Si algo logra superar al prejuicio, evidentemente tiene algún mérito. A diferencia de cuando uno va a ver una biopic de un artista que le simpatiza, ya hay unos puntos a favor a priori en lo que será el juicio al momento de los títulos. Ahora, si el personaje no nos cae bien, la producción tiene que remontar cuesta arriba. Y para los que no somos kirchneristas Fito Páez ya cayó en la lista negra. Él nos declaró la guerra cuando dijo que los porteños que no votábamos a CFK y compañía le dábamos “asco”. Luego se retractó, pero el daño ya era demasiado profundo.
En su favor al menos se podía decir que vive en la nube de cristal (por no decir “de pedos”) de los artistas consagrados, que pueden dedicarse a su música sin reparar entre la relación directa entre las políticas aplicadas y los desastres que generan. Pero también hay que reparar que Páez (como le dice el personaje de Fabiana Cantilo en El amor después del amor permanentemente), no hizo ese comentario por especulación ni beneficio. Hay artistas que se cuelgan de las tetas de los gobiernos para recibir tajada del botín, pero Fito ya había trascendido y no necesitaba eso. Seguramente obtuvo más pérdidas que beneficios, al ganarse la antipatía de los que antes comprábamos sus discos e íbamos a los conciertos.
Claro que, aunque no nos guste, Fito es parte de nuestra historia y tiene unas cuantas canciones en el soundtrack de nuestra vida. Es algo que está ahí y que florece como las reminiscencias de un viejo amor que terminó mal. La nueva serie de Netflix El amor después del amor, que cuenta la historia del músico rosarino, se vale de eso para derumbarnos las defensas y entrarnos con la guardia baja. Y para hacer más envaselinado el puñal, ni siquiera empieza con las canciones de Fito. Al recorrer su historia, antes aparece Sui Generis, Juan Carlos Baglietto y un increíble Charly García, interpretado por un Andy Chango que debuta en la actuación, pero que conoce bien al personaje. Cuando llegan los temas del primer disco de Fito ya venimos cantando de hace rato y estamos entregados.
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Si hay un mérito en esta producción es la calidad de la reinterpretación de los músicos que tocan en la ficción. A los que alguna vez nos colgamos un instrumento, ver a un actor con un bajo o una guitarra que no saben como poner la mano nos afecta profundamente. Es como un vicio inevitable. Aunque estemos mirando una serie o una película, siempre vamos a analizar la verosimilitud de la interpretación musical. El amor después del amor cuida esta cuestión, que para la mayoría del público es irrelevante, pero que a unos pocos nos desvela. Lo hace incluso mejor que muchas superproducciones de Hollywood de presupuesto casi infinito.
Buenos Aires y escenarios como el Luna Park podrían estar mejor ambientados en la época, pero cuando las escenas van a la intimidad se logra recrear el pasado. Los ensayos, la casa de Rosario, la disquería de barrio y los microclimas están bien cuidados. Performances increíbles como la de García por un actor amateur o la del flaco Luis Alberto Spinetta lo llevan a uno a una intimidad que solamente podía imaginarse hasta el momento.
Como era de esperar, la serie está entre las más vistas y servirá para llevar aún más lejos la fama del cantautor argentino. Algunos, distanciados por las cuestiones políticas, no pudieron pasar del primer capítulo y la destruyeron en las redes sociales. A otros nos arropó la nostalgia e incluso estamos viendo si podemos dejar los rencores de lado. Es el amor después del amor, que llegó después del odio. La música, así como las buenas canciones, también hacen milagros.