Ofrecer “mejoras” al ser humano con tecnología está dejando de ser una utopía. Hace pocos días científicos estadounidenses lograron que un paciente que sufrió un accidente cerebrovascular hace más de 16 años, volviera a comunicarse. ¿Cómo pasó? Gracias a electrodos implantados en su cerebro. Sus intentos de hablar ahora se muestran en una pantalla.
Suena a ficción, pero es real. Se llama transhumanismo, una corriente que defiende la mezcla de la tecnología para “mejorar” las capacidades de la raza humana. Para evitar complejidades técnicas, se traduce en esto: los investigadores decodificaron el origen de las señales cerebrales que controlan el habla y crearon la nueva neuroprótesis que facilita la producción de palabras completas. Este es solo un paso entre muchos que hay pendientes. En el medio, hay nombres poderosos que financian estos proyectos. Son principalmente precursores tecnológicos como Elon Musk y Mark Zuckerberg.
Por supuesto hay temas morales y éticos de por medio. Uno de ellos tiene que ver con una evolución del ser humano escapando de lo biológico. “Nos estaríamos convirtiendo en algo que aún no conocemos, en una evolución del Homo sapiens anatómicamente moderno; pero que, además, sería algo que no figura en las categorías biológicas que hoy manejamos”, declaraba en 2018 el filósofo inglés Julian Baggini.
Insertar los electrodos en el paciente fue tarea de Project Steno, una colaboración entre Facebook y el Chang Lab de la Universidad de California en San Francisco. Hasta los momentos posee un vocabulario de 50 palabras y, tras muchas pruebas, lograron afinaron el modelo para predecir en cuál de las palabras estaba pensando el paciente.
Mientras tanto, Neurolink, compañía propiedad de Musk, tiene su propio proyecto. En 2019 presentó un robot capaz de insertar chips en el cerebro. “Podemos lograr una interfaz cerebro-máquina completa”, dijo el multimillonario. En abril pasado lo puso en práctica. Un mono de laboratorio movía el cursor de una computadora gracias a actividad neuronal con chips implantados en su cerebro.
Una cuestión ética y moral
Si se están repudiando o no las capacidades humanas naturales, es algo que se ha discutido ampliamente. Para el teólogo español Juan Ramón La Parra “se rechaza lo físico por lo virtual, se reduce nuestra historia a datos, y esto es algo parecido a una condena”.
Es interesante conocer los argumentos sobre lo peligroso que podría llegar a ser el transhumanismo. El ingeniero Francisco Batlle aportó su visión sobre algo mucho más complejo. Tanto él, como La Parra y otros expertos intercambiaron opiniones hace dos años en las Jornadas de Filosofía e Inteligencia Artificial organizadas por la Facultad de Filosofía de Cataluña.
“La Inteligencia Artificial se está adentrando peligrosamente en conceptos que le son extraños: mente, humano, conciencia…, un terreno en el que la filosofía ha transitado mucho, y es ahora cuando, más que nunca, se impone que colaboren en una necesaria reflexión conjunta”.
La barrera que hasta los momentos figura entre la alteración biogenética y biotecnológica y los humanos es la ética cristiana, pero “en estos momentos pandémicos la religión cristiana como entidad política y moral esta prohibida”, afirmaba el analista político Jeffrey Kihien en una columna publicada enero pasado. “Los lugares sagrados —las iglesias— han sido cerrados por la corporación política, el concepto etimológico de iglesia que proviene del latín ecclesia o ‘reunión de pueblo’, hoy día no existe, porque inclusive las reuniones caseras están prohibidas”.
Por su parte, los defensores del transhumanismo dicen que es cuestión de educar por encima de los peligros. “No estamos tan locos, los desarrolladores nos planteamos una ética, y me atrevería a decir que la comunidad de la IA es ética y responsable”, afirma Elisabet Golobardes, investigadora y catedrática presente en aquella jornada. Aunque han pasado dos años de ese evento, el dilema sigue siendo el mismo, es más, ha arreciado ya que los supuestos logros son más tangibles ahora.
¿Hay límites?
Ya hay muestras de la vorágine tecnológica que promete instalarse en los cerebros, aunque no a nivel de chips insertados con cirugía. En marzo de este año, la empresa de Mark Zuckerberg anunciaba unos lentes con realidad aumentada para leer la mente de sus usuarios. Vendrán acompañados de una pulsera que crearía todo un escenario paralelo al momento actual.
“Tendría la capacidad de sentirse físicamente presente con amigos y familiares, sin importar en qué parte del mundo se encontraran, y una inteligencia artificial consciente del contexto para ayudarlo a navegar por el mundo que lo rodea”, se lee en la nota publicada por la empresa.
Hay más ejemplos. Kernel es una empresa de neurotecnología creada en 2016 que desarrolló “una interfaz cerebral no invasiva” a través de cascos para influir en el rendimiento atlético y cognitivo, o sincronizar “cerebro con cerebro”. Este año anunció una alianza con Aim Lab, una especie de optimizador de rendimiento para videojugadores.
Es una noticia que no circuló demasiado, pero Kernel envió recientemente cascos inteligentes de 50000 dólares a clientes selectos en todo Estados Unidos. La producción inicial fue a parar a instituciones como la Escuela de Medicina de Harvard y la Universidad de Texas para analizar el envejecimiento del cerebro, accidentes cerebrovasculares o enfermedades como el Alzheimer, indicó The Hills.
En estas muestras, que adelantan el transhumanismo, se plantea otro dilema, sin duda peligroso. ¿Hay límites? Es algo por descubrir, pero algunos expertos plantean incluso la posibilidad de un ciberataque a la mente humana. Gregorio Martínez, parte del grupo de investigación Cyber Data Lab, de la Universidad de Murcia, declaró a El País lo siguiente:
“¿Qué pasa si un atacante es capaz de saber cuáles son tus sentimientos, tus sensaciones o tus pensamientos?”.
Cerebros “en línea” en todo el mundo
El tema del transhumanismo da mucha tela para cortar, porque promete “mejorar” al ser humano, acabar con el envejecimiento o la muerte, pero del otro lado están los peligros. Sobre el caso del paciente que logró hablar a través de actividad neuronal y una pantalla, Facebook aseguró que “no tiene interés en desarrollar productos que requieran electrodos implantados”.
Sin embargo, la brecha hasta alcanzar el consumo masivo parece ser corta. Los lentes y las pulseras, los cascos neurológicos o el mono de Musk podrían ser puestos en práctica en masa sin que pasen demasiados años. Por ejemplo, Bryan Johnson, fundador de Kernel, espera que sus cascos sean asequibles en 2030, para que el ciudadano promedio pueda comprarlos.
“Para progresar en todos los frentes que necesitamos como sociedad, tenemos que poner el cerebro en línea”, declaró hace un mes.