No pueden extrañar a nadie las opiniones lanzadas por Gustavo Petro en las que evita condenar los actos terroristas cometidos por Hamás en Israel, donde asesinaron a gente indefensa, incluyendo a bebés. Y no pueden extrañar a nadie porque Petro perteneció desde su juventud al grupo terrorista M-19, que hacía cosas iguales o peores de las que nunca ha mostrado arrepentimiento. Incluso, a menudo da a entender que sigue teniendo un espíritu de subversivo y que avala las prácticas terroristas. Todo un engendro.
Petro es tan extremista que no dudó en respaldar la brutalidad de Hamás a pesar de que muchos líderes de izquierda condenaron los ataques sin ambages, así lo hicieran de labios para afuera. A las condenas se sumaron extremistas como el presidente brasileño Lula da Silva; el presidente de Chile, Gabriel Boric; el senador de Estados Unidos, Bernie Sanders y la controvertida congresista de ultraizquierda, Alexandria Ocasio-Cortez. Solo acompañaron a Petro, en sus diatribas absurdas, déspotas como Nicolás Maduro, que otra vez profirió una sandez monumental al decir que ‘Jesucristo fue un palestino crucificado injustamente por el imperio español’, el dictador norcoreano Kim Jong-un y el presidente de Irán Ebrahim Raisi, país que colabora con Hamás.
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En esto no puede haber lugar a equívocos. Aquí estamos acostumbrados a ver cómo se altera la realidad para justificar la violencia, haciendo ver a los malos como héroes y a las verdaderas víctimas como criminales, manipulación que tiene como objetivo el impedirles a las sociedades defenderse. Así, Hamás incursiona en Israel y asesina a sangre fría a cerca de un millar de personas, pero las críticas mediáticas se las lleva el estado de Israel al arremeter contra Hamás en la franja de Gaza, donde se asientan los terroristas entre la población civil de Palestina, la que solo les interesa como escudos humanos.
En consecuencia, es un acto de bellaquería negarles a los judíos su derecho a defenderse con el argumento de que se están violando los derechos humanos de los palestinos al cortarles el agua potable o el suministro de electricidad, o que son inaceptables los daños colaterales y las víctimas mortales. Entonces, salen a manifestarse a las calles de Londres, París y Berlín los miles de musulmanes a los que se les ha permitido invadir barrios enteros en nombre de un multiculturalismo mal entendido. Luego, los medios nos muestran la destrucción en Gaza y el sufrimiento de las familias en medio del hambre, los muertos, los heridos y la obligación de desplazarse. Todo lo cual convence a los incautos de que Israel es el demonio y Palestina, una tierra de angelitos.
Afortunadamente para el mundo libre, esta tampoco será la vez en que a los judíos los tiren al mar, como pretenden los musulmanes fundamentalistas. La paz en esa región no es fácil porque mientras Israel reconoce la existencia de Palestina, casi ninguno de los vecinos reconoce al estado israelí y su territorio. Y no será esta la vez porque estamos hablando de uno de los países más desarrollados del mundo enfrentado a naciones que no producen nada. Basta considerar este dato: los judíos constituyen el 0,2% de la población mundial, pero se han ganado más del 25% de los premios Nobel desde su creación, principalmente en las áreas de Física, Química, Medicina y Economía.
Como si fuera poco, Estados Unidos apoya irrestrictamente a Israel, tanto que le han pedido al psicópata de Gustavo Petro que condene el terrorismo de Hamás. Petro ha puesto en peligro las relaciones de Colombia con Estados Unidos e Israel publicando más de un centenar de trinos en apoyo a Hamás cuando en 2022 se fue lanza en ristre contra Iván Duque por un solo mensaje que este envió en apoyo de Ucrania tras la criminal invasión rusa.
No, señores. Petro no es nadie especial; no es Dios ni es el dueño de Colombia. Llegó a la presidencia con una votación minoritaria y hoy muchos de sus electores están tan arrepentidos como la comunidad judía de nuestro país, que en la campaña electoral se reunió con este terrorista para escuchar sus propuestas brindándole su respaldo. Las relaciones de Colombia no pueden depender del ego de un sujeto trastornado, de su desbordado síndrome de Hubris, de sus cada vez más evidentes problemas siquiátricos. Un terrorista no puede ocupar la Casa de Nariño.