EnglishEs de conocimiento mundial que en medio de protestas estudiantiles llevadas a cabo en Venezuela para exigir al gobierno seguridad y transparencia, en el 12 de febrero, día de la juventud venezolana, murieron tres jóvenes y varios detenidos, golpeados a mano de una fuerza represora estatal.
Posterior a este indignante episodio de violencia y represión, se han visto muestras de solidaridad por parte de muchos movimientos estudiantiles alrededor del mundo hacia el pueblo venezolano. Ya se ha empezado a denominar a estos eventos como la “primavera venezolana”, en vista de que casi se cumple una semana de protestas, mismas que ponen en evidencia el declive del modelo de “Socialismo del Siglo XXI”. Este sistema se ha mostrado incapaz de cumplir con las demandas mínimas de una gran parte de su población, con una gestión incompetente y represiva, que tiene que recurrir al terror en las calles para frenar las protestas sociales por el alto descontento generado.

Y cómo no haber descontento e insatisfacción, si este modelo fracasado ha logrado que uno de los países más ricos de América Latina y productor petróleo, importe gasolina y se sitúe entre los más violentos del planeta, en donde escasean los alimentos y los cortes de energía son el pan de cada día. De igual forma, ostenta los últimos lugares en los índices que miden componentes esenciales de la democracia como: la seguridad jurídica, la libertad de expresión, la separación de poderes y el respeto a los derechos humanos.
A los defensores de las libertades individuales y enemigos del estatismo, nos cuesta creer cómo estos regímenes totalitarios han podido sobrevivir, incluso después de la caída del socialismo en 1989 cuando se derrumbó el muro de Berlín, la última estructura que sostenía este fallido sistema.
El fin del Estado es el individuo y por ende, éste debe de velar y proteger la libertad, no vulnerarla reprimiendo a sus propios ciudadanos por el simple hecho de disentir. Es preocupante el silencio y displicencia por parte de la mayoría de los presidentes de América Latina frente a los abusos de Maduro, exceptuando la gran cruzada que ha realizado Oscar Arias, ex-presidente de Costa Rica, a favor de la libertad de expresión.
Al igual que en Venezuela, los jóvenes de la parte oriental detrás del muro morían en el intento de cruzar el mismo para llegar al lado occidental, dadas las marginales condiciones que predominaban en el lado comunista. Si bien en Venezuela no existe un muro físico como en Berlín, la parte más dura de derribar, será el muro ideológico construido en la mente de las personas, que no les permitía ver ni pensar afuera de lo que el Estado dictaba. Es este el gran reto en Venezuela, derribar los muros mentales (a través de las ideas y no la fuerza) que separan a la oposición del oficialismo y lograr unificarse, exigiendo todos sus libertades individuales para poder construir una Venezuela verdaderamente democrática.
Pero como bien decía Churchill, es mejor evitar predecir de antemano, porque es mucho más fácil hacerlo a posteriori. Lejos de profesar, lo que le espera a Venezuela es algo histórico, y las decisiones políticas tomadas por Maduro determinarán su permanencia o no como presidente de Venezuela.
A pesar de contar con un apoyo significativo por una parte de la población oficialista — me atrevería a decir que por miedo más que por convicción — las acciones tomadas al día, no son las más inteligentes y no le garantizan en lo más mínimo esa permanencia. Lejos de buscar el dialogo, como él clama, se ha dedicado a reprimir, asesinar, allanar la sede la oposición así como expulsar a diplomáticos estadounidenses declarándolos persona non grata “por desarrollar labores de interferencia en los asuntos internos del país”.
Entonces, sin ánimos de profesar, si quisiera aseverar lo siguiente: la juventud venezolana está cansada del status quo, y está inquieta y sedienta de libertad. El camino para librarse de esta dictadura recaerá en mantener esa presencia en las calles, cohesionarse entre la polarización, lograr la unidad y derribar los muros mentales que separan a dos Venezuelas, para así poder por fin decir: Adios, Maduro!