Hoy se cumplen 83 años de la muerte de uno de los máximos referentes de la Revolución Rusa y los primeros años de la Unión Soviética. Un 21 de agosto de 1940, el mercenario Ramón Mercader, que fue contratado por Joseph Stalin, logró entrar a la casa del exilio mexicano de León Trotski. Tras varios intentos fallidos en el pasado, un piolet clavado en la cabeza terminó con la vida del crítico que más molestaba al dueño del poder en Moscú.
El máximo referente y fundador de la Cuarta Internacional tenía 60 años cuando fue asesinado. Seguramente, Trotski sabía que estaba condenado a muerte desde el momento que dejó la Unión Soviética que ayudó a construir. Es que, luego de que falleciera Lenin, ya no había espacio para más de un hombre fuerte en la dictadura del proletariado.
Cuando Stalin consideró que era su momento, fue separando a Trotski de los lugares de influencia, relegándolo gradualmente hasta que lo obligó a exiliarse. Ya fuera de la URSS, el dirigente socialista incrementó sus críticas al único líder que tenía por entonces la revolución. Lo acusó de dictador y advirtió que el culto a la personalidad de Stalin iba a destruir por completo el verdadero espíritu revolucionario del alzamiento de 1917. Era claro que tras estas declaraciones se haría lo imposible para acallarlo a cualquier precio.
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Aunque los trotskistas se consideren “antistalinistas” y aseguren que ellos son las verdaderas víctimas de Stalin, lo cierto es que todos los “Trotskis” generan “Stalins”. Aunque existan dirigentes revolucionarios convencidos en la revolución permanente y en las utopías socialistas no personalistas, la verdad es que el modelo lleva consigo los inventivos para que un mandamás se quede con todo. Lo mismo sucedió en la Cuba de Fidel Castro con Camilo Cienfuegos y otros eventuales críticos a futuro.
El que llega a la cima del poder público, por sus características propias, termina limpiando a los compañeros de lucha que podrían llegar a hacerle sombra en el futuro. Aunque existan algunos convencidos de la transversalidad de la dictadura del proletariado, como etapa previa a la sociedad sin clases, los que suelen tomar el mando son los dirigentes políticos que terminan muy cómodos en la instancia previa al comunismo. Llegan para quedarse y silencian a la oposición. Externa e interna.
Aunque los más utópicos socialistas se consideren trotskistas y cuestionen los modos stalinistas en el marco de su propuesta política, lo único que generarán, en caso de llegar al poder, serán nuevos dictadores que exterminarán la crítica y la competencia. Es un vicio del sistema.