Para entender a fondo esta cuestión, hay que remontarse a varios años atrás, cuando nadie se imaginaba a Javier Milei compitiendo con grandes chances por la presidencia de la Nación. En una oportunidad, un periodista le preguntó que íbamos a hacer (como colectivo) con “nuestra” exportación de soja, trigo y carne. El economista, en una inesperada respuesta para su interlocutor, le dijo que les pregunte a los productores agropecuarios, ya que él no tenía ni plantaciones ni vacas propias. Aunque parezca un comentario menor, inocente e irrelevante, el problema de la ausencia total de este enfoque particular en la política grande, explica mucho de la decadencia económica del país.
En los últimos días, el candidato libertario dijo que su eventual gestión no tendrá relaciones institucionales con varios gobiernos autoritarios, que hoy son socios estratégicos del kirchnerismo. Patricia Bullrich, que corre a Milei desde atrás, aprovechó la declaración para cuestionarlo con el siguiente argumento: aseguró que si Argentina (también como colectivo), no le exporta productos agropecuarios, por ejemplo, a China, el perjuicio económico será grave. Tanto para el país en su conjunto como a para los exportadores. En este sentido, invitó a separar la “ideología” de los “negocios”.
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La cuestión es que la crítica no es aplicable a la propuesta económica de Milei, que en varias oportunidades dijo que Argentina irá a una apertura unilateral del comercio mundial y que cada empresa podrá comerciar con cualquier interesado alrededor del planeta. Este enfoque diferente a lo que propone el kirchnerismo (y evidentemente Juntos por el Cambio) modificará radicalmente las posibilidades de todo el sector productivo nacional.
En una visita a una bodega de San Juan, un emprendedor vitivinícola me comentó que un empresario japonés había quedado encantado con sus vinos y que los quería en su cadena de supermercados. “No te digo que me den libre comercio con Asia o Japón. Si me dejaran venderle solamente a este tipo, cambia para siempre nuestro negocio familiar”, me decía lamentándose este sacrificado productor argentino, mientras se les echaban a perder cientos de litros de vino en bidones de plástico, porque no tenía acceso a las botellas de vidrio por las restricciones de importación de materiales.
Dada la perspectiva ideológica de cada uno, se puede o no compartir la propuesta de La libertad avanza. Lo cierto es que la misma no tiene nada que ver con prohibirle a los empresarios locales comerciar con sus pares, en los países con los que Milei no quiere tener relaciones gubernamentales. La advertencia de la candidata de Juntos por el Cambio, en definitiva, no se relaciona con una consecuencia de la propuesta del diputado libertario. La conclusión de Bullrich, que asocia necesariamente comprar y vender a las autorizaciones del Estado y a las negociaciones colectivas nacionales, deja en evidencia que, en cierta manera, está parada en una perspectiva similar a la del kirchnerismo; la del “Estadocentrismo”. Una cosmovisión general que no tiene nada que ver con los mandatos de la Constitución Nacional y que no le hizo nada bien a la economía y al bienestar general de los argentinos.
Ante los comentarios de Bullrich, Milei respondió duramente y señaló que ella “mentía”, ya que nada de lo que dijo tenía que ver con su propuesta económica de comercio libre internacional. Lo cierto es que probable que la realidad sea aún peor y que su contrincante no haya mentido necesariamente. Sino que su estructura mental puede que no le haya permitido comprender correctamente las implicancias y consecuencias de las propuestas de su rival. Quizás sea por esto que la política tradicional no logre desarticular el “fenómeno Milei”. Es que, sobre todas las cosas y, antes que nada, no lo entienden ni comprenden. Ni a él, ni a sus propuestas ni a sus seguidores.