición de aranceles a las exportaciones mexicanas si el gobierno de López Obrador no controlaba a la inmigración centroamericana, Trump creó un conflicto que podía ganar si el gobierno de López Obrador actuaba atropellada e inconscientemente. Justo tal como lo hizo. Al respecto, la autoridad legal de Trump (basándose en la International Emergency Economic Powers Act) para imponer dichas sanciones era dudosa, y no contaba con el apoyo de las cámaras legislativas, ni siquiera de su propio partido, ni de los gobernadores y alcaldes involucrados, ni de las cámaras empresariales, asociaciones industriales o agrupaciones de agricultores y ganaderos, incluso dentro de su propio Gabinete se veía con reservas la idea. Vamos: la probabilidad de la imposición era muy baja, sino inexistente.
Sin importarle dicha debilidad y la falta de sustento legal, López Obrador envío apresuradamente a su canciller a Washington solo para que casi nadie lo recibiera por la temporada vacacional, resignándose a iniciar negociaciones casi una semana después de su llegada a la capital.
Así, en lugar de explorar salidas jurídicas, tanto las ofrecidas por la legislación estadounidense, como las del propio TLC o las de los organismos de comercio internacional. O realizar lobbying con los actores políticos y económicos relevantes. O generar una narrativa sobre los reales y duros costos para Estados Unidos de esa medida (por ejemplo en inflación, más graves que la Guerra comercial con China, por la integración de nuestras economías), sobre todo en los estados electoralmente sensibles para Trump, el gobierno López Obrador se apersonó con el único e invariable propósito desde el inicio de negociar manzanas (aranceles) por peras (migración), en una atolondrada aceptación asimétrica de imprevisibles consecuencias futuras. Negociar así era ceder todo, de inicio.
¿Qué habría pasado si en lugar de negociar sobre las rodillas y a la desesperada, como sucedió, el gobierno mexicano hubiera dilatado el proceso, explorado otras opciones y creado una coalición en contra del proyecto de Trump, ya que previamente nuestra diplomacia hizo poco y nada para prevenir el escenario en que se encontró? Probablemente algunos días de gran nerviosismo, mientras los contrapesos a Trump se manifestaban y hacían su trabajo de contención y reversión. No hubiera sido la primera vez. Ya sucedió en las repetidas amenazas de Trump de denunciar el TLCAN. Es lo que yo creo. Pero es difícil decirlo, sin caer en la especulación.
Lo cierto son las gravísimas consecuencias de lo pactado: según lo que se conoce, porque ha faltado transparencia, México destinará su recién creada Guardia Nacional no a labores muy urgentes de seguridad pública, según la justificación para su creación constitucional, sino para “la aplicación de la ley y frenar la inmigración irregular”, sobre todo en la frontera sur, pero ordenándosele actuar en todo el país para ello.
Es decir, ¡una corporación militarizada se hará cargo de contener el flujo migratorio! Con los consecuentes riesgos para migrantes, niños y familias. Se responderá y perseguirá militarmente a millones de personas que, en las peores condiciones, huyen de la tragedia económica que sus gobiernos les impusieron. ¿En que país es posible tamaña locura? Y esto, ¡con el inconsciente aplauso de tantos mexicanos que felicitan a López Obrador por su “exitosa” negociación, y que confunden el legítimo provecho propio con el mezquino e injusto traslado de males a otros!
Esto sin mencionar que dicha Guardia Nacional será el muro que Trump prometió que nuestro país pagaría: todo México, sus casi 2 mil millones de kilómetros cuadrados, serán ese muro, somos el muro de Donald Trump. O sin contar que en los hechos, descarnados y sin atenuantes, Trump será, al final, el real comandante supremo de nuestra Guardia Nacional: fue, después de todo, quien definió sus prioridades y formas de operación. Tanto escándalo para terminar así, patéticamente: no con un aplauso por resolver el angustiante problema de violencia interna, sino con una vergonzante capitulación frente a Donald Trump.
En los hechos, también, aunque no se ha reconocido abierta ni públicamente, México será un “tercer país seguro” de facto, es decir, será el patio trasero de Estados Unidos, para recibir, contener y atender durante meses a todos los solicitantes de (un casi imposible) refugio en ese país. Tan solo el año pasado, hubo 93 000 solicitantes de asilo en la frontera México-Estados Unidos. Este año podrían superar los 100 000. ¿Con cuáles recursos se les atenderá, en vista de los auto infligidos problemas presupuestales de la administración y la pertinaz observación de las calificadoras internacionales? La demagogia populista no tiene respuesta a problemas reales.
Y esto sin contar los acuerdos “secretos”, cuya existencia Trump se ha encargado de remarcar, que podrían ir desde la compra “inmediata” de alimentos a Estados Unidos para compensar el déficit estadounidense hasta cualquier otra locura que se le haya ocurrido a Trump. Quienes hoy aplauden la “exitosa” y “razonable” negociación de López Obrador, harían bien en tener mayor seriedad y esperar a conocer todos los acuerdos. Si ya era chocante ver a libertarios aplaudir a Trump por dos o tres declaraciones, quizá la sífilis ideológica del populismo se ha contagiado a otros, que hoy aplauden a López Obrador por una negociación de la cual, bien a bien, nadie sabe sus reales alcances.
En lo personal, si ya lo alcanzado me parece inaceptable, no quiero ver qué nuevas sorpresas nos presentará el poco serio gobierno de López Obrador. Si ya en lo interno ha dado muestras sobradas de tal falta de seriedad, ¿de verdad habría que esperar algo distinto en este escenario? Al respecto, una reciente nota de The New York Times (no desmentida hasta ahora), revela que lo acordado el viernes ya había sido acordado desde diciembre, pero que el gobierno López Obrador nunca lo puso en práctica. Así, quienes señalan que el acuerdo mejorará la relación con Estados Unidos, quizá harían bien en esperar a la implementación por parte de López Obrador, o a que Trump no tenga pronto otra prioridad electoral, o esperar los tres meses que se fijaron para evaluarlo.
Pero al final, lo lamentable del reciente acuerdo entre Estados Unidos y México es que hace inviable un enfoque serio sobre la migración. La migración y la pobreza, que es una de sus más poderosas causas, no se resuelven con militares o aranceles. Solo el flujo comercial libre, y el continuado respeto al derecho de propiedad y al Estado de Derecho son soluciones reales. México y su muy baja migración a Estados Unidos tras 25 años del TLCAN son prueba de ello.
Con el acuerdo que se negoció, el país y los mexicanos se sometieron a dos posiciones peligrosas para sus intereses, en el corto y el largo plazos: los caprichos de Trump y la irresponsabilidad de López Obrador. Solo apuntarlo habla de lo “bien” que seguramente se negoció este acuerdo y de sus perspectivas futuras. Bravo, les quedó “de lujo” el acuerdo: que sus apoyadores sigan aplaudiendo hasta el próximo susto.