Muchos de los medios de comunicación más prestigiosos de Occidente siguen, a sabiendas, una clara línea ideológica. Pruebas recientes de ello son el “video análisis” con el que The New York Times pretendía demostrar, sin el temblor de pulso que debería causar apañar a un dictador, que los camiones con ayuda humanitaria que no pudieron ingresar a Venezuela habían sido quemados por simpatizantes del presidente encargado del país caribeño, Juan Guaidó.
Semanas más tarde, El País decidió despedir (¡por teléfono!) a Héctor Schamis, a 24 horas de la publicación de su artículo “Mais Médicos”, en el que exponía el sistema esclavista al que se someten los médicos cubanos que prestan, de manera forzosa, sus servicios en el exterior a través de diversos acuerdos internacionales (generalmente, entre países que están en la misma sintonía ideológica).
Esta evidente orientación es afín a la izquierda (así sea a una tibia socialdemocracia), es “feminista” (en la concepción actual de feminismo, claramente), green y castiga, implícita o explícitamente, el éxito económico. Por otro lado, estos mismos medios crean y promueven, hasta la saturación, figuras de adoración masiva.
Hace apenas unos años, José Mujica, el peor presidente que ha tenido Uruguay en democracia, era publicitado como el anacoreta que salvaría al mundo de la tentación del consumo, el capitalismo y el bienestar. En realidad, su gobierno dilapidó una época de bonanza casi sin precedentes para el país. No solo sus funcionarios más allegados se vieron envueltos en distintos escándalos de corrupción, sino que el propio “Pepe” estuvo vinculado a turbios negocios con Venezuela.
En el correr del último año, dos personajes de dudoso mérito han monopolizado los titulares: Alexandria Ocasio-Cortez y Greta Thunberg.
Ambas han hecho de “la causa verde” su cruzada personal: una desde la cúpula política de Estados Unidos, otra faltando a clases en Estocolmo.
Y ahora que están hechas, las tenemos que querer (porque si no las queremos, somos sexistas, o “de derecha”, o esperamos con ansias el fin de semana para vaciar nuestros contenedores en el océano y así atragantar delfines rosa con bolsas plásticas). De no creer.
Poco importa si Ocasio-Cortez titubea y se niega a llamar a Nicolás Maduro por lo que es: un vil dictador. La congresista dijo, toda suelta de cuerpo mientras picaba verduras en un livestream de Instagram, que lo que sucede “allá” (refiriéndose a Venezuela) no es “tema de socialismo”. ¡Qué fácil resulta sostener disparates cuando uno tiene el refrigerador lleno! Cuando, si te falta algo, lo único que hay que hacer es correr hasta la primera tienda orgánica del barrio. Qué fácil que es para vos, Alexandria, ¡qué fácil!
Sus propuestas son las mismas que las de todo socialista (los mismos que afirmaron que esa vez –su vez- sería diferente): tomar de los otros. Pareciera que Ocasio-Cortez tiene una leve preferencia por el “verde dólar ajeno”. El “verde espinaca” no va con sus gafas.
La otra, la chiquilla, la sueca quizás no se ha dado cuenta aún de que es un producto de marketing. Las portadas de revistas nos la han insertado en nuestro ADN. Protesta no yendo a la escuela (la asiduidad es una virtud inalcanzable cuando uno realiza giras mundiales) y paseando sus trenzas por distintas capitales europeas. Quiere salvar al planeta (háblenme de megalomanía) mediante la concientización, que se reduce a vivir en el miedo y la paranoia absoluta (y su exhortación se celebra y alimenta), algo le ha valido una nominación al ya desprestigiado Nobel de la Paz (para el que no creía que se podía caer más bajo que Juan Manuel Santos).
Quien escribe, recicla, minimiza su consumo de plástico, nunca va sin bolso propio y reutilizable al supermercado y hasta recoge la basura de otros por la calle de toparse con ella. Muy superficialmente, podría estar de acuerdo con los postulados iniciales de Thunberg.
No obstante, hacerlo mediante imposiciones, cundiendo el pánico y “generando conciencia” con los recursos de otro, como propone Ocasio-Cortez, no solo es contraproducente para la causa “green” (la desgasta y prostituye), sino que además asocia lo que bien podría ser una cruzada noble a la monserga “progresista”, en la que el culpable es siempre el capitalismo.
Ocasio-Cortez y Thunberg no tendrían problemas mayores en volver a la Edad de Piedra o proponer, como a veces parecieran hacerlo, una especie de Estado autoritario ecologista que reduzca al mínimo las libertades del individuo, no sea que alguna familia consuma un litro de leche de más y la botella termine en el estómago de una ballena.
La peor de las noticias para estas dos mimadas de la prensa internacional es que, incluso materializadas sus propuestas de megaimpuestos, el mundo idílico por el que pelean no existirá jamás. Es más, no ha existido nunca.
Esto no significa, de ninguna manera, que los distintos desastres ecológicos no merezcan atención, sino que su prevención (y en escasos casos, reversión) es posible exclusivamente mediante una educación sin sesgo ideológico y sin superheroínas de turno que, después de recitar extensísimos panfletos, vuelven a sus hogares primermundistas en los que nada falta, sin poder imaginar siquiera un día en la vida de un pakistaní o salvadoreño promedio.
La promoción de la que gozan estas dos figuras de consumo masivo opaca los logros inmensurables de, por ejemplo, miles de venezolanos que hacen lo indecible por la restauración de la libertad en su país. Desmerecen también la odisea de millones de yemeníes que resisten penurias inenarrables para asistir a los suyos.
Pero Greta recibirá su Nobel, y la prensa internacional aplaudirá a su hija pródiga. Alexandria secará sus lágrimas de orgullo cuasimaternal desde el Congreso. Los titulares leerán “Las mujeres que salvaron al mundo”.
Miles de venezolanos, ese mismo día, revolverán la basura en busca de restos de comida. En Yemen, en medio de la destrucción, se repetirán las mismas imágenes nefastas. Las mareas arrastrarán las mismas toneladas de plástico. Pero Greta ganó el Nobel, y ¡qué más da!