“Para vender naranjas a Estados Unidos, tuve que bancar cinco locos de Guantánamo” dijo hace ya dos años el expresidente y ahora senador José “Pepe” Mujica en referencia a los otrora presos de Guantánamo que Uruguay aceptará en calidad de refugiados.
Varios apuntes caben sobre las palabras expresadas por ese gran vendedor de verdades de perogrullo que es José Mujica. El primero, es que miente por partida doble. Él, personalmente, en tanto individuo, no tuvo que “bancarse” nada, para usar sus propios términos. Quizás fue el pueblo uruguayo el que se vio en la obligación de hacer tal cosa, y si hay algo que José Mujica ya no puede hacer es hablar en nombre de la totalidad de los orientales.
Hay una segunda instancia – una segunda mentira – que, no obstante, opaca la primera. Mujica debe (o debió, en su momento) ponerse de acuerdo consigo mismo y decidir por qué pactó con Estados Unidos. En el apogeo del asunto, el exmandatario había declarado que “esto – la aceptación de refugiados de Guantánamo – hay que hacerlo porque sí”.
“No lo hacemos por plata ni por conveniencia material, es por una cuestión de principios” agregó. “Estuve un montón de años preso y estoy podrido de lo que se habla: derechos humanos es esto”, concluyó el expresidente, elogiando su propia “benevolencia” y tomándose siempre de referencia, como si a alguien le importase.
Pues bien, ¿por qué aceptó Mujica a los cinco reclusos de Guantánamo? ¿Fue un gesto humanitario, como aseguró, o fue por meras intenciones comerciales, como… también aseguró? ¿Cuándo mintió? ¿Cuándo dijo la verdad?
¿Por qué el asunto de los refugiados provenientes de la cárcel de Guantánamo resurge una y otra vez? Uno de ellos, el sirio Jihad Diyab, no ha parado de salir en las noticias. Desde sus huelgas de hambre (práctica que le era común también en calidad de preso), pasando por sus insultos al país que lo acogió, hasta sus exigencias al Estado uruguayo, todo lo que Diyab ha hecho lo ha llevado a primera plana. Por un breve período, llegamos incluso a perderlo, sólo para que nos fuera luego devuelto por las autoridades venezolanas en un confuso episodio del que hasta el día de hoy no se sabe lo suficiente.
Apenas comenzaba el 2018 cuando los uruguayos nos enteramos de que Diyab fue acusado de pertenecer a la organización terrorista autodenominada Estado Islámico, ISIS.
La denuncia fue realizada por el comerciante palestino Omar Kadher en la ciudad de Rivera, al noreste de Uruguay. Es necesario, sin embargo, subrayar que las acusaciones van y vienen, puesto que Jihad Diyab por su parte afirma que Kadher jamás le devolvió los USD $35.000 que éste el primero le habría prestado.
Según los testimonios ofrecidos a la policía, Kadher y Diyab se conocieron en una mezquita en Montevideo. Kadher habría invitado a Diyab a Rivera, haciéndose cargo de pasajes y alimentos. No obstante, Kadher observó que algo en Diyab “era extraño”, ya que el refugiado sugería negocios algo oscuros. “Dame USD $50.000 y lo duplico en diez días”, habría propuesto Diyab. Según Kadher, el pasado 9 de diciembre hubo una discusión entre ambos que llevaría a la confesión, por parte de Diyab, de pertenecer al Estado Islámico.
Más allá de que no es posible, al menos al día de hoy, saber quién miente y quién dice la verdad (obsérvese el paralelismo con Mujica) de esta cuestión surge una certeza y una pregunta, ambas iguales en importancia.
La certeza es que Uruguay, en tanto Estado, no tiene idea de a quién aceptó. No la tuvo entonces, no la tuvo ahora. Caso contrario, no se estaría investigando hoy, en pleno 2018, los posibles vínculos terroristas que Diyab pueda llegar a tener.
La pregunta es cómo Diyab, un refugiado cuyo único ingreso formal es lo que el pueblo uruguayo le da en formato impuesto, puede tener USD $35.000 de sobra, para prestar. Estamos hablando de una suma inaccesible para la mayoría de los uruguayos. La defensa de Diyab asegura que es dinero que su familia, en su mayoría radicada en Turquía, le ha ido enviando. ¿Debe una persona que puede facilitar USD $35.000 a terceros vivir del Estado? Las autoridades uruguayas parecieran estar mirando hacia el otro costado adrede, como si el despilfarro, a alguien, le fuese conveniente.
A los uruguayos, lo único que nos queda por desear, además de la pronta aclaración del asunto, es que las naranjas, al menos, hayan estado buenas.