En la Casa Rosada estaban todos anonadados ayer. Los cuestionamientos sobre la inflación y la pobreza que hizo el papa Francisco en una entrevista desde la Santa Sede cayeron como un baldazo de agua fría en Buenos Aires, al punto que el presidente Alberto Fernández decidió expedirse luego del cierre de la polémica cumbre de la Celac.
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“Francisco tiene razón”, dijo con el tono de impunidad que caracteriza al mandatario argentino, quien salió al paso de las críticas que fueron recibidas por el Frente de Todos como un puñal por la espalda. La estrategia de Fernández fue subirse a los dichos de Bergoglio (tampoco es que pueda negar las cifras que él comentó), para adjudicárselas a fenómenos que nada tienen que ver con el fracasado actual gobierno.
“Tiene razón. Marca un punto de inflexión que coincide con el derrocamiento de Perón. Tras él se sucedieron golpes militares y democracias condicionadas que aplicaron recetas económicas que solo beneficiaron a pocos y sumergieron en la pobreza a millones de argentinos”, comentó el presidente.
Es que el papa, como fecha orientativa al término de sus estudios secundarios, hizo referencia a 1955. Es claro que el corazón de Francisco sigue latiendo al son de la marcha peronista, eso nadie puede negarlo. Sin embargo, a pesar del error histórico y económico de asociar la decadencia con el derrocamiento de un gobierno democrático que había devenido en dictadura, lo cierto es que Bergoglio, al referirse al “nivel impresionante de inflación”, también estaba apuntando hacia la gestión de los Fernández.
El periodista de Infobae que obtuvo la respuesta del mandatario repreguntó y le señaló que parece que Francisco hace más referencia a su gobierno que a los procesos políticos de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, Alberto insistió con el 55 como punto de inflexión de la historia argentina y responsabilizó al endeudamiento producido en el final del gobierno de Macri como para explicar todos los problemas de la actual gestión.
Lo que no dice es que el impúdico endeudamiento con el FMI –que ciertamente existió- tuvo como finalidad que el gobierno anterior termine su mandato, pero por los desajustes fiscales que le dejó de herencia la primera etapa del kirchnerismo. Más que culpar a Macri por la deuda, habría que echarle la culpa por no haber podido desarticular un modelo estatista deficitario, que el kirchnerismo financió con otras deudas, con emisión monetaria y con saqueo permanente al sector productivo.
Al kirchnerismo y al sumo pontífice nunca los unió el amor, sino el espanto. Aunque en sus años de arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio estaba enfrentado con el matrimonio Kirchner, dos episodios sucedieron para que todo cambie. Primero la elección en el Vaticano, que generó un vuelco radical en la estrategia K para con el flamante papa argentino. Pasó de ser el jesuita cómplice de la dictadura a convertirse en el mejor de los argentinos. El religioso, ante la llegada del macrismo, comenzó a operar en favor de sus exrivales.
Ahora, en estas circunstancias en las que se encuentra Argentina, signada completamente por la incertidumbre en el ámbito económico, Fernández debe reparar su muy atrofiada imagen, y para ello hace contrapeso de forma esquiva a las declaraciones de Francisco. El mandatario sabe bien que el papa decidió romper el silencio y cuestionar por primera vez al gobierno al que ayudó a llegar al poder. También sabe que el papa no saldrá a responderle como un pingpong político, que sí le haría un político opositor. Porque el papa, aunque lo niegue, sí es político, pero…por ahora, no es opositor. Solamente se limitó a hacer una oportuna y necesaria crítica.
Sin embargo, para el kirchnerismo no hay grises. O se está de un lado o del otro. Claro que en un momento de debilidad como este, el oficialismo, que podría irse este año, no está en condiciones de tener un enemigo de la talla del papa argentino.
¿Qué hará Francisco ahora ante la tergiversación de sus dichos por parte de Fernández?