Mucho se lee en la prensa internacional de la fuerte crisis económica que vive Puerto Rico. Los políticos de la isla asisten a Washington para suplicar que Puerto Rico sea incluido en el Capítulo 9 de Quiebras Federales sin formar parte del estado de la unión, y la razón presentada es que la nación está en “quiebra”.
La realidad expone que Puerto Rico no se encuentra en quiebra. En todo caso, es el gobierno el que está quebrado. Se hace reiterativa y agotadora la retórica populista de decir que los ciudadanos están en quiebra cuando algún gobierno está en bancarrota. Quien se encuentra tanto hundido como quebrado es el fisco, y por los tropiezos del mismo Estado y su mala administración. Sin embargo, la factura es pasada al sector privado por sus malas decisiones. El descaro es descomunal en el momento en que tanto los políticos como los burócratas son culpables de la crisis debido a sus decisiones y actos de corrupción, para después querer resolver los problemas con el dinero de otro. Es momento de ponerle un alto a este descaro y abuso.
Desde que comenzó este año 2016, el Departamento de Hacienda de Puerto Rico no ha dejado de expropiar negocios privados por no pagar el denominado Impuesto de Ventas y Uso (IVU), implementado en 2006 y que, a lo largo del pasado año aumentó de 7% a 11.5%. Mientras tanto, la soberbia política y la ignorancia de no querer comprender el fracaso de dicho impuesto, llevan a una inevitable situación de molestia y descontento.
El impuesto no funciona porque el fisco no recibe el dinero, entonces ¿por qué continúan obligando al pueblo a pagarlo? En especial en un momento de crisis como este donde abunda el desempleo, se carece de alivios contributivos, y sólo existe cada vez más pobreza, más personas desesperadas por la crisis, que recurren al oscuro mundo del narcotráfico, incentivando la criminalidad. Por su parte, el costo de vida se vuelve cada vez más elevado y sobre todo, existe cada vez más emigración de profesionales que se han dado cuenta que Puerto Rico se ha convertido en un territorio en el que resulta casi imposible vivir.
Uno de los ejemplos más claros es lo ocurrido en el mes de enero, cuando la Hacienda expropió cinco restaurantes por deudas con el fisco. Semanas atrás la prensa publicó el embargo de un reconocido restaurante por la misma razón, y durante los primeros días de marzo anunciaron el embargo de tres negocios más. La política de Hacienda es que si los propietarios de esos negocios no pagan la deuda con el fisco, en menos de treinta días el gobierno expropiará el local y lo venderá en una subasta pública.
El interrogante para el secretario de Hacienda, Juan Zaragoza, debería ser el siguiente: ¿Hacienda tiene en cuenta el daño colateral que provoca al exigir un dinero que jamás se va a ver?
Hacienda embarga estos negocios que cuentan con cuantiosas deudas, muchas de ellos millonarias, y se sabe que no van a ser pagadas en treinta días, empero no comprenden que lo que hacen es destruir empleos. Y, tristemente, no cualquier empleo: son los empleos del sector privado, aquellos que generan riqueza en una economía que lleva diez años de recesión por la ineptitud, soberbia e ignorancia de los políticos de turno.
Durante largas décadas, Puerto Rico ha tenido un sistema de gobierno donde los menos capaces de gobernar son elegidos por los menos capaces de producir, y donde los miembros de la sociedad con menos posibilidades de mantenerse a sí mismos y triunfar, son premiados con bienes y servicios pagados con la riqueza confiscada a un número cada vez más reducido de buenos productores. Esa riqueza confiscada son estas empresas embargadas, y estos miembros de la sociedad con menos posibilidades de mantenerse a sí mismos, no sólo son los románticos del Estado de Bienestar, sino también los mismos políticos y amigos que viven vidas de ricos gracias al dinero que se lleva el Estado.
Ya no es ningún secreto que en Puerto Rico, al igual que en una buena parte del mundo, muchos buscan entrar a la política y al sector público para poder contar con una cuota de seguridad de empleo, ya que saben que en el sector privado no durarían ni al menos un día por su incuestionable ineptitud.
Lo que estas páginas intentan no es desprestigiar a lo miles de puertorriqueños que trabajan en el sector público, pues quien les habla proviene de una familia donde han habido excelentes servidores públicos, empero eso no significa que deba justificarse lo injustificable.
La economía como ciencia social ha demostrado por siglos desde los tiempos de Adam Smith, padre de la Economía Política, que es el emprendimiento lo que crea riqueza, y esto no es nada más y nada menos que el sector privado, es decir el capitalismo en su forma más básica.
Hacienda, con su política de embargos, lo único que ha logrado es la creación de mayor desempleo junto al fomento de la pobreza. La pregunta aquí es la siguiente: ¿cuándo será el día en el que el puertorriqueño comprenda que nos sobra gobierno, que nos sobran políticos y que nos hace falta más emprendimiento y más libre mercado?
Usted no puede ayudar al pobre destruyendo al rico, y eso es lo que en las agencias gubernamentales, especialmente en el Departamento de Hacienda, no se comprende. Poco a poco, la arrogancia de los funcionarios públicos está convirtiendo a Puerto Rico en un evidente desastre social.
Es por este motivo que poco se debe confiar de aquellas campañas políticas publicitarias como la campaña “Yo No Me Quito”, que cuentan con un alto grado de demagogia. El individuo tiene derecho a buscar el mejor porvenir donde sea, y el gobierno le teme. La deuda pública debe ser pagada, y el gobierno se está quedando sin gente para lograrlo, porque el profesional emigra y sólo se quedan los ciudadanos que poco producen y que, a su vez, están subsidiados por el mismo gobierno.
En consecuencia, es fundamental controlar al monstruo que ustedes mismos, agentes del gobierno, crearon. Estoy seguro que en su querido sector público sobran los recursos para comenzar a ser fiscalmente responsables, en lugar de ir a Washington a suplicarle a los norteamericanos que resuelvan sus problemas.