Terminó el mundial, terminaron los festejos y terminó la unidad nacional en la Argentina. Incluso, la virulencia política volvió a los peores momentos, con la atolondrada vulneración de la división de poderes por parte de Alberto Fernández, que ignoró un fallo de la Corte Suprema de Justicia.
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El éxito del seleccionado de Lionel Scaloni en Catar, y el desastre de muchos fanáticos en las celebraciones de Buenos Aires, dejan en evidencia una triste realidad. Algo peor que una grieta. La existencia de dos países casi antagónicos. Uno, el del éxito, la competencia, el trabajo serio y la previsión y otro de populismo y decadencia.
La actitud del kirchnerismo, completamente alejada del modelo exitoso del equipo de Messi y compañía, parece fomentar algo complicado a revertir en un proceso político: el de individuos irresponsables, que no se hacen cargo ni de su vida ni de sus acciones. Puede que esta sea la primera cuestión que Argentina tenga que comenzar a discutir a futuro, si desea comenzar a cambiar el rumbo. Ya vimos que potencial, sobra. Pero la problemática es compleja.