Mientras que cada vez más se debate la dolarización en Argentina como una opción para salir a la devaluación e inflación permanente, el mercado, es decir, los individuos, siguen evidenciando una realidad y una preferencia: que el peso no sirve como reserva de valor más que para las compras del día y que el dólar parece ser una opción más razonable a la hora de presupuestar precios o comprar bienes de un valor considerable.
Históricamente las propiedades inmobiliarias o los autos se tasan desde siempre en divisa extranjera, pero con la debacle de la moneda nacional, cada vez son más los más los bienes en el mercado que se expresan en “verdes”. Recordamos que hace ya unos meses, varios vendedores de choripán en la ruta –hartos de tener que modificar el precio de los sándwiches- decidieron anunciar el tradicional producto en “dólar blue”. Pero lo que fue una noticia de color en los medios nacionales, esta mañana comenzó a tomar un tono más serio con el anuncio de unas zapatillas de alta gama en un local comercial del circuito formal.
Mientras que las dos principales coaliciones políticas (peronismo/kirchnerismo y Juntos por el Cambio) se niegan a explorar la opción de la dolarización en Argentina, lo cierto es que los más perjudicados por todo esto son los jubilados y los asalariados de los puestos menos capacitados. No es ningún secreto que los profesionales más cotizados que no se van del país negocian sus salarios en moneda dura o con indexaciones permanentes a la cotización del tipo de cambio libre. Aunque todos pierden con la inflación (salvo los primeros que se hacen con los billetes recién impresos, que son los amigos del poder), las personas de ingresos fijos y bajos son los que más se perjudican. Sin posibilidad de ahorro ven como los pesos ya no alcanzan para llegar a fin de mes. Este mismo escenario se repite con los que aportaron toda la vida laboral activa para su jubilación o los que trabajan de sol a sol para llevar el sustento al hogar.
Es evidente que Argentina debe ir rumbo a una reforma monetaria, que probablemente traiga una nueva moneda al país. Sin embargo, a la hora de la modificación que parece ser inevitable, sería importante recordar lo que sucedió con la convertibilidad en la década del noventa. El peso “1 a 1” pudo solucionar el problema hiperinflacionario. Es más, justamente en esta fecha, pero en el año 1995, la inflación en el país daba “0”. Aunque parezca increíble, ese año Argentina fue el único país del mundo en registrar un nulo incremento en los precios al consumidor.
Sin embargo, a pesar de la paridad con el dólar, la ley de la convertibilidad no era más que una ley, que podía ser revertida con una mayoría simple en el Congreso, como sucedió el 6 de enero de 2002. Al no haber solucionado los problemas de fondo con el déficit fiscal, el Banco Central volvió a ser el financiador del gobierno y los resultados están a la vista: hoy ya estamos casi como en 1989 y el peso agoniza como hizo en aquel momento el austral alfonsinista. En cambio, la experiencia ecuatoriana muestra un caso más exitoso: ni el populismo de Rafael Correa pudo revertir la situación de la ciudadanía con sus dólares en los bolsillos.
Los argentinos de a pie ya eligieron. Es momento que la clase política tome nota y comprenda que es momento de terminar de utilizar la falsificación monetaria para financiar a un Estado descomunal, que termina siendo el ancla de una economía cada vez más miserable.